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El Rey

Europa es el continente de los señoríos, los principados y los reinos cristianos.

Europa colonizó América y millones de europeos encontraron allí su hogar junto a los nativos americanos. Sin embargo la concepción monárquica no pudo echar raíces en América. Por el contrario, repugnó a los criollos, que construyeron sociedades igualitarias despojándose de prejuicios nobiliarios. Los linajes de los mismos conquistadores y primeros vecinos de las ciudades hispanoamericanas, honrados con la hidalguía de solar conocido –a quienes no les correspondiere previamente en razón de su sangre- imbricaron tan intrincadamente sus diversas ramas familiares que sus miembros se sintieron igualmente emparejados en dignidad y nobleza. Y cuando un noble europeo pretendiese emparentar con ellos no sería el criollo quien rebajase su condición, porque los diplomas europeos poco lustre dieron en América. La nobleza criolla radicó desde sus inicios en la “noble igualdad” entronizada.

¿Qué tentaría entonces a un criollo viejo, de edad madura, brillante trayectoria y cómoda posición, a renunciar a sus convicciones igualitarias para aceptar ser ungido soberano y ceñir la corona de un reino de dudosa existencia?

Sus ancestros reales europeos fueron despojados de sus fueros y vanas pretensiones ni bien fueron aceptados en matrimonio por esa nobleza igualitaria de orgullosas y soberbios criollos, aunque alguna vieja vanidosa y tilinga proclame que la sangre no se licúa. Un simple detalle que tomarían muy en cuenta las coronas europeas, pero no la sociedad criolla, donde pesan más las sangres espesas y terrosas de Águeda y María, la de Mancho, que la azulina del godo (¿godo?) Witiza, sus principescos ancestros tudetanos y sus retoños ducales y condales. No se discute la legitimidad, por el contrario, se admite. Simplemente se ignora la jurisdicción.

¿Qué tentaría entonces al patriotismo de un criollo viejo de familia eminentemente republicana conforme la actuación de los ancestros y sus propias convicciones reiteradamente manifestadas públicamente, a veces de modo claramente desafiante, a aceptar ser ungido soberano de un reino emplazado en un paisaje de tradición poco proclive a reverenciar monarcas?

Quizás deba buscarse la clave en un paisaje distinto, en aquella Europa medieval que engendró y multiplicó príncipes cristianos, algunos que incubaron el virus de la herejía cismática, algunos infectados por la ambición desmesurada o por la soberbia desmedida que creyeron mesiánicos que era su potestad y privilegio avasallar la libertad y el libre albedrío de otros hombres y someter a esclavitud voluntades, pueblos e individuos, y a establecer para ellos y su tierra un inconsulto destino. A erigirse en emperadores amos de tierra que no fue a ellos concedida y de almas que no fueron a ellos encomendadas.

¿Qué tentaría entonces a la acción a un catolicísimo criollo viejo para impedir una invasión al territorio continental sudamericano por parte de los imperios europeos que desconocieron la suprema autoridad del obispo de Roma preanunciada a gritos por los antecedentes históricos aceptando ser coronado un 31 de mayo de 1996?

Quizás la invasión inglesa de Malvinas en 1982 estuviese más fresca en la memoria que la de 1833, y quizás esta fuese permanentemente tan recordada como las invasiones también inglesas a Buenos Aires en 1806 y 1807 o la invasión conjunta de Francia e Inglaterra en 1845, y mucho mejor conocidas que la pretensión francesa sobre Patagonia erigiendo un reino en 1860 o el tiroteo en el sector antártico argentino en 1953. Porque nadie recuerda que una gran expedición se asentó el 9 de marzo de 1535 en el Puerto de los Leones por mandato papal. El Sur es un lugar muy lejano para ser claramente recordado. Quizás un sonado crimen, el Tercer Atentado del 15 de marzo de 1995 hubiese sido el detonante. El expansionismo europeo se disputa en tierras sudamericanas. Entonces,…

¿Entonces? Entonces la batalla es global … y moral. Y no la impulsa el coronado sino el Administrador de la Creación: El décimo Mandamiento existe y debe ser respetado por fieles y herejes. Es condición para la Paz.


Sor María Ceferina.
Londres, 34 de febrero de 2056.
Ceferino24 de marzo de 2016

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