TusTextos

0o Kanninshiso O0

Yo sigo habitando aquí, en esta pequeña y enorme a la vez parte de tu mente en la que siempre es de noche.

Al principio no había nada, todo era oscuridad y estaba sola.

Esperaba día tras día sin que la rabia y las ganas de venganza dejaran de tener fuerza en mi interior.
Al principio caminaba, intentaba mantenerme en movimiento por si percibía algún color, alguna sensación, algún sonido.
Pero no hallé nada de eso, porque tu aun no estabas conmigo.

Cuando pasaste a estar en un plano espiritual semejante al mío, el cual propiciaría nuestro encuentro, comencé a escuchar el sonido de mis pasos.
No sabía donde podían rebotar aquellas ondas sonoras, pero me daba igual, porque a medida que tú te acercabas, sentía el suelo debajo de mis pies con más fuerza e incluso comenzó a hacer frío.

Una vez te tuve completamente localizada, me centré en tu existencia. No podía ver nada, pero tus pensamientos fluían hacia mi con una facilidad pasmosa en cuanto me concentraba un poco en la operación.

Así fui conociendo donde te encontrabas tú, y por deducción, donde demonios me encontraba yo. Y aunque podías ver donde pisabas y tenías el regalo de tener todos tus sentidos operativos, estabas aun más perdida, más cansada, y habría dicho más hambrienta aun que yo. De no ser porque entonces, fue cuando me di cuenta de que a pesar del tiempo que llevaba sola, nunca había tenido hambre, ni tan siquiera algo de sed, sólo una especie de idea nublada en la mente que incurría en una extraña necesidad que no me dejaba tranquila.

Sólo me sentía despejada cuando pensaba en ti. Y era bastante irónico que prefiriera pensar en otro ser que no fuese yo, dada la que era mi situación.

Por como entendías el mundo que te rodeaba, me enteré de que tus semejantes tenían a tus ojos,una inexplicable tendencia a formar grupos. Y aunque en el fondo una parte de ti entendía ese comportamiento para facilitar la supervivencia, me sorprendió que siempre hacías lo imposible para no imitarlo.

Con el tiempo, los pensamientos sobre la inutilidad de mi existencia, y la impotencia de no saber como acabar con ella se fueron alejando de la línea principal de mis cavilaciones. Porque, en el lugar en el que estabas, y con la posición social que tenías, en el guión de tu vida no constaban muchos quehaceres, y me aventuraría a decir que ninguno.

Aun así siempre te pasaba alguna cosa o pensabas en algo. Aunque te tirases quejándote una semana, a mi me valía. Porque gracias a ti sabía cuando pasaban los días, cuanto duraba una hora, y sus minutos y sus segundos, y todo gracias a que tú lo sabías también.

Y llegó el momento, en el que estabas tan cerca de mi que podía ver aquello que tu veías. Solías pararte a la orilla del río y pasarte horas sentada observando tu aspecto. A menudo, pensando en como demonios algunos de tus atributos principales, podían haber adoptado aquellas tonalidades tan poco usuales.

Tardaste mucho en reconocer y aceptar tu propio reflejo, pero hablando en términos de uso del río, me sorprendió más lo muchísimo que tardaste en comenzar a beber a pesar de la tremenda sed que tenías.

Sólo lo hacías cuando ya ni te tenías en pie, y jamás si había alguien en los alrededores. Esperabas, a que estuviese todo desierto, y aun así bebías rápido y con ansia sin dejar de mirar a los lados por si alguien se acercaba.

Aun hoy pienso, aunque creo que nunca te lo comento cuando estamos solas, que bebes muy poco para lo que en realidad necesitas.

Advertí dentro de ti, el espacio hueco de un gran espíritu de lucha que se había evadido sin dejar rastro.
Y aunque no así había actuado tu capacidad de liderazgo, no parecías tener la más mínima intención de hacer uso de ella.

Estabas muy confundida, por todos aquellos pensamientos que cruzaban tu mente absolutamente en contra de tu voluntad. Creíste volverte loca, pero por más que querías rendirte y aceptarlo, nunca conseguías llegar a estarlo del todo aunque lo desearas.

Así que, buscaste un lugar con sombra en un callejón y decidiste quedarte quieta. Te quedaste inmóvil muchísimo tiempo. Abandonándote a lo que escuchabas, haciendo uso de esa capacidad de adaptación, que empezaba a ocupar tanto de ti, que podría haberse dicho que en ese estado era todo lo que eras.

Pero sin mediar palabra o pensamiento diferente, te pusiste en pie, sin dejar de escuchar, como si fuera una radio de fondo que jamás abraza la dicha del silencio.

Te sentaste al borde de un ruinoso puente que cruzaba el río, con ambas manos sobre tus rodillas, y tras mirarlas comenzaste a observarte de nuevo en el agua.

Como acto reflejo yo me miré las mías, y cual fue mi sorpresa, era capaz de verlas.Todo era gracias a una tenue luz que descubrí venía desde arriba. Cuando alcé la vista, me inundó la emoción al ver sobre mi un cielo plagado de estrellas, que parecían caminar brillando unas más que otras.

Pero también el frío que sentía sobre mi piel había comenzado a recorrerla de forma distinta, como acariciándola lentamente, como, si estuviese en el agua.

Te habías arrojado al río.

No con intenciones suicidas, sino para comprobar si las voces se escuchaban menos allí. Pero al comprobar que no era así montaste en cólera y tu mente gritó “¡Callaos de una puta vez, estoy cansada, y tengo sueño!”.

Las mentes de las que procedían las voces entraron en un estado de pausa al percibir la presión que la tuya ejercía sobre ellas. Los cuerpos que las contenían se detuvieron, pero lejos de callarse, arrojaron a los cuatros vientos gritos y alaridos de temor y miedo.
Los oídos comenzaron a dolerte, y se te acabó el aire así que subiste a la superficie.

Comenzaste a caminar empapada solo para comprobar que todos tus semejantes se habían quedado quietos como estatuas.

Con el paso de las horas, comenzaste a darte cuenta de que eras la única que aun se movía, pero tus piernas se iban sintiendo débiles, y los huesos de tus rodillas parecían bailar unos sobre otros sin saber como encajar bien.

El desconcierto se apodero de ti, porque para tu persona el mundo seguía siendo como era hacía apenas unos momentos, con todos sus luces, colores, sensaciones y sonidos, incluidas las voces que nunca cedían a su empeño por molestarte.

Cuando caíste al suelo, seguiste buscando alguna que siguiese igual que siempre. Fue entonces cuando me saludaste, y me preguntaste que había pasado.

Yo te dije que lo ignoraba, y tu desechaste la idea de conseguir cualquier tipo de respuesta de mi.

Deje de ver y sentir nada, estabas inconsciente. Pero pronto la sensación metálica de una espada en tu mejilla te despertó.
La portaba un tipo vestido de negro, que te miraba como si no entendiera que era el ser que observaba, o como si esperase que fuese algo más de lo que eras.

Te hizo levantarte sin retirar su arma del campo de ataque a tu cuello y te preguntó que había pasado.
Al principio no te importó la idea de que te rajasen el cuello, así, fijo que las voces te dejaban en paz, algo que considerabas ya imposible.
Pero luego pensaste sobre el hecho de que aquella personas podían quedarse así para siempre, y deseaste que al menos volviesen a moverse.

El apretaba el arma contra tu carne y te hizo un pequeño corte que empezó a sangrar. Yo notaba una molestia en el cuello, en el mismo punto.

Y pensé, “¿Quereis moveros de una vez?”.
Ante la atónita mirada de aquel ser, todo el mundo comenzó a moverse con normalidad, excepto los que miraban asombrados, como él te amenazaba con el arma. Ante la situación, la acabó por envainar.

Después de pedirte disculpas, respondió al rugir de tu estómago dándote el almuerzo que llevaba para si. El cual aceptaste en silencio mientras le mirabas alejarse, después claro, de haberse presentado.
Me sorprendió que fueses a un lugar apartado, sólo para deshacerte de él sin probar bocado, a pesar de lo hambrienta que estabas.

Ya no sólo me entretenía con tus pensamientos, lo hacía mirando las estrellas y haciendo dibujos mentalmente con ellas.
Pero pensé, que quería más. Quería una luna como la que tu veías para acompañar a mis estrellas. Quería un río en el que poder mirarme como lo hacías tu. Quería.... dejar de tener aquel frío que me calaba los huesos continuamente.

Sin saber porque, por primera vez estaba cansada. Creo que caí en un sueño profundo, y sospecho que tu lo hiciste también.
Al despertar, sentí una leve calidez sobre mi mejilla y brazo derechos. Cuando alcé la vista, descubrí un farolillo chino de color rojo. Estaba muy cerca de mi, y por supuesto encendido. Parecía flotar en el aire sobre un pequeño charco de agua.

Me abalance sobre él por el simple hecho de que me hacía una tremenda ilusión tocarla.
Fue entonces cuando vi mi reflejo por primera vez en mucho tiempo.
Sinceramente, nunca te voy a decir que se formó una sonrisa irónica en mi rostro, pues vi el increíble parecido que guardamos.

Al haber sido la única que quedó en pie junto a ti en aquel incidente, pareciste cobrar un interés especial en mi.
Solíamos charlar durante horas cuando te sentabas a orillas del río. Te comentaba todas aquellas cosas que echaba de menos, en definitiva, todas mis penas, que dejaban a las tuyas reducidas a meros suspiros que se llevaba el viento.

Cuanto más nos interesábamos la una por la otra, más crecía aquel charco. Se alargaba y alargaba y nuevos farolillos surgían por encima de él.

Sin embargo no era el río que ansiaba, ya que el agua estaba estancada y no hacía ningún ruido. Aun así, comencé a relacionar la aparición de este tipo de fenómenos en el lugar donde yo estaba, con el desarrollo del vinculo que ahora nos unía.

Tal era, que una vez te sugerí que debíamos intentar encontrarnos. Porque, yo te sentía cerca, y a pesar de lo grande que era el lugar en el que tu estabas, yo empezaba a estar segura de que aquel en el que me encontraba yo, no tenía que estar muy lejos del tuyo.
No sin pensártelo mucho accediste, es posible que más por aburrimiento que por ganas.

Como podía ver lo que tu veías, te iba guiando hacia el lugar donde yo sentía que te acercabas más a mi. A cada paso que dabas mi nivel de excitación ante el posible encuentro aumentaba.
Me pareció curioso, dada la gran ración de odio y sed de venganza que ambas albergábamos en nuestro interior. Pero no era malo tener sentimientos diferentes a aquellos de vez en cuando.

Siguiendo mis indicaciones, llegaste a una zona bastante apartada y me atrevería a decir peligrosa, de aquel lugar en el que vivías llamado Rukongai.

Al fin sentí tu presencia frente a mi. Como una persona que mira a otra cara a cara, solo que tu eras más alta claro. Así que tenía que alzar algo la vista para cruzar mi mirada con la tuya. Sin embargo aunque por fin te veía frente a mi, aunque por fin podía observar tu aspecto de cuerpo entero, cosa que tu reflejo en el río no me permitía, tu cara de decepción llegó a sobrecogerme.

Tu mirabas a un lado y a otro como buscándome, y aunque yo te decía que estaba justo frente a ti, tu solo pensabas continuamente “¿Pero donde?”.

Decidí mirar a través de tus ojos para ver en que estaba fallando mi tan ansiado encuentro contigo.

Tuve que hacer esfuerzos para no llorar, o eso creí, porque ahora se que yo nunca haría algo como eso. A no ser claro, que fuera por un motivo muy marcado que en ese momento no se estaba dando.

Tú, solo sabías que te encontrabas en el interior de las ruinas de una casa, con numerosas grietas en sus muros y agujeros que dejaban pasar los rayos de tu sol a través de lo que antaño fue el tejado.
Uno de ellos, se abalanzaba sobre una espada que supuse por su posición, habría sido arrojada al suelo hacía muchísimo tiempo.

Una mezcla de arena, polvo y fragmentos de paja la cubrían en ciertas partes, dejando entrever el metal del que estaba hecha en ocasiones a lo largo de toda su longitud.

Estaba donde yo había calculado que me encontraba.

Así que era eso. Yo no era como tu, nunca caminaría a tu lado como igual, me sentaría a tu lado en el puente del río o acudiría en tu compañía a alguna fiesta del Rukongai.
¿Qué demonios era yo?. En eso momento nada que te interesase o valiese de algo según tu perspectiva.

Cerré los ojos y cuando los volví a abrir, la luna brillaba aquí en mi mundo. El caudal del riachuelo comenzó a crecer mientras el agua por fin corría chocando con unas oportunas rocas que aparecieron sumergidas en su interior. Aquello tendría que haberme alegrado, pero no fue así cuando volví mi mirada hacia ti.

Diste media vuelta y te marchaste. Desde ese día me hablaste o buscaste cada vez con menos frecuencia. Mis estrellas brillaban menos, a veces la luna no aparecía durante días y el agua se paraba mientras que algunos farolillos mantenían a duras penas una llama agonizante en su interior.

Llegué a la conclusión, de que cada cosa que tenía, estaba allí porque tu me la habías dado.

Paso el tiempo, y alguna que otra vez volviste al lugar en el que yo estaba, imagino que por curiosidad. Pero para mi suerte, tuviste que vivir en una época convulsa en la que en los distritos cercanos e incluso en el tuyo, tus semejantes eran atacados por extrañas criaturas.

A menudo, seguías y observabas a aquellos tipos de negro en acción cuando marchaban a su caza. Te quedabas medio embobada mirando sus espadas, y pensabas en mi, aunque en aquel entonces, no sabías que era yo.

Es posible, que del pensamiento de autoprotección de tu mente surgiera la necesidad de ir a buscarme. En aquellos tiempos, ¿Qué mal podía hacer el tener algo con lo que poder cortar a otros o a cosas en dos?.

Así fue como llegamos a estar juntas.

A veces pienso que por necesidad, otras y en un modo más romántico, que fue debido al destino. Cuando miro por la ventana de la habitación en la que suelo estar más tiempo, me fijo en los grandes cambios que ha habido. El río hoy día es inmenso, y desemboca en el mar. Mi mundo tiene playa, campos de cultivo y una ciudad de pintorescos tejados orientales, que es iluminada permanentemente por diferentes tipos de farolillos.

Aquí jamás amanece, el único sol que conozco, es el tuyo.

Tardaste un tiempo en saber que yo estaba siempre contigo, cargada a tu espalda con aquel trozo de cuerda vieja. Sólo tras volver a encontrarte con aquel tipo de negro, que resultó ser un tal shinigami , decidiste convertirte en uno de ellos.

Total, algo de cómo manejarme sabías debido a una derivación que practicabas conmigo todos los días, de las clases de esgrima a las que asististe en vida. En la academia nos convertimos en una, y así es desde entonces.

Todo aquello de lo que dotas a mi mundo, puede ser sometido a mi voluntad al instante.
Sin embargo sigo sola aquí. No hay nadie más. Ignoro quienes encienden los farolillos cuando estos se apagan. Ignoro quien cultiva los campos que dan fruto, a pesar de que no hay luz del sol para que las plantas germinen. Quien deja la comida preparada sobre las barras de los restaurantes y puestos ambulantes a cualquier hora del día, o quien construye continuamente casas de cuyas fases de edificación soy testigo.

Da igual a cuantos de tus enemigos mate, da igual cuantos pedazos de sus almas me lleve de recuerdo. Nunca podré aunque sea reanimarlos aquí para mi ni un instante.

A veces escucho música de flautas y tambores, pero cuando me apresuro para saber de donde viene, parece alejarse o cambiar radicalmente la dirección de la que procede.

Sólo a la hora de cenar aparecen todas. Salen arregladas de las casas de mi ciudad para asistir a la gran cena. Aunque las busque durante las horas de tu día en las casas en las que deduzco que habitan, no las hallaré. Sólo aparecen a la hora de cenar, cientos y cientos de tus otros yo. Tu yo niña, tu yo adolescente, incluso tu yo algo más adulta. Cientos y miles de recuerdos de tu cabeza, que acuden corriendo a un banquete que dura toda la noche de tu mundo. Allí, en lo alto de la montaña, hay un palacio que me pertenece. Y es allí donde me rodeo de ellas noche tras noche.

Pero supongo que aunque te conozca así de bien, lo que de verdad ansío, es estar a tu lado como una igual. Pero no puedo, porque soy una existencia diferente.

Aunque me gusta que camines bajo el sol por el Sereitei conmigo a tu espalda, sujeta ahora con una cuerda decente claro.

En los día de lluvia, prefieres tener el detalle conmigo de atarme a tu cintura y protegerme con tu capa del agua. Ese tipo de pequeñas cosas, son las que me gustan de ti.

Hace tiempo decidí, que el motivo de mi existencia era la protección de la tuya. Derrotaré a todos y cada uno de los enemigos que me pongas por delante. Aniquilaré cualquier dificultad que aparezca en tu vida y esté a mi alcance, con la esperanza, de que algún día llegues a ser realmente feliz. De que algún día, abras por fin tu corazón y en esta ciudad aparezca mucha más gente conmigo.

Pero eso son cosas, que nunca voy a decirte.

Henkara17 de agosto de 2009

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