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La Odisea de Wolfan- Introducción.

La profecía.


La habitación permanecía envuelta en sombras. Freg así lo había querido. A medida que su enfermedad lo consumía se había vuelto más sensible a la luz de sol. La única iluminación procedía del débil resplandor de una vela casi tan muerta como él. Los viejos estantes de madera se doblaban como ramas a causa del peso de los papiros. Debía haber decenas de miles apilados por cualquier rincón de la angosta estancia. El viejo mago estaba muriéndose. Sus párpados pesaban demasiado y apenas podía mantener los ojos abiertos. Con esfuerzo, logró distinguir a la gente que le rodeaba, aunque los veía borrosos, difuminados. Cerca de él, estaba su joven aprendiz, Irikar, que le miraba con ojos vidriosos, y la angustia escrita en el rostro. ¿Qué sería de él ahora?. Algo más alejados se hallaban el rey Gülarg y su primogénito, Duncan. El monarca le observaba con sumo interés, quizás incluso con impaciencia. Sin embargo su hijo lo observaba con profundo respeto. No en pocas ocasiones le había visitado en busca de consejo. Eran extraordinariamente parecidos, sin embargo en realidad eran tan distintos como la luz y la oscuridad. Freg sentía sobre él los ojos grises del cansado rey. ¿Estaría pensando en lo mismo que él?. ¿Navegaría su mente por los recovecos de su memoria?. ¿Sabría Duncan la perfidia de su padre?. El anciano negó con la cabeza. Aunque Duncan era un joven avispado, aún era muy ingenuo. Creía que una mano divina guiaba a los monarcas en su gobierno. El heredero del reino de Kindem había pasado demasiado horas con el sumo sacerdote de Makhal en los sagrados recintos cercanos al palacio real. Sea como fuere había llegado la hora de hacer justicia.

- Temo que mis días han llegado a su fin – dijo con voz apenas audible.

- No digáis eso, maestro – Irikar se arrodillo junto a él, cogiéndole una mano arrugada.- Os pondréis bien, os lo aseguro.

- No debes pronunciar anhelos vanos, muchacho – dijo Freg al tiempo que sonreía levemente.- Sin embargo el venerado Makhal me ha confiado un ultimo cometido.



Los ojos de Gülarg se abrieron de par en par, y la expresión de su rostro cambió por completo. La serenidad que presidía se hizo añicos como un espejo roto. El monarca se tambaleó y a punto estuvo la corona de oro y rubíes de caer al pétreo suelo. Duncan le sujetó al tiempo que le miraba con extrañeza. No tenía a su padre por un devoto. Sin embargo pudo observare como la cara del rey palidecía por momentos, y no pudo evitar preguntarse a que se debía. Freg tendió su brazo a su aprendiz, y este, solicito como siempre, le ayudo a sentarse en el camastro. Duncan observó con lastima al viejo mago, pues apenas era una sombra de lo que era.


- Mediante un sueño, mi señor Makhal me comunicó que debía dirigirme al oráculo de Mistrum.

- No debiste haber ido, Freg- dijo Gülarg con voz severa.- Un viaje entre las montañas Kherest es peligroso, y más aun para alguien en tu estado.

- ¿Qué debía hacer, mi rey?- Freg alzó la voz, como queriendo desafiar al monarca.- ¿Ignorar un mandato de Makhal?. ¿Acaso querríais que ardiera en los infiernos?.

- Ese viaje os ha costado vuestra frágil vida- dijo obstinadamente el soberano.

- Frágil es mi vida, es cierto, - dijo el anciano entornado los párpados.- ¿Pero de que me habría servido más tiempo, más estaciones?. ¿De que hubiera servido un día más, una hora más?.

- Necesito saber algo, venerable Freg – Duncan se acercó al moribundo, y se arrodillo ante él, pudiendo mirarle a los ojos fijamente. La mirada del heredero era profunda e intensa. Se decía que era un joven muy inteligente, que conocía a la perfección la piedad, la indulgencia y la justicia.- ¿Quién nos guardara de Kryxx, cuyo poder ha subyugado los bosques de Zulorg, antaño verdes y esplendorosos?.

- Se acercan en efecto tiempos oscuros – dijo Freg con tristeza- y no sé que respuesta daros. Me gustaría aplacar vuestros temores, pero no sé como ayudaros. Pensé que el oráculo me hablaría de él, y así fue.

- ¿Qué es lo que te comunicó el sabio oráculo? – la pregunta fue escupida por los labios de Gülarg de malas formas, e Irikar se extrañó aun más cuando vio que la barba gris del rey de Kindem temblaba.


Freg asió su cayado, que estaba junto a su cama. Se apoyó en él, al tiempo que palpaba la vieja madera mágica con sus arrugados dedos. Irikar se apresuró a ayudarle, pero el anciano rechazó su ayuda con un ademán violento. Tardó unos minutos en incorporarse, pero cuando lo logró su mirada era orgullosa. Gülarg sintió sobre él los ojos del mago clavados en él. Una sensación de inquietud se abrió paso en la mente del soberano, que dio paso con rapidez al temor. Los ojos del mago brillaban, emitiendo destellos extraños. Irikar y Duncan retrocedieron unos pasos, sorprendidos. Nunca habían visto a Freg hacer uso de su magia, y esto les atemorizó. El príncipe temió por su padre, y agarró la empuñadura de su espada. Nunca alcanzó a desenvainarla. Sentía un hormigueo por su piel, algo extraño que le paralizaba. Clavó sus ojos en el viejo mago. ¿Qué pretendía?. ¿Acaso matar a su padre?. Duncan rechazó esa idea. Freg llevaba más de veinte años al servicio de su padre. Si hubiera querido matarlo, ya lo hubiera hecho hace décadas. Miró a Irikar, pero estaba tan inmóvil como él. El báculo brillaba emitiendo destellos dorados. Gülarg estaba paralizado. Miraba al mago, con el rostro transfigurado por el miedo, pero incapaz de apartar la vista de él. Freg levitó sobre ellos, hasta alcanzar la techumbre de la estancia. Irikar rezó una plegaría a Makhal, rogándole que guardara sus almas en el Hamalak, pues temía por sus vidas. Duncan apretó los puños, consumido por la impotencia. Un profundo desasosiego le invadía, mayor que la posibilidad de morir: la posibilidad de haberse equivocado. Gülarg notaba como los latidos de su corazón se aceleraban. Su pensamiento retrocedió en el tiempo veinte años. Las palabras que entonces pronunció Freg bailaban en su embotado cerebro. . El terror se apoderó de él, y apenas sintió como se orinaba encima. ¿Por qué ahora?. ¿Por qué?. ¡No quiero morir!. Un fuerte estruendo resonó en la habitación, similar a un trueno. De la boca de Freg comenzaron a salir vocablos en una extraña lengua, que fueron incapaces de comprender, aunque Irikar se esforzaba en ello con desesperación.

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Tras pronunciar estas ominosas palabras, el resplandor se apagó. Duncan sintió que podía moverse, aunque se encontraba entumecido. Un trueno resonó a lo lejos, avisando la llegada de una tormenta. Freg cayó hacia ellos velozmente. Irikar intentó detener el descenso de su maestro, pero no llegó a tiempo. Freg se rompió todos los huesos contra el viejo suelo.





Lolodonosti15 de junio de 2008

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