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Quien Paró El Correr de mi Tiempo...

Detuve mi tristeza como si el tiempo hubiera sido el que paró. Palpaste mi mejilla con tus dedos, aunque yo seguía cabizbaja. De repente, tu mano estaba tocando la mía, y tú estabas dibujando una sonrisa de consuelo en tu rostro, la cual vi de reojo. Aún seguía triste, aunque mejoraste mi ánimo. Levanté la vista tímidamente y me hipnotizaste, con aquellos profundos ojos azules. Luego te acercabas más, y más, mientras estabas palpando mis labios con tus dedos, y tu mano izquierda pasó a estar en mi cintura. Terminamos por jugar a quien no parpadea, porque ambos estábamos bamboleándonos en la mirada del otro. No hubo otro sonido, quien reinaba era el silencio y nosotros éramos sus esclavos. El tiempo se había parado, el día se confundía con la noche, y la luna con el sol. Mi corazón latía arrítmicamente, pero hasta mi mente imaginaba un latido paralelo, el cual correspondía al de tu pecho. Llegué a palpar tus labios con mis dedos, como intentara dibujarte una expresión diferente. Te acercaste aún más que antes, y tus ojos se hacían grandes, chocándose junto con los míos por una fuerza invisible y tal vez algo inquietante. Sólo aguardamos un segundo más contemplándonos, y luego sólo necesité inclinarme un poco para volver a renacer, para detener el tiempo y volver a empezar, para deshacer todo mi pasado y volver a escribir mi vida, esta vez con un plumón diferente, y con una persona que sería mi compañero dorado. Tus brazos me rodearon y los míos te rodeaban a ti, buscando un abrazo eterno, como si así se hubiera borrado todo lo que ocurrió en las noches pasadas. El perfume de las flores se confundía con el tuyo, el aire que respiro se embrollaba con el tuyo, y las acaricias que dibujaba en tu cuerpo se mezclaban con las tuyas. Entonces hundiste tu mano en mi cabello, continuaste dibujando un recorrido como si tus labios fueran un lápiz, y mi piel fuera tu papel. Llegaste a mi cuello y oí tu respiración, que podía interpretarse como mis internos suspiros de cada día. La noche se volvía seductora y atrapante, los gritos se volvían dulces cánticos, y hasta la misma muerte resultaba agradable y hermosa. Y así sería hasta el amanecer, y por el resto de nuestras vidas.
Gabiii1424 de diciembre de 2011

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