Cada vez que quería un rato de soledad, iba a aquel lugar. No sabía por que, pero le blanqueaba la mente. Los aromas se desprendían de las flores y caminaban derecho hacia el. El pasto verde resaltaba los colores, los pájaros cantaban sin cesar acompañado por el zumbido de las abejas, y los rayos del sol reflejados en los picaflores. El mar se confundía con el cielo, al igual que sus miedos, con sus pensamientos, y sus esperanzas. Todos formaban una masa homogénea sin sentimientos. Todo daba una falsa sensación de paz. Tan hermosa como era, tan peligrosa también. Las patas cortas de las mentiras lo acosaban al cabo de un rato; y las ilusiones también intentaban escapar a estas, pero ellas lo lograban. Tan rápido como se formo la masa homogénea, las partes se separaban extinguiendo todo lo bueno y haciendo que lo malo se luzca, omnipresente, hasta homogeneizarse otra vez. Hermoso de a momentos, excesivamente malo en otros, todo una gran mentira. Igual que ella.
