Cuando se arranca una flor,
el tallo empieza a secarse
de abajo para arriba
hasta llegar a los pétalos.
En estos, la muerte
es por vez primera
sutil y comedida.
Los mata y seca,
pero como al alma
del poeta,
permitiendo que en ellos
perdure su esencia.
No existe sobre la tierra
final más hermoso
que el de la flor
o el poeta.
No hay muerte
más dulce
y lenta, ni silencio
más armonioso.
Cada semana compro
media docena de
claveles o rosas,
las miro,
hasta que sus pétalos
adornan mis apilados
recuerdos.
Me quito el sombrero
ante la naturaleza
que nos permite
y como a títeres,
maneja.
Madre entre
las madres,
la verdadera reina,
a quien mis labios
rezan todos los días
que con flores
vivas o muertas,
como al poeta,
me transforman
en esencia.