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Capítulo 2: un ExtraÑo Encuentro

2. UN EXTRAÑO ENCUENTRO

Estaba cansado de la excursión y había aprobado todo, se había despedido de David, dentro de tres días se iba a París y no le iba a volver a ver hasta septiembre. Pero lo que más le llamo la atención, fue la conversación que tuvo con Elena y su amigo. Sabía que esos ojos le ocultaban algo, pero siendo una profesora, no podía inmiscuirse en su vida, pero la apreciaba bastante, había sido una buena tutora. Solo le llegaba alguna de las frases que les había dicho ella: “No os arrepintáis nunca de ser como sois y no olvidéis en vuestra amistad, quiénes sois, dentro de poco, necesitaréis toda la fuerza posible.” Él y su amigo no le dieron importancia, sabían que el Bachillerato era difícil y quizá tendrían que reponer esfuerzo durante el verano.
Nada más llegar a casa, se duchó y estando relajado, se acostó. Su madre estaba en el piso de abajo, en el salón, hablando con la vecina de enfrente.
Se durmió enseguida, para al día siguiente poder trasnochar, todo lo que quisiera. Desde que había cumplido 16 años, su mente había empezado a cambiar, pensaba cosas raras y los pocos amigos que tenía, le decían que no había cambiado, pero él lo notaba en su interior, una energía iba fluyendo. Su corazón se había hecho más sensible y percibía cosas, que antes, un chico normal no percibiría. Desde pequeño, había sido apartado por sus compañeros, solo por el hecho de no interesarse por temas tan banales como los que solían hablar o por pararse a pensar el por qué de sus acciones y responder que no tenía que seguir a ningún líder, ni jugar a repetir lo que hace uno que se cree el jefe.
Su madre trabajaba por las mañanas y por la tarde se quedaba en casa limpiando y planchando, era estricta en el orden y la perfección. Su padre trabajaba todo el día, solo volvía a casa por la noche y apenas le veía. Para su padre, era su hijo, pero el lazo afectivo no era fuerte, solo se sostenía con los alfileres de la apariencia.
Una tarde, cuando volvía del parque, que estaba al final de la calle, vio que la vecina de enfrente le observaba desde su ventana, esa mujer era extraña, siempre se la veía con los rulos en la cabeza o paseando a ese sharpei, al que le colgaba tanto la piel , que incluso le llegaba a tapar los ojos. Brígida, así se llamaba la mujer, su madre a veces había ido a su casa a tomar café, pero nunca le había contado nada, del interior de su casa.
El jardín que había delante de la casa de Adrian, estaba verde, a pesar de que la sequía acechaba a la península cada verano. La hiedra se enredaba en las mayas de madera y en las paredes. Las escaleras del porche estaban entre dos columnas, que daban un aspecto mediterráneo y clásico a la casa. Su madre estaba de pie, tras el sofá verde del salón, viendo su programa preferido mientras planchaba y su padre todavía no había llegado.
- Hola hijo ¿Qué tal en la calle?- dijo con voz bajita y sin apartar la vista del televisor. Debajo de la ventana había una mesa de madera con grandes marcos de fotografía, era un adorno, puesto que comían en la cocina.
- Bien mamá, me voy a duchar, después me pondré con el ordenador – al no obtener respuesta, efectuó lo dicho. Las escaleras eran de madera y estaban al terminar el pasillo de la entrada. Subió al piso superior y tras la puerta de enfrente a su habitación estaba el baño.
La llave en la cerradura, anunciaba la llegada de su padre, bajó a la cocina y se preparó un tazón de cereales con chocolate, su padre estaba hablando del trabajo a su madre y sin embargo, con su entrada levantó la vista y continuó como si no hubiera pasado nada. Él se subió a la habitación, sus padres se quedaron cenando, después se tumbaron en el sofá a ver la tele.
Adrian estaba en su habitación, las paredes estaban llenas de póster de sus personajes favoritos. Estaba con el ordenador pensando en lo imprescindible que se había vuelto la tecnología para el ser humano. Estaba esperando a que le entrara sueño, pero el calor le mantenía despierto; últimamente las pesadillas no le dejaban dormir.
Las vacaciones de verano habían empezado y le gustaría salir al campo; le encantaba la naturaleza y eso en las grandes ciudades, era difícil de encontrar.
Estaba hablando con David, por el Messenger y la web cam y se reía de su trajín con las maletas; una extraña sensación de calor se apoderó de su mente, se levantó de la silla de escritorio, apagó el monitor y andando con cautela, bajó a la cocina, donde sació su sed. Se paró en el pasillo, en el cual un gran espejo le devolvía el reflejo. Su pelo estaba igual que siempre en la estación estival, con grandes reflejos rubios. Sus ojos algo enrojecidos por el sueño, eran azules como el mar revuelto.
Escuchó algo por el salón y se asomó, sus padres ya se habían subido a acostar. Algunas plantas caían sobre el mural de madera, pero no encontraba la causa del ruido. Subió las escaleras de parquet oscuro y se agarró en la barandilla de color claro.
La luz que provenía de detrás de su puerta, le extrañó muchísimo. Un sentimiento nació en su interior, una gran pesadumbre, sus piernas no se quedaron quietas, siguieron camino del dormitorio muy lentamente. A cada paso que daba, más cerca del misterio se encontraba, aunque provendría de la pantalla del ordenador, su mente denegaba esa idea, la había apagado. David seguía esperando a que su amigo volviera, no sabía que estaba pasando, pero la web cam le estaba enviando, pequeños flashes. Adrian tenía el pulso alterado, la adrenalina le corría por la sangre y solo el ruido de su respiración cortaba el silencio. Cuando iba a abrir la puerta de su habitación, iba tan nervioso que no calculó bien y se chocó contra el aparador del pasillo, entró rápido al dormitorio, para no despertar a sus padres, nada más entrar, estornudó y a causa de eso no pudo ver cual era el origen de aquella luz.
Al volver en sí, después del estornudo, se asustó porque estaba tumbado en un suelo cubierto de hierba.

Se levantó y vio que no estaba en su habitación, sino en un lugar verde. El olor a tierra mojada le reconfortó, pero a su vez le asustó mucho, el cielo tenía una ligera tristeza que aparentaba con una pequeña, gran oscuridad.
Los árboles tenían grandes troncos y la entrada al bosque se prestaba amistosa...
El camino era muy salvaje, grandes ramas y enormes zarzas crecían por aquellos senderos. Su cabeza estaba en estado de shock, debía de estar soñando.
Había frambuesas silvestres, tenía hambre y decidió comerlas, el vacío le desapareció de inmediato.
Cuando notó que el día estaba acabando, un fuerte dolor de estómago le sacudió, provenía de las entrañas, continuó andando, pero los pinchazos y los fuertes dolores en el abdomen, hicieron que se desmayara, en un pequeño claro que había en aquel frondoso y extraño bosque.
La noche se cernió sobre la arboleda y el claro comenzó a iluminarse, miles de luciérnagas cubrían el suelo en el que se había desmayado. De los árboles venían, pequeños chillidos que llenaban el lugar. Una luz blanca, procedente del aura de un ser extraordinario, empezó a surcar el aire calmado de aquella noche. La luz llegó hasta el cuerpo tirado del joven, el ser poseía alas similares a las de las libélulas, pero mucho más grandes.
La piel de aquella criatura tenía un tono más claro al de las personas. Sus mofletes estaban encendidos y el pelo rubio, recogido con tallos de hojas le caía en tirabuzones, como rayos de sol por la espalda. Sus ojos eran verdes como la copa de los árboles y su sonrisa blanca como la nieve.
El ser tenía el tamaño de un humano y con solo levantar el brazo, todos los sonidos del bosque cesaron. Su aura brillante, junto con las luciérnagas y la luz de la luna, daban un aspecto ensoñador al claro.
Con una simple palabra, ella y el joven desaparecieron del bosque, para aparecer en una habitación.
La criatura llamó a un médico y rápido la puerta de la estancia se abrió, era un ser de la misma raza que la criatura, pero en proporciones mucho menores. El color de la piel era igual, los ojos azules y el pelo le caía rubio y liso, sobre los hombros.
- ¿Me ha mandado llamar señora?- dijo el hada con mucha gentileza
- Si, Jäesmine, quiero que cuides del muchacho.
- Pero señora, es…. – la reina la miró impactante
- ¡Chhssss!, este no es lugar seguro para hablar, nadie en el mundo, debe saber que ha logrado atravesar la barrera. Ten precaución. – La reina desapareció y dejó allí a la pequeña criatura al cuidado de Adrian.

- Buenas noches Limëy – le dijo el hada masculina, que estaba esperándola al lado del trono.
- Buenas noches Sylvain, te he reunido, para decirte que algo inexplicable ha sucedido.
- ¿qué queréis decir con eso? – preguntó el hada
- Se debe evitar que Thirenae entera, se de cuenta de lo que acaba de acontecer – Sylvain la miró con una ceja levantada.
- Lo siento majestad, pero no sé lo que acaba de ocurrir.- Limëy, miró alrededor y observando cada esquina, cada columna de la sala del trono e incluso detrás de la cortina de terciopelo verde, que lleva a las escaleras de la torre, empezó a contarle.
- He recibido la noticia, de que un humano había llegado al claro y se había desmayado. He ido a por él y le traje hasta los aposentos… de….- Sylvain, carraspeó y la interrumpió.
- Majestad, podría ir a verle, os informaría de todo. – Limëy sabía que su consejero había sido también el de su padre, había estudiado artes mágicas y había llegado a adiestrar a humanos dentro de la magia, cuando todavía estaban en pie las escuelas. Pero jamás imaginó que llegaría el día de volver a ver a otro humano del otro lado.
Los únicos humanos que quedaban en esa tierra, eran los servidores de Hördínaton, que con su alma había maldecido a todo Thirenae. El equilibrio ya no existía, nada en el mundo era lógico, las criaturas se mataban unas a otras, cada vez se iban extinguiendo más pueblos y con el paso de los siglos, nadie podía frenar la ira del mal, cada vez quería más poder, la mayor parte de los magos, habían perdido sus facultades mágicas, de no poder usarlas, se habían convertido en simples almas deprimidas con cuerpo humano, eran los únicos de Thirenae que morían sin ser un acto del mal, porque al no haber magia en ellos, su organismo, a causa de la inercia genética, pasaba el tiempo, aunque en Thirenae no existía.
- Antes de ir a verle, me gustaría que me contaras lo que le preocupa, Limëy, no debéis agobiaros. ¿qué os ocurre?- la Reina le miró, sus ojos verdes se empezaron a encharcar y las lágrimas comenzaron a descender por sus blancas mejillas.
- Tengo miedo. Temo por La Tierra, por todo lo que pueda suceder, el humano está soñando, como todos los que nos visitan, pero si se ha aparecido físicamente, en vez de quedarse en la sala del sueño, es que le han trasladado y aparecerá de verdad.
- Esté tranquila majestad, tranquila, que sabrá llevarlo como en los sucesos anteriores.
- Estás muy equivocado Sylvain, mi cabeza ya está agotada y siento que mi poder se va , pero no sé donde.- Sylvain la miraba impactante
- Poco a poco voy perdiendo fuerzas, algo detrás de la zona prohibida, me está robando mis poderes, necesito ayuda o si no, veo que mi reinado está llegando a su fin.
- No diga eso majestad, lleva más de 5 siglos gobernando y espero que sean muchos más.
- Llevo tanto tiempo por la maldición de ese loco, nos ha metido en la desgracia y las penas que está haciendo pasar a la gente, lo va a pagar muy caro
- Le daremos su merecido majestad, los refuerzos si se hacen rogar es que serán poderosos y juntos acabaremos con ello.
- Gracias por tu honra Sylvain. Tengo que consultar al consejo y además creo que pierdo facultades, llevo una temporada muy larga que no tengo premoniciones. – El consejero, de piel algo más oscura y cabellos rubios, aparentaba los sesenta años de la raza humana, la miró con sus ojos amarillos y la reina se tranquilizó al ver aquella paz en ellos.
- Gracias Sylvain, por no fallarme nunca
- siempre le seré fiel, su majestad.
La reina apareció en la habitación de Adrian, pero esta vez con Sylvain, observaron que el humano estaba despierto y tenía a Jäesmine agarrada por los brazos, estaba hablándola y preguntándola cuando se iba a acabar ese sueño.
Limëy, se acercó y miró a Sylvain, éste se explicó:
- Bienvenido al reino de las hadas, estás en Thirenae, la tierra de los sueños, para los de tu mundo. Soy Sylvain, consejero de la corte y sospecho que has sufrido una intoxicación, al ingerir frutos de plantas mágicas salvajes.
- ¿Territorio de las hadas? ¿Sylvain?... me estoy volviendo loco.- decía Adrian asustándose.
- ¿Cómo has entrado aquí?, ¿Quien te envía?- le cortó el consejero.
- ¿Cómo que estoy en Thirenae? ¿por qué estoy hablando con hadas? ¿esto existe de verdad? ¿es un sueño? ¿las hadas no son más pequeñas?- Jäesmine soltó una carcajada que se oyó como un chillido agudo.
- Las hadas somos de distintas proporciones, pero mayoritariamente somos muy pequeñas. Sin embargo, la familia real, junto con el consejo y sus sirvientes, somos más grandes dado a nuestras raíces élficas.- explicó Limëy
- Parece ser que gente de tu mundo, están aliados con Hördínaton y éste quiere reunir fuerza suficiente, para agrupar personas y destruir los mundos. – dijo en esta ocasión Sylvain
- ¿mundos? Si solo hay uno
- Si, hay uno, pero dividido en tres. El humano, el mágico y el de los muertos, que está dividido en dos – Adrian miraba todo extrañado.
- ¿por qué habláis mi idioma? – las hadas se miraron, Limëy se sentó en el regazo de la cama y acariciándole la mejilla le dijo:
- Estás soñando y las barreras traducen nuestra lengua, pero si algún día entrara alguien en realidad, no lograría entenderse con nadie.
- ¿Tengo que encontrar a esas personas? – Sylvain se explicó:
- No solo encontrarlas, sino descubrir las armas que les puedan servir, para concluir sus hazañas.
- ¿Cómo lo voy a hacer?- La reina le sonrió y con un dedo le apuntó, le cambió totalmente las vestimentas.
- Algo o alguien te ha metido en este lío y ahora no podrás salir del embrollo. Soy Limëy, la Reina de las Hadas, cuando consigas encontrar a la persona que te ha enviado a esa otra época y que sabe crear un portal, ven a visitarme, toma intensa precaución.
- ¿Cómo que otra época? ¿Cómo voy a saber quién es? ¿dónde está?
- Cuando una mente atraviesa tanto las barreras del mundo es porque ha sido trasladado en el espacio y en el tiempo, sin conciencia de ello. En cada época de tu mundo hay personas que saben abrir el portal, y más desde que el Majësh les envía, el servidor de Hördínaton estará cerca de donde estás, quizá no sepas quien puede abrir el portal, pero el servidor, debe tener un lugar por el que ha entrado y por allí debe salir.
- ¿Entonces estoy durmiendo y además en otra época de mi mundo?
- Exacto, alguien te envió allí, haré que te despiertes- dijo Limëy

Adrian se miró en un espejo que había en la habitación, pero no le devolvió el reflejo. Jäesmine, con su cuerpo de niña pequeña, se despidió de Adrian.
Limëy le apuntó con un dedo y susurrando, se abrió un remolino de colores que lo confundió mucho más. Su mente daba vueltas, lo último que recordaba era como cayó al suelo, profundamente dormido, pensando en ese extraño encuentro que había tenido dentro de sus sueños.

Davatar04 de julio de 2008

1 Comentarios

  • Harmunah

    Al principio el cap?tulo me estaba atrapando. Cuando Adrian llega al nuevo mundo se vuelve algo confuso.. y hasta el final no se aclaran las cosas. La trama es muy buena, aunque me parece que no has sabido transmitirla demasiado bien. Noto la redacci?n muy floja y muy superficial. Necesitamos saber m?s de lo que Adrian piensa o siente...

    Adem?s las escenas se suceden demasiado deprisa... a veces tener tanta prisa para llegar a contar algo estropea la historia.

    No me malinterpretes, Davatar. No me considero una escritora demasiado buena ni creo ser mejor que nadie. Es s?lo que me gusta tu idea, y creo que podr?a terminar en un relato much?simo mejor de lo que est? siendo. Escribir no es f?cil. Debes empezar por ver tus fallos e intentar corregirlos. S?lo as? se aprende.

    Si crees que me entrometo donde no debo y que no soy nadie para dar consejos, puedes dec?rmelo y dar? mi boca por cerrada.

    Espero poder seguir ley?ndote y que poco a poco tu historia vaya mejorando en esos detalles que fallan.

    Un saludo.

    06/12/08 01:12

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