Un par de mandarinas
casi podridas
contaminando el aire
dentro de una bolsa
sobre el mármol de la cocina
y una pila de platos sucios
esperando la llegada
del mesías.
La televisión,
vomitando ruidos
y sonidos
proyectando imágenes
de alguna vieja película rusa
ilumina la habitación
con flashes intermitentes
mientras las persianas
alla afuera
golpean contra las paredes
y se dejan conquistar
por el viento
y la tormenta.
Una mosca
negra y gorda
vuela cerca de mi nariz
haciendo mucho ruido
y se posa sobre mi Campari
mirándome desde el interior
de miles de ojos oscuros como la noche
y la veo sonreír,
caminando
en perfecto equilibrio
en lo mas rico
de mi propiedad privada.
Afortunados los insectos,
bichos sin dios
ni esperanza
ni fe ni deseo
llenos de pedazos crujientes
viviendo el instante
hasta que la vida se les escapa
y entonces
simplemente
dejan de existir
y todo se resuelve
y todo es silencio
al fin.
