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Comerte a Besos (microrrelato)

Hablar con él, pasear a su lado sintiéndole tan cerca y dejarse agarrar aquella mano, que parecía derretirse en sudor, habían constituido todo el cortejo previo al que se sometió sin dudar hasta que, una noche de luna llena, sentados bajo la protección de un viejo y solitario sauce, contempló aquellos ojos que cambiaban de color cada vez que la miraban fijamente. Por fin se había decidido a darle el primer beso de amor al ladrón de sus noches y sus días. Se quemaba en sus propias ascuas y tenía que apagar ese fuego que iba a terminar por devorarla si no lo había hecho ya.

Se acercó a él y buscó su boca, los labios se rozaron solo un segundo para retirarse enseguida, como si un latigazo eléctrico se interpusiese entre ambos. Después volvieron a la carga en busca de una segunda sacudida. Ahora, a ciegas, una oleada de humedad los mantuvo unidos en un ir y venir de labios enfrentados. Se aproximaban y se separaban en un juego inseguro hasta que una viscosidad caliente y dulce se adhirió levemente en un abrazo que le produjo una nueva e imprevista conmoción. Las lenguas se entrelazaron degustando cada instante, retorciéndose, recorriéndose, paladeando ese salado dulzor que la empezaba a empapar de vida, de sueños aplazados.

Pero aquella boca no parecía tener fin ni límite alguno, recorría su cara remansándose en sus ojos, su nariz, sus pómulos, para volver de nuevo a los labios donde parecía repostar el combustible necesario y continuar aquel maravilloso y apasionado viaje.

Se sintió extraña, con una rareza líquida, como si se licuara muy despacio. No distinguía su rostro, sus labios habían desaparecido como por ensalmo. Una huella de desamparo se apoderaba poco a poco de ella y se dejó hacer. Mientras tanto, aquella boca seguía su devastador camino. La notó llegar a su cuello, a los hombros, mordisqueando su piel, desbrozando todo lo que encontraba a su paso. Cuando alcanzó sus pechos advirtió un agradable cosquilleo en el que también parecía diluirse su razón. Empezó a perder el sentido y la noción del tiempo, era como si un placer inmenso la inundara por completo.

No era capaz de percibir su cuerpo, desaparecía, las partes la habían abandonado y su todo iba dejando ya de existir. Lo último que creyó escuchar fue un sonoro y agradecido eructo que, aunque inesperado, no consiguió despertarla del sopor en el que había sido enterrada. Su digestión acababa de comenzar.
Jucapega196331 de agosto de 2017

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2 Comentarios

  • Remi

    Intenso e inesperado, me gusta,un saludo

    31/08/17 02:08

  • Jucapega1963

    Gracias por tu comentario, Remi. Saludos.

    31/08/17 05:08

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