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Seiko 3000 - Capitulo 64 - Aguas Turbias y Vientos Huracanados

Cuando salieron de su habitación, los posaderos y Fran también lo hacían del suyo. Todos estaban vestidos y con los macutos hechos y Salvador cargaba a cuestas con Mirella.
- ¿Qué ha pasado? –pregunto el primero Roberto
- Que nos hemos salvado de milagro – contesto Alcoida
- Pero… ¿Por qué atacan este sitio? – preguntó Cassandra
Fran reparó en algo más importante.
- Ey… ¿Dónde está Dando?
- El cabrón se ha fugado – contestó Salvador – Seguramente era el gancho de La Fuerza. Un topo. Un infiltrado…
Tras un breve silencio rugió el motor de un avión a baja altitud. Salvador se dio cuenta pronto de que debían guarecerse otra vez. No les dio tiempo nada más que a agacharse. Una atronadora explosión del otro lado derrumbo parte de los muros del pasillo en el que estaban. La gente comenzó a gritar de angustia y de miedo.
- ¿Qué hacemos? – Roberto intentaba aclararse las ideas – Si salimos a la explanada, ese avión nos acribillara…
- Intentar salir por el otro lado – empezó diciendo Salvador al ponerse de pie – Creo que vi un garaje con coches del personal aparcados. Si no han sido destruidos.
- De acuerdo – dijo Cassandra – Yo me encargo.
A todos les pareció sorprendente la decidida posadera. Hasta ahora no había sido más que una chica bastante tímida e inocente.
- Vale. Roberto llévate a Mirella. Nos vale más viva que muerta – dijo Salvador a Roberto posándole a la Medio en sus brazos – Seguid todos a Cassandra y descender por la parte Norte de la ciudad. Yo les distraeré…
- ¿A quienes? ¡Solo parece estar este avión! – exclamo Alcoida por encima del ruido
- Me pareció ver como miembros enmascarados empezaban a acechar el edificio antes de que el primer misil impactara. No hay tiempo que perder ¡Vamos!
Y, con todos armados, comenzaron a descender por escaleras llenas de polvo y escombros. Había gente que iba desconcertada y tambaleándose con sangre que le salía de los oídos. La dichosa Fuerza. La maldita fuerza era la causante de todas las victimas inocentes que estaban dejando a su camino. Ellos jamás pensaron en hacer daño más que a la propia COGESEK y en pos de la verdad. Y nunca entenderían que sus medios siempre acabasen por matar a los inocentes… como ahora.
Salieron por las cocinas, que bullían de gritos y se había convertido en un refugio antiaéreo, hasta dar con un aparcamiento en el que la mayoría de los coches estaban inutilizados por los cascotes de las explosiones. Volvió a pasar otra vez el avión y otra detonación hizo temblar el suelo. Salvador supuso que habrían acabado de derrumbar la fachada del otro lado. Aterrado, optó por un alocado recurso. Veía como, poco a poco salían miembros enmascarados de varios lugares, en torno suyo. Instó al grupo a subirse a un jeep, lo bastante amplio para que cupieran los 5 y les cubrió cuando salieron disparados por la puertas de entrada del garaje, sin que los disparos de los encapuchados, pudieran evitarlo.
Salvador observo que todos se cernían en torno suyo.
Su última alternativa estaba a unos palmos de sus talones.
La ladera norte, plagada de pinos, le esperaba.
Sin dudarlo, salto hacia atrás.
Desenfundo mientras volaba de espaldas.
Y cuando sus pies se posaron en la gravilla, comenzó a disparar.
Según descendía, deslizándose entre la grava suelta, los soldados iniciaron su persecución. Salvador dio gracias al viento huracanado que bufaba a su favor…
La ladera norte tenía una calva antes de llevar al bosque de pinos. Salvador afinó la puntería para acertar a la mayoría de los que saltaron primero tras él. El viento que se había levantado (el característico de Vendaval) parecía haber frenado los intentos del misterioso avión de destruirle, pero ahora le perseguían personas, más fuertes y ágiles que un caza de combate.
Las botas que calzaba estaban resistiendo loablemente al desgaste continuo de grava y piedras. Al ser una ladera muy empinada, el Aimier no podría frenar si no era con ayuda o con un terreno más llano.
Cuando llego al bosquecillo, todo se complicó. Había patrullas que salían de los pinos a su lado y le costaba mantener el equilibro al barrer el perímetro de 360º en el que podía observar. Era como si supieran que Salvador cogería esa opción…
Mientras, en el jeep, Roberto repelía los disparos como buenamente podía. Respondiendo con su rifle. Estaban bajando por la ladera, por una sinuosa carretera, apurando las curvas e intentando evitar el tráfico, moderado, de la carretera de Vendaval Norte. Cassandra parecía dominar al vehículo con una tranquilidad pasmosa. Alcoida murmuraba unos conjuros rápidos para eliminar a los furgones que les perseguían, mientras que Fran… Intentaba espabilar a Mirella, aún inconsciente.
- Cuando quieras me ayudas ¿eh? – ironizó Roberto al ermitaño
- Yo no puedo hacer nada… Solo valgo para cuerpo a cuerpo. Y cuando estoy en tierra firme…
- Pues mira, seguro que este juguete sí lo sabes usar – digo agachándose y cogiendo un RPG del jeep. Alcoida fue la primera en preguntar
- ¿Y eso?
- Estaba aquí al subirnos. Seguro que el propietario es un aficionado a las armas
Alcoida dudaba del porqué a aquella misteriosa sorpresa. Roberto dio el lanzacohetes a Fran y le indicó con que mando se disparaba. Había unos 8 cohetes HEAT. Más que suficientes como para destruir a sus perseguidores. Fran apuntó al vehículo más cercano y disparó. La explosión fue tan devastadora que el segundo, que iba detrás, chocó contra él, destruyéndolo. Fran erró al segundo disparo, pero, en vez de seguir una trayectoria recta, giro por la curva que acaban de tomar y acertó a un tercer furgón. Vieron como, en llamas, salía despedido de la carretera.
- De… Debe tener un sistema de seguimiento por calor – balbució Roberto.
Quien quisiera haber proporcionado esa ayuda al grupo, conocían muy bien sus necesidades…
Salvador estaba exhausto cuando la ladera se transformó en una pendiente suave y pudo guarecerse en un desnivel cerca de un río rápido. Le habían alcanzado en el brazo derecho pero no revestía de importancia. Un desinfectante y unos puntos y la herida se curaría en unas semanas. El lejano sonido de detonaciones atrajo su atención. La carretera pasaba justo delante suyo, en un puente bajo. De inmediato se dio cuenta que eran los suyos. Aunque cuando salio de su escodite, un guardia que le perseguía le disparó en cuanto le pudo ver. La bala alcanzó a Salvador en una pierna y aulló de dolor. Perdió el equilibrio y cayó a las bravías aguas.
El grito alarmó a Alcoida que no dudaba que fuera la voz de su hermano. Vio como caía a un río e inmediatamente hizo que Cassandra se detuviera en el puente.
- ¿Qué? ¿Qué pasa Alcoida? – dijo Fran al ver que el vehículo se había detenido
- ¡Oye! ¡Para! – dijo Roberto al ver como Alcoida salía del jeep y decidida se subió al borde del puente - ¡Nos persiguen! ¡Quieta!
Pero ninguno de los tres pudo evitar que la Aimier saltase. Lo que ninguno sabía es que, al ver a quien cogía al otro lado del puente, era su propio hermano.
Alcoida exclamó para hacerse oír
- ¡Ir hacia el río bajo!
- ¡Tened cuidado! – grito Cassandra al darse cuenta de una terrible cosa
- ¿Por qué? – preguntó la Aimier
- ¡La catarata! ¡Justo delante vuestra!
Alcoida no se dio cuenta de lo que le dijo Cassandra hasta que sintió la gravedad de la Caída de Santos, la cascada más alta de Balcania. Rezó para que salieran vivos.
Keitaro27 de agosto de 2009

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