Lo hice, finalmente lo hice, le dejé ir. Fue un día doloroso y punzante, mi cerebro pedía a gritos acabar con el sufrimiento y mi corazón quería intentarlo las veces que hicieran falta hasta que funcionara. Mi alma estaba ahogada en llanto, pues el dolor se apoderaba de ella, una indescriptible punzada me impactó en el pecho cuando dejamos de hablar, cuando consideramos que ya habíamos sufrido suficiente. ¿Mereció la pena? Si no me siento mejor, siento que me ahogo, siento un dolor espantoso, siento cadenas que someten a mi corazón. Él está feliz, ¿no debería ser suficiente? ¿no debería bastarme su felicidad para saber que hice lo correcto? No me siento bien, el dolor es demasiado profundo, el corazón está desgarrado y el cerebro me reprocha el haber dado tantas oportunidades a algo que no funcionaba. No sé qué camino seguir, no sé qué hacer para que esta carga deje de pesarme, no sé a quién pedirle que esta pena profunda se pase, por dios, si he hecho algo malo en la otra vida lo lamento, de verdad, pero no creo que merezca esto. Siento un nudo en la garganta, siento una angustia crónica, una tristeza tan desgarradora que hacer la mínima actividad se me hace un mundo. Se acabaron las mariposas en el estómago, se acabaron las sonrisas, las tardes de diversión, las conversaciones profundas y los 'te amo', se acabaron los 'para siempre' y los nombres de nuestros hijos, se acabaron el éxtasis y la felicidad. ¿Si tengo algo que reprochar? Me lo reprocho a mí misma, perdí el control de la situación, me expuse demasiado y le mostré la yugular al lobo, es hora de pagar el precio del amor.

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