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La Cruz Del Cerro

Iba en camino para mi apartamento. Era de noche, de esas en que el cielo despejado se encuentra; de esas noches en que la ciudad respira, un poco alejada de la contaminación y del bullicio durante el día. Allí se erguía la cruz, en la montaña que nos resguarda; enorme e iluminada noche tras noche, tranquila y silenciosa. Vigilante. Y tan callada, y pesar de ellos, todos notan su presencia.
Cada sábado allí la observo. Me pregunto qué pensará de lo que la observamos. De los que como yo, desde la ventana de un automóvil, de un bus, de una casa o un apartamento la han observado, sea de cerca o de lejos, o de aquellos que la han tenido de frente y han depositado en ella sus oraciones y lamentos. No tiene labios, no tiene ojos y aun así contaría muchas cosas y conversando con ella, nos daría una y otra noche. La vería apagarse y encenderse, y aun así mantener su serenidad sin moverse a ningún otro sitio.
Como decía, no tiene ojos ni labios, pero ella nos observa. Así como la observaba hacia un rato en camino para mi apartamento. Yo me movía, y ella quieta estaba en la cima del cerro, con sus brazos tratando de abarcar toda la ciudad y pienso que su desdicha debe ser enorme. Pues, a distancia, sus brazos parecen diminutos aunque su fe debe ser enorme. Aun pequeños ante la magnitud de la ciudad, día y noche en el cerro los extiende iluminándose imitando al sol.
Hubo un día en que la cruz, de noche, no apareció encendida ante las tinieblas del cerro. Como la mayoría de los conciudadanos estaban acostumbrados a su presencia, no le prestaron atención, y de un día, pasaron a ser dos. Los que le observábamos durante la noche nos extrañamos y pensamos que solo se cansó de querer abrazarnos con sus brazos pequeños e iluminarnos cuando la oscuridad aparecía luego del crepúsculo. Pero nos dimos cuenta de que de día allí estaba, solitaria como siempre y escondida entre la vegetación que escuchaba sus relatos atentamente y que a diario los espectadores eran más numerosos y su presencia, de lejos, era menos notoria.
No solo los que la observábamos nos preocupamos de su ausencia, los que anteriormente no la tomaban en cuenta también se preocuparon, por lo que de boca en boca se acordó ir a la alcaldía y denunciar lo que ocurría desde ya hacía un mes. Al principio no nos hicieron caso, y la cruz parecía estar decidida a resguardarse en el olvido. Pocos días después, el calor en la ciudad fue sofocante y como aun no era temporada de lluvias, el sol que brindando sus rayos a cada uno de sus planetas no se daba cuenta de la magnitud del poder de su radiación la vegetación se fue secando y posteriormente se formó un incendio debido a los desechos de botellas y otros objetos más que se encontraban en el cerro, escondidos entre las ramas de algunas plantas y dejados allí por indigentes y personas descuidadas o malintencionadas.
Inmediatamente, la alcaldía atendió a nuestra solicitud, al observar también, que entre el fuego que desaparecía la moribunda vegetación se alzaba la cruz con sus brazos extendidos hacia la ciudad, resguardándola aun cuando a su alrededor todo parecía desaparecer ante la acción de las llamas que no la dejaban ver nuestra preocupación. En unas pocas horas, el fuego fue controlado aunque la cruz quedó del color de las plantas que perecieron ese día. Varias personas colaboraron para limpiarla y recoger la basura que aún era visible y causante en gran parte de que se formara el incendio. Se volvió a lijar el metal, se pintó y se le colocó un nuevo sistema de luces para que volviera a iluminar durante las noches.
Pocos días después llego la temporada de lluvias y la vegetación resurgió de las cenizas que fertilizaron el suelo y el cerro volvió adquirir su color verdoso característico un menos de una semana. La cruz allí estaba de nuevo, en la cima del cerro, rodeando la ciudad día a día, presente ante la luz del sol, y durante la noche, iluminando radiante. Quien sabe que le habrá contado a las árboles, a los helechos y a los demás árboles que desaparecieron durante el incendio. Quien sabe que nos contaría ahora que se alza imitando al sol durante la noche. Sea lo que sea que nos pueda contar, allí la observo y nos observa, rodeándonos con sus pequeños brazos cada día e iluminando las noches, vigilante y serena.

Luis J. Cabré
Luisjose28 de febrero de 2020

1 Comentarios

  • Norma

    Muy bueno.saludos.que bueno que andes por aquí

    02/03/20 02:03

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