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Globos de Agua

En la finca del campo, a finales de verano, la gata siamesa de la niña tuvo su primera camada sobre una butaca del mirador. Parió tres cachorros de pelo negro azabache y otro más del color de un caramelo de café con leche; diminutos y voraces proyectos de felino que engordaban visiblemente por días amparados por su madre y el entusiasmo desmedido y la ilusión de su joven dueña, que parecía compartir el instinto maternal de su preciosa gata.
Poco tiempo después comenzó el curso escolar.

En ausencia de la niña, aquella luminosa y triste mañana cuando su abuela me requirió para cavar un hoyo junto a los naranjos, no necesité preguntar por el contenido de la bolsa negra de basura que llevaba con ella; intuí que los cachorros de gato habían perdido la batalla por su supervivencia ante la egoísta comodidad humana.
Apenado y amordazado por mi condición de invitado en la casa, presencié cómo la abuela sumergía por unos instantes la bolsa en un amplio contenedor de agua. Cuando emergió de nuevo el oscuro envoltorio, en su interior se escuchaban todavía maullidos lastimeros que la mujer, por su acusada sordera, no podía percibir; le advertí de ello y volvió a sumergir la bolsa en el agua otra vez.
Después, frente a mí y junto al hoyo recién abierto vació con indiferencia su contenido, que al chocar contra el fondo emitió un sonido húmedo, hidráulico y blando, como el que hacían los globos llenos de agua cuando de niño jugaba con ellos y alguno caía al suelo sin romperse.

Ya en la fosa, al menos uno de los gatos aún vivía, pero no quise prolongar su agonía. Vertí con el azadón tierra sobre ellos todo lo rápido que pude y la pisé con fuerza, queriendo acallar aquel maullido infantil, agudo y último, que ahora sé que nunca apagaré. Pisé la tierra con rabia, con impotencia, como queriendo pisar mi culpa, como queriéndome pisar yo mismo. Me sentí sucio.

Pasaron los días. La lluvia otoñal y el sol obraron el milagro verde sobre el manto ocre del naranjal cubriéndolo de hierba fresca, y más tarde, con multitud de pequeñas flores silvestres de vivos colores.
Pero yo quería que brotaran flores de pétalos negro azabache y también del color de los caramelos de café con leche..., yo quería que brotaran...



©EFG/la redacción.
Noviembre-2013
Laredaccion19 de noviembre de 2013

18 Comentarios

  • Serge

    Esteban:

    Que terrible relato, me has hecho erizar. Esa historia es muy triste y es verdad muchas veces no sabemos decir no aunque sepamos que es un error.

    Tu escritura como siempre impecable, pero el contenido me ha conmovido.

    Saludos.

    Serge.

    20/11/13 12:11

  • Buitrago

    ¡¡Barbaro!! Es ver de refilon. ¡No te digo más! el brillo de tu flequillo, y me lanzo como perrita en celo a leerte, me tienes pillado ladronnn jajaja
    pero ¡Joer! como dice Serge, con este relato se me ha erizado el bello y por ser tu, no entrare en detalles de la zona...

    Siempre genial señor. Un abrazo.

    Antonio

    20/11/13 09:11

  • Laredaccion

    Gracias, Serge. En realidad lo más triste de la historia es que en esta ocasión no hay nada inventado.
    Es cierto, en ocasiones ni sabemos ni podemos decir que no.
    Un abrazo.
    Esteban.

    20/11/13 11:11

  • Asun

    Ay Esteban ese realismo con que lo relatas te pone un nudo en la garganta.
    De pequeña una vez fui testigo de algo parecido en el pueblo de mi madre. No tenía yo todavía eso que se llama uso de razón, porque asistí sin saber la verdadera dimensión de lo contemplado. (quizá tuviera 4 o 5 años, o menos)
    Relatas muy bien, ya lo sabes y llegas.

    Besos

    20/11/13 11:11

  • Laredaccion

    Mi querido amigo, algún día pondré una foto de cuando sí tenía flequillo para tu deleite...
    La historia es triste, fue una mala experiencia que ojala nunca hubiese vivido; me conmovió y he querido compartirla.
    Gracias por tus palabras, y un fuerte abrazo.
    Esteban.

    20/11/13 11:11

  • Laredaccion

    Gracias, Asun. Como le decía a Antonio he querido compartir aquí la triste experiencia y veo que también conmueve a quien lo lee.
    Por lo que me dices, fue mejor no tener todavía uso de razón.
    Un fuerte abrazo, paisana.
    Esteban.

    20/11/13 12:11

  • Laredaccion

    Querida Sete: sabía que no te gustaría nada leer esta relato teniendo en cuenta lo mucho que te gustan los felinos y en especial los gatos. Por eso te agradezco doblemente tu comentario.
    Gracias, en el el fondo y en la forma...
    Besazo, guapa.
    Esteban.

    22/11/13 12:11

  • Albasilencio

    triste relato hecho con maestría, como siempre.
    un saludo-

    24/11/13 10:11

  • Albasilencio

    un crudo relato para los que amamos a los animales.
    y como siempre la elocuencia de un

    24/11/13 10:11

  • Beth

    Los que nos hemos criado en el campo sabemos de cosas que los urbanistas desconocen, no sé si por suerte o no. Yo alguna vez lo he vivido de lejos, y siempre me ha dado la misma sensación de pena, vergüenza, dolor...Eso y los chillidos del cerdo al que están sacrificando todavía me persiguen de vez en cuando. Quizá por cosas así hace ya años que no pruebo la carne, y quizá también por eso vivo rodeada de animalitos. Hasta un erizo he llegado a tener. Abrazarlo era...asunto complicado.

    Eres una maestro de la narrativa, pero ya lo sabes, no te estoy diciendo nada nuevo.

    Un beso

    24/11/13 11:11

  • Taber

    Que pena me ha dado todo el relato y sobre todo sentir esa impotencia y no poder hacer nada, muy realista, estremece leerlo. Te felicito.

    Un saludo.

    24/11/13 10:11

  • Laredaccion

    Gracias, Albasilencio, por tu doble comentario. Me gustan ambos. y comparto contigo el respeto por los animales.
    Un beso.

    25/11/13 07:11

  • Laredaccion

    Amiga Beth: asistí un año a la matanza del cerdo en el pueblo de un amigo. La verdad es que lo pase bien y me gustó el ambiente festivo, pero me has recordado en tu comentario los terribles chillidos del animal...
    Lo de abrazar a un erizo da para escribir un relato jajaja.
    Gracias por tus comentarios siempre generosos conmigo.
    Un beso fuerte.
    Esteban.

    25/11/13 07:11

  • Laredaccion

    Taber, gracias por pasar por mi espacio y dejarme tus impresiones. Te lo agradezco mucho.
    Un cordial saludo.
    Esteban.

    25/11/13 07:11

  • Carlos

    Conmovedor,triste y real como la vida/muerte misma.
    Amigo, el campo es otra cosa y la gente de campo afronta estas cosa con triste naturalidad.
    Lo peor de la historia seria ver la cara de la niña al saber que sus retoños no volveran

    20/01/14 02:01

  • Alpana

    Caray, Esteban. Qué duro, y aun así qué elegancia y sensibilidad para describirlo. Perfecto, como siempre.

    Un abrazo.

    06/03/14 08:03

  • Laredaccion

    Carlos.-pues efectivamente, en estos casos la diferencia de sensibilidad es muy diferente entre el campo y la ciudad. Lo peor fue que los buscó todo un día...
    Gracias por pasar. Un abrazo.

    06/03/14 10:03

  • Laredaccion

    Hola Alberto. Cuanto tiempo sin verte. Yo también aparezco poco por aquí últimamente; espero cambiar esta mala costumbre...
    Un abrazo y gracias por comentar.

    06/03/14 10:03

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