Y en uno de esos momentos
en los cuales
la realidad de las cosas
parece manifestarse
eléctrica,
iluminante,
como un relámpago
que parte la noche
y nos despierta
y nos saca de la comodidad
de las sabanas limpias
y el perfume de jazmín
de un incienso barato,
un pensamiento se fijo
en mi mente
como un mosquito
sediento,
incansable,
eterno.
En cien años,
nadie, absolutamente nadie,
de las cientos de millones
de almas
que hoy transpiramos
bajo este sol inagotable,
vivirá.
Cien años
para este planeta
son como dos cigarrillos
en una noche lluviosa
con lo justo para preparar
un negroni
y una herida fresca
en el corazón:
casi nada.
Como treinta minutos
en el aeropuerto
despidiendo
a las piernas mas lindas
con que haz tenido el gusto
de dormir
y despertar:
nada.
En cien años,
en ese abrir y cerrar de ojos,
estaremos todos
dos metros por debajo
o contaminando algún mar
si la cursilería nos obliga
a quemar lo que quedaba
de nosotros.
Y sin embargo,
nosotros,
la mínima expresión humana,
pasamos los días
preocupados
paralizados
terrificados
con el resultado
de nuestras acciones
cuando en realidad
nada cuenta
ni nadie cuenta.
Haz que valga la pena,
nadie lo recordara,
de todas formas.
