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Máscara y Coraza


Entró en casa dando un portazo. Cada día que pasaba era más duro. Estar sola en clase se podía soportar, lo que no aguantaba eran las bromas e insultos de sus compañeros. ¿Qué ganaban con aquello? ¿Hacer que se sintiera a la altura del betún? Porque era eso lo que conseguían. Quizá hubiera un par de personas que no le dijeran nada, pero tampoco la ayudaban. Se quedaban mirando como los demás intentaban arrancarle lágrimas y hacerla sufrir. Y eso era lo que más le dolía. No tener a nadie que la empujara a defenderse. Pocos amigos y casi ninguno de verdad. Estaba sola.
Helena cerró la puerta de la desordenada habitación con suavidad. A su madre no le gustaba que estuviera allí, entre el desorden y el polvo, entre recuerdos y trastos. En especial, le disgustaba la caja de música. Era una caja antigua de madera, tallada a mano, con muchas filigranas ligeramente doradas. Al abrirla, una bailarina vestida de azul giraba y la música, dulce y encantadora, llenaba la habitación. La alejaba del mundo cruel plagado de mentirosos. Helena confiaba en muy poca gente. Era introvertida y costaba mucho que hablara con libertad con alguien.
La habitación era pequeña y oscura, sin ventanas. Sólo una pequeña lámpara colgaba del techo en precario equilibrio. No se cuidaba mucho esa habitación, pues sólo era para guardar trastos. Helena se subió a una escalerilla oxidada y abrió el pequeño armario que quedaba por encima de su cabeza. Una nube de polvo le cayó encima. Allí estaba, detrás de sus cuadernos de cuando era pequeña. La cogió con cuidado y se sentó en un escalón. La música comenzó a sonar y, poco a poco, los ojos se le cerraron. Nunca le había pasado. La somnolencia la dominó por completo y cayó en una profunda oscuridad.

Antes de abrir los ojos, percibió el curioso olor. No olía como su casa. Olía a algo dulce, casi empalagoso. Se incorporó y miró en derredor. La sala, de piedra, era enorme. Los suelos y las paredes estaban cubiertos con gruesas alfombras y largos tapices. Había muy poco mobiliario: una mesa de madera pulida, un sillón y una estantería. Encima de la mesa, vestida con un largo vestido azul noche de corsé negro, estaba la bailarina de la caja de música. Su melena castaña rojiza intentaba escapar del moño de su nuca. La piel pálida resplandecía bajo la luz crepuscular que entraba por una ventana. Llevaba una máscara, aparentemente de porcelana, en la cual estaban dibujados unos rasgos hermosos y delicados. Los ojos pintados de azul eran tristes y poseían un pequeño brillo de vida.
-Has tardado en despertarte. ¿Te encuentras bien?- preguntó afablemente la joven, cuya voz tras la máscara quedaba distorsionada. Helena asintió con la cabeza.
-¿Dónde estoy? ¿Qué ha pasado?
-Soy la bailarina de tu caja de música. Después de tanto tiempo viéndote, me he dado cuenta de que me necesitas más que a tus amigos. Quería preguntarte, ¿por qué?
Helena reflexionó unos segundos.
-Porque no confío en nadie. Nadie me quiere realmente como soy. Sólo unos cuantos amigos me aceptan.
-El resto, entonces, no son tus amigos.
-Tampoco confío en la gente que no da la cara.
La joven se quedó quieta. Lentamente, levantó la mano y acarició la máscara. Sus largos dedos rozaron la pintura con miedo, más que con cariño. Dejó la máscara en la mesa. Los ojos azules miraron atemorizados la reacción de Helena. Se mordía el labio inferior… con los colmillos afilados como agujas. Eso era lo que ocultaba la máscara.
- Por esto quería que no apartaras de ti a tus amigos. Cuando de verdad estás solo, es cuando echas de menos al mundo. No te digo que no te guardes las espaldas, pero no seas tan desconfiada.
Helena la miró. Sentía pena por aquella chica, encerrada, castigada por algo que ella no eligió.
- Todavía no me has dicho dónde estoy.
- Tú sabrás. Eres tú quien ha elegido el donde y el cuándo. Yo sólo el cómo y tampoco es que hubiera mucho donde elegir.
Helena se levantó y se dirigió hacia la única ventana de la sala. Una pradera verde se extendía hasta el horizonte, salpicada por lagos y bosques. La luz anaranjada del crepúsculo transmitía una sensación de paz que sólo se puede sentir. Los pájaros cantaban sus últimos trinos mientras volaban hasta su nido.
-Es precioso- dijo Helena.
-Puede. Pero te aseguro que nada es bonito en mi situación. Cuando puedes ver y no hacer, no te parece hermoso, si no cruel, ya que parece que el mundo se ríe de ti.
-Todo parece horrible si lo miras así. Si, aunque lo intentes, nada parece tener arreglo, lo que debes hacer es convencerte de que el tiempo curará las heridas. No puedes dejarte hundir. Tienes que mirar al futuro con una sonrisa.
- Nunca te había visto así.
-Eres una bailarina de una caja de música.
-Eso no quiere decir que no pueda oír, ver, sentir. La ciencia que diga lo que quiera, lo importante es lo que tienes aquí- golpeó la cabeza de Helena con sus finos dedos-. Sí, todo lo que dicen es verdad y sin la ciencia no seríamos ni la mitad de lo que somos ahora. Pero, ¿acaso no es el cerebro el área más desconocida del ser humano? ¿Quién sabe lo que es capaz de hacer? ¿Quién dice que no puede crear algo? Una cosa es que no se pueda tocar y otra que no exista. Yo siempre estaré para ti. Si alguna vez dudas, yo seré la vocecita que te diga que lo estás haciendo bien.
- ¿Dónde ha estado esa vocecita cuando la necesitaba?
-No sabes escuchar, eso es todo. La vocecita está en todas las personas que te quieren ayudar.
-Nadie intentó ayudarme cuando lo necesitaba.
-Sé que pasando lo que tú has pasado…
-Basta. Sé que intentas ayudarme pero no sabes nada sobre mí. No hables de lo que no entiendes.
La bailarina la miró. Parecía dolida.
-Lo siento.
-¿Ves lo que te digo? Crees que el mundo está en tu contra, peor no es así. Hay malas personas que querrán hacerte daño, pero el resto vale la pena.
- Me cuesta creer que seas un producto de mi imaginación y una música que he escuchado miles de veces.
-No lo soy. Necesitabas ayuda y alguien que hiciera de guía. Así que aquí estoy.
El sol se fue y todo quedó a oscuras. Ni estrellas ni luna. Sólo brillaban los ojos de la joven bailarina que poco a poco se tragó la oscuridad, hasta que todo fue negro.


Helena despertó en su cuarto. No sabía si se había dormido o no, pero estaba segura de que momentos antes no se encontraba allí. La noche ya había caído y el sueño la reclamaba. Aún con los consejos de la bailarina en mente, Helena se sumió en el primer sueño tranquilo en mucho tiempo.

Primera hora de clase. Helena estaba sentada, sola. Los demás hablaban, reían y discutían con sus amigos. El profesor entró y todos se apresuraron a sentarse. Un silencio, roto por algún murmullo de fondo, se asentó entre los alumnos. Una chica esperaba al lado de la puerta. Helena casi se cayó de la silla al ver a la bailarina, más pequeña y sin colmillos, en su clase.
-Chicos, ella es Laura, una alumna nueva. Espero que la tratéis bien y seáis amables con ella.
Laura caminó entre las mesas, buscando un sitio libre. Helena apartó sus libros de la que tenía al lado y la invitó a sentarse.
-Hola, me llamo Helena.
Laura sonrió pero sólo dijo:
-Tu cara me es familiar… Me alegro de haberte conocido.
Helena miró al frente. Había escuchado la vocecita, había hecho lo que le aconsejó. Esperó con todas sus fuerzas que no se equivocara.
Ladyblackshadow09 de noviembre de 2011

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