TusTextos

Simón

Recostado sobre sus patas delanteras, Simón, contempla en el horizonte los últimos rescoldos de luz de un calido día de Septiembre. La brisa tibia de la tarde golpea su cuerpo, generando un placentero bienestar.
Lentamente levanta sus orejas, una gota de saliva estalla sobre el árido suelo. El tintinear latoso del guardabarros retumba en sus oídos. Aun no alcanza a observar la sombra de Ignacio en el camino, pero si la tenue polvareda que brota de la superficie terrosa, magnificada por los solemnes destellos del ocaso.
El viejo serpentea sobre su bicicleta, ardua labor le supone recorrer la legua que separa la pulpería del rancho. Simón enarca sus cejas e inclina sus orejas hacia delante presto al arribo de su dueño.
Reacio, por el gozoso reposo en el que estaba inmerso, se atreve a ensayar un lento trote al encuentro de Ignacio. Simón no alcanza a notar el vaivén del manubrio, pero si el vaho húmedo e infecto que destila el viejo.
Si el can fuera un niño, en los minutos siguientes estallaría en su alma el estupor y la tristeza, por conocer el desenlace de la historia. No lo es. Por el momento solo responde con un brusco ladrido al puntapié lanzado por el viejo. Oye el crujir de los hierros sobre la tierra reseca, teme socorrer a su dueño. Los insultos no los comprende, pero si el tono de vos áspero y entreverado que farfulla el anciano.
Las primeras estrellas destellan en la noche. Nuevamente retoza con la mirada clavada en la diáfana luna del anochecer. Sus ojos se inundan de intrigas y desolación. Estallan vidrios o cerámica, no le preocupa diferenciar el sonido. Se despabila. Gritos agudos se escabullen por las ventanas destrozadas. Agazapado se encamina hacia el desvencijado rancho. Increíblemente sus pasos imitan el caminar prevenido de un felino; se topa con el portillo e intenta abrirlo con el hocico. Consigue sortearlo. Un aroma acido se apodera de el, desconcertado continua la marcha. Olfatea nervioso la acera de ladrillos gastados por el viento y los años. Topa con el umbral de madera. Un hilo oscuro y denso se desliza por debajo de la puerta, lame el suelo, el sabor agrio circula en su paladar, algo le impide continuar lamiendo, le repugna.
Simón aun no imagina que los restos de comida obsequiados cotidianamente por Aurora no se volverán a repetir.
Javieroscar15 de julio de 2013

Más de Javieroscar

Chat