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Policía por un Día

Policía por un día

La claridad del día se colaba entre los grandes ventanales. Y ahí estaba él, sentado en el sillón que presidía el amplio despacho de su caserón de verano, rodeado de un vetusto escritorio y un sofá de cuero blanco. Permanecía inmóvil, intentando concentrarse.
Se juró para sus adentros que iba a descubrir al asesino de su madre. Conocía perfectamente a los pocos invitados de la fiesta de despedida de la noche anterior. Había un par de claros sospechosos. El número uno, su padre, por despecho. El mismo que les maltrataba en la infancia, y entonces tenía que refugiarse en lo brazos de su amorosa y maltrecha madre.
Pobre Marlene; qué decir de ella.... Ese mismo día iba a partir en una nueva vida sin sufrimiento junto a Sophie, una modelo veinte años más joven, a la que aparentemente, sólo le interesaba su abundante dinero. Otra sospechosa, puesto que ya había conseguido, la mañana anterior, una íntima ceremonia de casamiento en el ayuntamiento.
Se sentía irreflexivo, suponía que por el dolor tan rompedor, de perder envenenada a una madre. Así, de repente, sin tiempo para despedirse. Estaba conmocionado, aturdido, resacoso; Apenas recordaba nada de cómo se quedó dormido. Y eso que bebió bien poco.
La poca atención que había puesto en sus pensamientos se esfumó al oír llamar en la puerta; se abrió y entró Nicolás, el atormentado mayordomo, que se quedaba sin trabajo. Con una hora y media de retraso, le anunció la llegada del inspector.
Jean, se levantó del sillón, y le hizo pasar con un gesto, malhumorado, ya que él mismo quería hacer su trabajo: averiguar quién era la persona responsable de haberle arrebatado lo que más quería, con diferencia, en este mundo: su madre.
-Buenos días, soy el prefecto de la policía de Normandía mesieur Adrién Lebarau.
-Buenos días inspector, soy Jean Fournier, -contestó estrechandole la mano- el hijo de madame Marlene, y voy a ayudarle a detener al culpable.
-Muchas gracias, pero los indicios apuntan a un suicidio. ¿Por qué lo descarta?
-Porque mi madre, ayer, dejó atrás una larga y difícil etapa y hoy iba a empezar una nueva; feliz y libre.
-Me ha dicho el forense que la causa más probable de la muerte, es la altísima concentración en sangre de ansiolíticos, mezclados con abundante alcohol. ¿Quién usa ansiolíticos en esta casa?
-Mi madre, exclusivamente. Siempre ha padecido mucho estrés y crisis de ansiedad.
-Luego quien la mató sabía dónde encontrar las cápsulas. ¿Quién más podía saberlo?
-Pues a ver... -Jean se detuvo, mientras intentaba meditar, encendiéndose un cigarrillo-... no puedo pensar con mucha claridad, pero yo creo que mi padre, Sophie
, Nicolás y yo mismo. Hace años que las dejaba en el primer cajón del baño de su dormitorio.
-Bien, bien, bien...-balbuceó el prefecto, rascándose el mentón- permítame que vaya a inspeccionar el dormitorio.
-Vaya, e indague todo cuanto pueda, entre tanto, tomaré una aspirina.
El inspector, antes de salir, siguiendo su instinto, una corazonada, se escondió detrás de las cortinas.
Parecía contradictorio, pero Jean se sentía cada vez peor. Menos mareado, pero con una acuciante sensación de vértigo. Vértigo a lo desconocido. Un vértigo, que anticipaba el miedo.
Se sentó de nuevo, y con voz conciliadora le susurró al mayordomo:
-Nicolás, tú que me quieres, y me has protegido siempre, quiero hablar contigo.
-Dígame señorito.
-Estoy aterrado. No recuerdo mucho más de momento, pero de lo último que me acuerdo es de decirle a mi ya inerte madre en su cama: - O conmigo para siempre, o con nadie más-; y disolver las últimas cápsulas en mi champán. Rápido, prepárame las maletas.
-No hará falta señorito Jean -interrumpió el inspector, volviendo a la escena- he de darle la enhorabuena. Prometió descubrir al culpable, y lo ha hecho. Sin esta confesión yo no tendría, todavía, asesino. Mis agentes le llevarán a la gendarmería, donde le tomaré declaración. Queda usted detenido.
Formateo14 de junio de 2017

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