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La Cárcel de Hielo

El hombre miraba a los clientes de aquella mesa (quizá por que era la única mesa ocupada en toda la cafetería de la estación) con indiferencia, pero con cierta desconfianza. Posiblemente pensaba que ya habían pasado más tiempo del necesario ocupando la mesa para consumir un zumo y un par de tostadas. Actitud algo estúpida la del hombre, teniendo en cuenta que no acostumbraba a tener demasiada clientela, y que ellos tampoco estaban molestando a nadie. No obstante, desde aquellos ojos viejos, tras las gruesas y destartaladas gafas, todo parecía censurable.
–Como te iba diciendo –prosiguió uno de los clientes, después de darle un bocado a su tostada–, todavía no puedo creer que esté aquí. Quiero decir que es muy extraño. Todo lo es.
Su interlocutor le miró impasible y arqueó una ceja. Este hecho es importante, pues nos permitirá identificar al personaje a partir de ahora.
Así que el cliente que arqueó una ceja permaneció impasible. Al ver que su compañero no continuaba hablando, dijo:
–¿Qué quieres decir?
–Bueno, en realidad no lo sé. Supongo que es la situación. Este lugar. El instituto, la gente, este pueblo. Me siento como si flotara sobre todas estas cosas. No soy capaz de palparlas, pero ahí están. Es como si todos esos elementos hubieran chocado entre sí para crear un mundo aparte que ocupa un lugar en mi vida, pero es demasiado surrealista. Como un gran escenario de teatro en el que todo es de mentira. La gente actúa. Pero no como si actuara, sino que simplemente todos parecen formar parte de un gran montaje creado por alguien. Como si nadie se diera cuenta. Eso es lo que quiero decir.
–Entiendo. Así que un escenario.
–Un escenario hilarante y absurdo. Fíjate en esos naranjos de ahí fuera. Parecen salidos de una película o algo así. ¿Qué pintan en un lugar como este? ¿De dónde han salido? No tiene sentido.
–Puede que no –respondió el cliente de la ceja, sin darle importancia.
–Después está toda esa gente. El pueblo entero está lleno de personajes secundarios estrambóticos. Empezando por el viejo ese de la barra que no deja de mirarnos. ¿Qué clase de ser sobrenatural podría concebir semejante criatura? ¿Por qué parece que esté siempre al acecho? Como si en cualquier momento pudieran atracarle. No tiene ninguna lógica.
Un hombre de mediana edad, bajito, calvo y poca cosa entró a la cafetería, desviando así la mirada del anciano y de los dos clientes hacia él. El hombre, con un cigarrillo apagado en la boca, caminó encorvado hasta la mesa de los clientes y se puso a hacer gestos incomprensibles con las manos.
–¿Qué? –dijo el joven de la tostada. El hombre se quitó el cigarrillo de la boca.
–Que si tenéis fuego.
–Ah. No, no tenemos.
Los dos se quedaron mirando cómo el hombre enclenque se alejaba hacia la barra y el dueño de la cafetería le prestaba un mechero.
–Vámonos de aquí –sugirió el cliente de la ceja.
Pasaron junto a los naranjos de la estación y empezaron a caminar calle abajo.
–No deberías preocuparte tanto.
–Ya lo sé. Pero es tan inquietante… Mira, está aquel profesor tan paranoico, ¿Cómo se llamaba?
–Sabes su nombre, es Paco Pedro. Siempre estás hablando de él.
–Es cierto, supongo que desearía poder olvidarlo. El caso es que es insoportable. Nunca está donde debe estar, siempre llega tarde, nunca tiene la más remota idea de lo que está diciendo. Parece un profesor de pega, como si hubiera una cámara oculta en algún lugar de su apestoso jersey y alguien con muy poco sentido del humor pretendiera gastarnos una broma. Resulta patético.
Caminaron cabizbajos y en silencio durante un buen trecho. Finalmente llegaron a una especie de parque de forma rectangular, bastante grande y con bancos plantados en toda su periferia. Se sentaron en uno de ellos, donde daba el sol.
–Hace mucho frío. Aquí estaremos bien.
–Es imposible, no puedo dejar de darle vueltas a la cabeza, ¿sabes? Ha pasado un tiempo desde que llegué y cuando me da por pensar que ya estoy bastante adaptado vengo aquí y algo o alguien derriba mi castillo de arena. No sé qué hacer. Además, me siento culpable por tantas cosas… No puedo creer que sea quien soy, por que cada día descubro cosas nuevas y extrañas de mí mismo. Algunas no me gustan nada, y yo cierro mis ojos y mis oídos para no percibir esta realidad que me ataca de manera constante y me golpea con tanta dureza. ¿Crees que es sencillo querer hacer bien las cosas y a veces no poder, por que tú mismo eres tu propia piedra de tropiezo? Y cuando te das de morros contra el suelo y aparece toda esa sangre en tus labios te llevas las manos a la cabeza y piensas: “¡Otra vez!” Hay veces que no sé si seré capaz de volver a levantarme.
El hombre de la ceja no parecía estar prestando mucha atención.
–¿Me estás escuchando?
–Claro. Formo parte de tu realidad intrínseca. ¿Te estás escuchando tú?
–A veces tengo serias dudas, por que no sé si lo que digo tendrá algún tipo de sentido o si estaré volviéndome loco por momentos. Pero por ahora no quisiera averiguarlo. Lo único que desearía ahora mismo es no tener que volver a esa cárcel de hielo.
–Lástima.
Un silencio congelado reinaba tristemente sobre el parque dando la sensación de que allí no pasaba el tiempo. Varias nubes vaporosas y con muy poca presencia se difuminaban allá a lo lejos y una suave brisa empezaba a levantarse tímida. Alguna gente muy poco peculiar cruzaba de vez en cuando por el parque sin elevar la más mínima sospecha de personalidad, ni de vida ni de historia. Un gato se subió a un muro cercano y maulló varias veces, hasta que se le acercó un hombre y se puso a acariciarlo con mucho énfasis y a decirle cosas. Los dos personajes que nos ocupan y que estaban sentados en el banco se quedaron mirando extrañados al hombre del gato, sin mayor interés que el de hacer algo distinto a estar mirando el suelo sin decir nada, imbuidos en sus pensamientos. Aunque el hombre no tardó en marcharse y dar la vuelta por la siguiente esquina volvió a aparecer con un cuenco con comida para gatos. De repente había a su alrededor varias docenas de gatos suplicando a maullidos una ración de bolas con sabor a pescado.
–Ese hombre también.
–¿Qué le ocurre?
–Es un personaje secundario. Venga, es demasiado tópico. El típico hombre que aparece y da de comer a unos gatos.
–Te veo afectado.
–Supongo que estoy perdiendo facultades. No soporto pasarme aquí la vida sin nada que hacer salvo contemplar la misma vida. Creo que me estoy viendo atrapado por la magia escénica de este lugar. Allí a donde miro siempre está ocurriendo algo que me remite a esa idea de manera constante. El viejo tras la barra de la cafetería, el hombre que da de comer a los gatos, un profesor-chiste que está y no está.
–Ya, como un escenario.
–Eso es. Como un maldito escenario.
–Se acabó –El hombre de la ceja se puso en pie bruscamente.
–¿Te marchas?
–Estoy cansado de soportar tus quejas. Se me ha terminado la paciencia. Te dejo solo.
–Lo siento.
Hubo de nuevo el silencio y el de la ceja quedó mirando con expresión seria a su compañero, que se encontraba con la cabeza agachada y los ojos llorosos. Finalmente suspiró.
–Está bien, tranquilo, todo se arreglará. No estoy enfadado. De todos modos nos tenemos que marchar ya. La cárcel de hielo, ¿recuerdas?
El otro asintió.
En clase (la cárcel de hielo) todo contribuía a aquel sentimiento surrealista. Los compañeros tan sólo hablaban de sexo, o de drogas, o de sexo y drogas. El profesor de Historia se dedicaba en sus clases a despotricar sobre otras cosas que nada tenían que ver con la Constitución de Cádiz ni Fernando VII, inspirado por la geografía española y “lo mal que está la enseñanza en este país”. Y aunque hubiera alguna gente respetable en aquel lugar, por extraño que pudiera parecer, eso no lograba mejorar el paisaje desolado que todas las mañanas se presentaba ante los ojos de los dos protagonistas de esta historia. Sólo una palabra podía describir todo aquello: rutina. Y tan sólo había un adjetivo que pudiera adherirse a aquella rutina en particular: deprimente. Pero comprendían ellos que lo único que podían hacer era sentarse a esperar que pasase aquella tormenta que iba a durar unos cuantos meses.
Después ya podrían renacer.

Ittai Manero, 21 de diciembre de 2005
Ittai10 de mayo de 2009

4 Comentarios

  • Wersi

    Un poco surrealista si es este relato , me ha sorprendido el personaje que todo lo ve como si de una obra de teatro se tratase.

    Pero me ha entretenido su lectura.
    Saludos Ittai.

    10/05/09 06:05

  • Ittai

    Gracias Wersi, la verdad es que comprendo que quiza haya cosas en ?l que no se entiendan, lo escrib? en una ocasi?n en la que simplemente necesitaba sacarme ideas de la cabeza...
    Me alegra que al menos te entretuviera :-)
    Saludillos!

    10/05/09 06:05

  • Taber

    A veces tambi?n ha pasado por mi cabeza la idea de que el mundo es un enorme escenario y todos sus habitantes secundarios de mi propia vida, o de que todo es un complot o que una simplemente es un experimento de ciencias de alg?n alien?gena ... en fin... la imaginaci?n que no tiene l?mites y a veces desvaria...

    Esta bien lo que escribes cuando quieres vaciar la mente...

    Un saludo Ittai!!

    11/05/09 06:05

  • Ittai

    As? es, Taber... dicho en otras palabras... A veces... se me va la pinza!
    Jajajajaj...
    Bueno, y a quien no? De vez en cuando todos tenemos derecho a ello.

    Creo...
    Gracias por todo. Un saludo :-)

    11/05/09 07:05

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