"Una nueva violación en grupo se ha producido durante esta madrugada en el barrio de...". Cuando Eva escuchó en las Noticias el nombre de su barrio, de su ciudad, dejó lo que tenía entre manos y, con el nudo que se le hacía en la garganta siempre que escuchaba este tipo de sucesos, subió el volumen de la televisión y se sentó frente al aparato, dispuesta a pasar otro mal rato una vez más.
¿Qué hemos hecho mal? ¿Qué no hemos sabido transmitir correctamente a nuestros jóvenes?, se preguntaba mientras el presentador daba paso a las imágenes. ¿Qué clase de mierda invade el cerebro de estas manadas de cafres? ¿Cómo es posible que la justicia siga permitiendo que estos salvajes continúen en la calle? Su rabia aumentaba por momentos.
"En esta ocasión las cámaras instaladas en un local colindante, han grabado imágenes de la violación. Les advertimos de la dureza de las mismas, a pesar de que las secuencias más violentas han sido eliminadas para la emisión".
Brazos y piernas sujetaban el cuerpo diminuto de una joven. Desdibujada ante la avalancha de cuatro fieras que se jaleaban para devorarla, su silueta, paralizada por el terror, apenas se movía ya cuando las uñas de una de sus manos se aferraron a la manga de una camisa desgarrándola y dejando a la vista durante un par de segundos aquel tatuaje, aquella cruel paradoja.
Dos segundos fueron suficientes para que todo su mundo se le viniera encima, el nudo en la garganta de Eva se transformó en arcadas que no la dejaban respirar, en vómito incontrolable. Con la cara llena de mocos, de llanto, sus ojos no dejaban de ver aquella frase, aquellas letras que tanto conocía, el mensaje de aquel antebrazo que alguna vez, en otro mundo quizás, también había sido suyo: "Amor de madre".
