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En El Espacio I

Soy un templo sin Dios, toda una acrópolis despilfarrada sin estatuas. Un colono gringo que bailo con indios y rindió a la calma un raciocinio que desde niño cojeaba en el cole y en casa.
Escapé y entre horas largas en el balcón esperé y esperé echando cañas y pesqué un botín con un mapa de la palma de mi pie que mudó y se arrugó con el paso de los pasos.
Así el mapa fue el compás de mi equilibrio, una pluma con energía magnética al sol que gira velozmente a la deriva con el cabestrante de un infinito caer del peso atado al final del cabo, algo así como mi verdadero yo. Y coreografía unos sucesos que acaecen a la par sin realmente ser, que están y que interceden por dentro y modifican ese personaje que toma las desiciones, jugando como delfines saltando y rodeando la nave que va y viene siguiendo su faro, la Luz.

Luego no varía, hay cerveza sin haber fiesta y wiskhies sin entierros. Me atropello cuando corro solo saliendo mi pecho más por delante de lo que mis pies pueden forzar y no me centro ni me rodeo, me aspiro. Puedo tocar todo sin sentirlo y mi compañía, intransferible, es más de lo que puedo tolerar.
No busco hundir ni capturar ningún barco, ni enemigo ni aliado. Ni también ni tammucho, no me puedo convertir, es algo que se desarrolla propio sin poder anteponerse a nada externo, porque aquí dentro es la fuente pero al salir solo es bazofia.
No sé convencerme ni cederme más alegrías de mi ración. La mesura nunca se me dio, pero tampoco pedir y no tengo mi sitio y no está al alcance de mi mano. Me independicé de lo que se puede llamar y traer. Y hablar es exagerado. No puedo acompañar porque ahora se sigue la contra-moda y yo me expulsó de los centros con apellidos.

Solo puedo divagar, divagar y esperar con la cuerda en la mano y pescar un botiquín con abre fácil. La vida del pirata no es más mejor, desde luego, pero no le debe cuentas a nadie, una vez que entras no puedes salir, no se puede ir a medias, no se puede compartir. No voy a disimular.
A mí me parió mi madre y me rodea gente de aprecio, pero contagié al contacto una despreocupación distante que amenaza como el cometa Halley empuñando una asta medieval sin control. Cada tanto, amenazo mi cuerpo, sin saber. Confío en el tiempo que lo mata todo, en la fuerza centrípeta del instinto vivo, en un diluvio universal que dome los escalofríos de pechos que no se acarician, de sonrisas que no quieren coincidir y se asfixian en el amazonas, de sentimientos impuestos y tasados.
Confío en volver y saber ver los espacios.
Jianon16 de mayo de 2019

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