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Camino 2

Adelanté la vuelta que en un principio tenía programada para dentro de unas semanas para partir esa misma noche y volver a España que ya estaba tomando medidas extraordinarias por la situación y poder salir del país antes de que cerraran por completo los vuelos comerciales del aeropuerto. Era un pasaje con escala en Istanbul, de Pegasus Airlines. En no más de 10 horas estaría ya en casa.
Todo genial. Mi problema radicaba en el medio para llegar al aeropuerto, ya que no circulaban autobuses ni taxis por la ciudad, no rodaba ningún vehículo. Ningún tipo de motor salvo algún coche diplomático, la policía y ambulancias. El aeropuerto se localiza en las afueras a 21 km del hostal que está en el centro de la ciudad, donde residía desde hace unos meses trabajando preparando desayunos y recibiendo viajeros en la recepción.
El avión partía a las 02:00 de la madrugada, con otros clientes ya habíamos intentado conseguir algún tipo de transporte pero fue imposible, así que decidí realizar el trayecto caminando y calculé unas 4 horas mínimo a paso ligero, 5 horas con pausa, 6 horas teniendo en cuenta la mochila. Y para no estar caminando de noche por la carretera sin luz y con el frío, decidí salir esa misma tarde para no caer en la oscuridad y tener cierto margen de imprevistos. Además, con esta situación de pandemia y miedo, en el aeropuerto habría controles de temperatura y si llegaba yo sudando, rojo, jadeando y cansado, no me dejarían pasar por dar altas temperaturas en el termómetro-pistola y a la mierda la vuelta a casa.
A las 06:00 pm salí de casa atravesando las plazas y el centro vacío y me encaminé a la avenida que te portaba fuera de la ciudad, poco ruido se escuchaba en una ciudad generalmente tan bulliciosa, apagada de la cantidad de bares que ocupan los pie de edificios e invaden las aceras, aproveché para caminar por el asfalto negro cuando la acera desaparecía o bien por los charcos la embarraban o porque nunca hubo acera, sobre todo fuera de las calles principales. A esta hora en invierno el ocaso se pronunciaba rápido trayendo el frío. Las calles poco iluminadas resplandecían a modo psicodélico por los focos de los autos de policía que había en la avenida a cada rotonda controlando la ciudadanía y manchando las paredes amarillentas derruidas de los edificios, todos iguales y simétricos de 4 plantas con pequeñas y pocas ventanas, sin balcones y con las escaleras comunes desnudas sin pared con un mosaico de bloques de cemento tapando hasta la altura de la cintura no más. No es que hubiera tantos vehículos policiales sino que cuando en la ciudad no hay ninguna luz de locales ni negocios ni autos, solo las mal distribuidas farolas con una dormida luz amarillenta y la floja luz que consigue escapar de algún piso chocan con la invasora intermitente blue.
Yo dirigiéndome ya a mi destino, pisando líneas blancas y ensimismado en las probabilidades de no poder llegar a casa, encaminado ya a los últimos barrios de la ciudad, se me acerca un gigante y me comenta como está la situación, casi imposible salir de la ciudad, me ofrece llevarme al aeropuerto. Él es taxista pero se le jodió el negocio con esto del toque de queda de los coches. Se defiende con el inglés pero solo en estas oraciones que le dan de comer, más allá se hace el sordo. El precio al aeropuerto es descarado para el nivel de precios del país y así vivía bien. Me hace esperarle un momento en la esquina y aparece al rato con una bicicleta vieja, blanca, oxidada y con pegatinas brillantes de niños, al detenerse apoya los pies en la tierra y el manillar le llega por debajo de la cintura, me invita a sentarme en el portaequipajes sobre la rueda trasera que apenas se eleva 40 cm del suelo. Es el único medio con ruedas para llegar, pues todo lo demás está prohibido. Curioso que no les importe que dos personas vayan en la misma bici pero no se permita la circulación de vehículos para evitar desplazamientos y contactos...
Ni de broma se mantiene eso con los dos encima y la mochila, por lo menos sumamos 200 kilos, en 30 minutos me promete estar en el aeropuerto.
La prueba funciona, 400 metros a una velocidad aceptable, la bici aguanta, pero la prueba es una parte igual del fractal hasta el destino. Va a ser largo y duro, el calentamiento muestra que el se quemará las piernas y yo me destrozaré el culo.
Las primeras pausas son para cambiar de posición y descansar un poquillo.
A la tercera o cuarta parada, pedimos un tiempo muerto y aprovechamos para fumar un cigarrillo. ¡Encima! El payo va echando pulmones por la boca y se infla un cigarro en 2 tiros.
A partir de ahí, como por arte de ósmosis compartiendo tacto en la bici, yo entiendo su lengua y el entiende mi italiano. Encontramos nuestro idioma, de pequeño en su casa llegaba una señal pirata de unos dibujos animados de la televisión italiana al otro lado del adriático. Se llama Eri y es de un pueblecito de la montaña, lleva como 20 años en la ciudad y desde hace poco empezó con el taxi al aeropuerto porque cada vez llegan más turistas y esos pagan bien. Me cuenta como cambian las cosas aquí y que este país es el mejor para vivir ahora, antes no. Su padre descubrió la banana con 40 años, se convirtió en su manjar, como llegaron todos los productos extranjeros a la vez después del comunismo, la piña era para él también banana, el mango era la banana naranja.
Con calma y cada vez más despacio llegamos a mitad de camino, la media hora que me dijo se ha convertido en una hora y algo más. Por la ruta al norte, cerca del desvío al aeropuerto, pasado los polígonos industriales se desploma la bicicleta, se dobla la rueda trasera y se cae la parrilla. Irreparable. Se nos acaba el viaje compartido. Nos sacamos una foto de recuerdo, también para él es la primera vez que hace bici-taxi, le doy su parte y le agradezco el gran esfuerzo. Lo que es tiempo no gano mucho, pues el ritmo fue descendiendo. Pero ya mitad de camino está hecho y tengo energía suficiente para hacer fácilmente los últimos kilómetros.
Eri da media vuelta empujando la bici de vuelta a la ciudad, y al alejarse me doy cuenta de la oscuridad y soledad de la noche. Pasamos por varias fábricas y negocios cerca de la carretera, pero ahora en este desvío y camino que sigo solo bordeo la montaña pasando por una barriada de la periferia que parece más viva que la ciudad, se ven algunas luces y críos corriendo. Mientras me acerco se huele a humo y aumenta el calor. No sé que esperarme pero me alegro de encontrar cierta vida en el camino. La gente no parece verme y pasa de largo, como si yo fuera un caminante más en la noche. Las mujeres van de a dos, con los brazos enganchados y con las bolsas de compra, y los niños corretean por ahí entrando en las casas y escondiendose de otros niños. La cantidad de humo se vuelve más viscosa y girando la cabeza a las calles que penetran en las barriadas veo casas quemándose, diversas cabañas simples dispersadas por varias calles a izquierda y derecha están ardiendo formando columnas de fuego y humo. Nadie parece importarle, esas casas arden al lado de otras casas y la gente sigue paseando en su calma. Mi vista solo ve oscuridad con sombras caminando en las aceras yendo y viniendo y una potente luz de fuego que emborrona las imágenes.
No sé lo que pasa, la situación es muy bizarra, me gusta imaginarme cosas extraordinarias y sentir adrenalina, pero también soy una persona positiva, no quiero preocuparme. Divago mentalmente pero solo me imagino que hay una purga consensuada en la ciudad eliminando a aquellos infectados y quemando todo lo que hayan tocado. Tan consensuada que hasta los afectados no rechistan ni se quejan, ardiendo en sus casas.
Yo sigo de frente a mi camino, parece que vuelve la oscuridad un poco más allá. Yo solo quiero pasar esta favela balcánica y ver a nadie hasta llegar al aeropuerto.
Me alejo con el paso deprisa y disimulado. Siento como el calor va descendiendo y la vista se emborrona menos pero ve negro.
Ya alejado del pueblito y metido en la oscuridad me giro y veo dos personas justo detrás de mi, no puedo ver sus ojos pero se que me observan. Corro. Corro y al rato me giro y veo que siguen detrás, caminando lentamente pero cerca aun. Corro y ellos siguen detrás, más lejos pero demasiado cerca aritméticamente como para no haber corrido ellos también.
Ya no corro, camino, como si nada hubiese visto, como si ya no hubiera escapatoria. Lejos se observan luces, la carretera es recta y la luz es solo un punto, sin referencia alguna ese punto es mi cielo, no sé cuanto falta. Lo sigo, a paso lento y cansado voy volviendo a casa.
Jianon26 de abril de 2020

4 Comentarios

  • Remi

    Me ha gustado tu narrativa, me es fácil meterme en la historia. Pero me quedaron ganas de un final más desarrollado.
    Un saludo Jianon.

    26/04/20 08:04

  • Indigo

    Leidas tus historias, encuentro una excelente narrativa, de verbo sustancioso para describir acción, existencia, estado de ánimo, consecución, etc.
    Es placentero el leerte.
    Saludos Jianon.

    27/04/20 04:04

  • Clopezn

    Me ha encantado el desarrollo y la construcción de los personajes en la primera parte hasta el adiós de Eri, de hecho, era como ver los fotogramas. A la parte final probablemente no le he conseguido sacar el mensaje que se pretendía y me he quedado con ganas de más.
    Buen texto.
    Un saludo cordial.

    27/04/20 06:04

  • Voltereta

    La narrativa es buena y el final, lo siento como una novela de esas de intriga o de miedo, que se queda abierto a la imaginación del lector.

    Un saludo.

    27/04/20 10:04

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