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Tabris. Entrega 2

....VIENE DE LA ÚLTIMA ENTREGA


Al verle sintió una pesadumbre titánica, oscuridad desde el mismo astro rey, soledad en el mundo lleno de personas e incoherencia en las razones optimas y en los momentos precisos. Desganada, abatida, sufriente, melancólica, herida deseaba preguntar un por qué, entender la razón de la acción para usar la empatía y comprenderlo. Para decirse que ella hubiese hecho lo mismo, para justificar por que actuó de ese manera. Sentía la necesidad de hacerle la pregunta, pero no sabía cuál era. No había acción que indicara que ese hombre parado en el costado de la ventana hubiese tenido cualquier roce con ella, nunca le había visto, nunca tuvo una relación... ¡eso era! Se sentía herida como si ese hombre le hubiera mentido de una forma amorosa, se sentía usada. Pero aunque ella sentía que él era un mal hombre, comprendía que no podía darle lo que ella merecía aun así, con todo y todo, su corazón se enternecía en su presencia.

— ¿Quién es usted?
— ¿No me reconoces mujer?

Su cabeza empezó a escudriñar a todos los hombres con vos de tonalidad baja que ella conoció en su vida. Nadie era como ese hombre, todos eran buenos.

— Lo siento, no recuerdo.
— Es muy desagradable como pueden necesitar a alguien en un momento de su existencia, al grado de sentir desfallecer sin su presencia, y luego no recordarlo.

Se sintió culpable de cometer perjurio, de mentir sesgadamente y salir impune. Y todavía de autoproclamarse ofendida. Le imaginó sufriendo de una forma cruel y derrochante, y ella la causante de todo.

— Lo siento no lo recuerdo. Pero si le he hecho algún daño, ruego que me perdone.
— Ven. Acércate.

Le extendió su mano, y la invitación a su lado era muy atrayentemente necesaria. La poca lógica que impera en momentos como este, le sacudía exigiéndole que no se acercara, que no tuviera ya más contacto con aquel hombre. Todas las células que formaban su carne desnuda le confirmaban lo que la lógica le exigía. Pero los fakires creen controlar su dolor, mas, lo disfrutan.

Sigilosamente, se acerco a él. Con cada paso se le acongojaba el corazón y en propia repercusión, le latía más fuerte, más fuerte cada vez. El peso del mal amor le hacia ingrato el caminar, pero la esperanza le aligeraba el paso. ¿Esperanza a que?



SIGUE EN LA PROXIMA ENTREGA....
Josermac10 de marzo de 2008

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