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Apagado

Anochecía, el pibe iba caminando por las calles irregulares de la villa, armado con una carpeta y un lápiz. Hoy estaba contento, venía de la escuela con un nuevo amigo ganado y con el esfuerzo de su viejo bajo el brazo. El disparo se escuchó de cerca, era común a estas horas de la noche. El farol improvisado que iluminaba la calle, de pronto, se apagó, pero el pibe seguía caminando, iluminado por la luna que, esta vez, era grande y bien redonda. Una silueta se adivinó a lo lejos, se acercaba rápido al pibe, se acordó del disparo y se asustó. Cuando lo cruzó, no se animó a mirarlo a los ojos, lo que miraba era el arma. Pero pasó de largo y el pibe se tranquilizó un poco. A pocas cuadras de su casa, lo esperaba su viejo y su hermanita, seguramente con algo caliente. El puñetazo lo sintió de atrás, como un relámpago de dolor, que lo atonta y lo pone de rodillas. Quedó tirado un rato, como dormido. Despertó con los ojos llenos de lágrimas, porque es despertarse y saber que lo que se ganó con esfuerzo, ya no es suyo.
Ezer25 de septiembre de 2010

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