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La Torre de Babel- Capítulo 11

La visión que pudo presenciar el profesor después de una larga caminata hizo que su corazón se detuviera. Una construcción enorme, de proporciones inverosímiles, contemplaba a sus pies una destrucción como nunca se había visto antes. El camino por el que habían llegado hasta allí los tres hombres estaba sembrado de hombres que se lamentaban en el suelo, con sus armas y su valor hechos trizas, en un reguero de devastación provocado por la bestia que Gallardo había invocado en el cuerpo del teniente Bravo.
El profesor le buscó con la vista, pero no lo encontró. Vio que las puertas de la Torre estaban abiertas de par en par, como si alguien las hubiera roto a puñetazos.
-Una vez vi algo parecido – dijo Gallardo, contemplando el destrozo.
-¿Dónde está Bravo?- preguntó Dorado.
-No importa. Nos ha abierto el camino. No necesitamos más.
-¿Sigue vivo? – quiso saber el profesor.
- Probablemente, pero no querrás encontrártelo. Si eso pasara, abre el sobre y en su interior habrá algo que te servirá de ayuda.
-Prefiero esto – dijo Dorado, acariciando su fusil. –Me inspira más confianza.
- Eso no será útil, Alfonso. Repasemos: nuestra misión aquí es la siguiente. Tú, Alfonso, me acompañarás al último piso, y te dejaré hablar con Ricardo Aguilar. Lo que ocurra después estará en tus manos.
-Cuenta con ello, Gallardo – afirmó Dorado, con una sonrisa en los labios.
-Tú, Juan, accederás a la base de datos de la Torre desde la sala principal. Está en los primeros pisos; yo te indicaré el camino. Una vez allí, introduce los datos que la doctora preparó y activa el dispositivo con la palabra clave. Después, nos reuniremos contigo.
-¿Crees que podrás con todo, profe? – preguntó sarcásticamente Dorado.
-Me las arreglaré. Pero espero que el teniente ronde cerca. No sabemos cuántos hombres hay dentro, Gallardo; pero nosotros somos tres.
-Suficientes para realizar nuestro trabajo. Entremos.
Gallardo entró en la Torre. El poderío de la bestia invocada en Bravo se legitimaba en el interior de aquella tumba. Las mismas paredes parecían lamentarse ante el hecho de un torbellino de furia tan inmenso. Escucharon un aullido en los pisos superiores.
-Bravo-susurró Dorado, acercando su fusil.
El grupo ascendió por unas escaleras que parecían no tener fin. Gallardo permanecía en silencio, pero el profesor acompañaba a Dorado en la retaguardia.
-¿Cuánto crees que tardarás, profe?
-No lo sé…quizá varios minutos. Los archivos de la doctora parecen sencillos, pero no los he probado.
-Sí, así actúa él. Un toque en la cabeza y cree que te ha dado el conocimiento supremo. No le importan los sentimientos. Seguramente los perdió hace tiempo.
-Alfonso…-el profesor bajó el tono de su voz, confiando en que Gallardo no les escucharía mientras ascendían más y más en aquella espiral. –Tú le conoces desde hace más tiempo. Esconde algo que no ha querido mencionar desde el principio. ¿Quién es?
El aguerrido transportista vio perderse a Gallardo escaleras arriba. Con un suspiro, empezó a hablar.
-Sé de él muy poco, profe. Era un hombre que sufrió una crisis nerviosa hace un tiempo y se convirtió en lo que es ahora. Le mueve la envidia, diga lo que diga: supongo que ni él mismo se ha parado a pensar porque estamos en esto. Simplemente, nos da una oportunidad y estamos tan locos de aceptarla. No hay nada más.
-Pareces un hombre inteligente, Alfonso. ¿Por qué no apoyaste antes mi idea de usar la red de Aguilar? Esta es una misión suicida, lo mires por donde lo mires. ¿Te ha contado cómo saldremos de aquí si Aguilar solicita refuerzos?
-No, pero no es de extrañar que tuviera un plan.
-¿Y si no es así?
-Si no existe, es que no hay posibilidad de huir.
El profesor dejó de preguntar. Había accedido a trabajar con aquel hombre por una visión abstracta de un ideal, pero cuanto más cerca estaba de su objetivo más dudas asaltaban su mente. Sus piernas habrían flaqueado si no las obligara a caminar rápidamente siguiendo los pasos de Gallardo.
Cuando al final llegaron arriba, el profesor vio un pasillo que terminaba en una puerta cerrada. Dos hombres yacían junto a ella, y se podía ver como algo enorme había intentado derribarla, sin éxito.
-De acuerdo, caballeros- dijo Gallardo. –Preparaos. Tú, profesor, sigue por este pasillo y entra en la cuarta habitación. Allí te esperaremos. Bravo está cerca, ten cuidado.
El profesor asintió, tragando saliva. Caminó hasta perderse en la oscuridad. Entonces Gallardo sonrió.
-Bien, hagamos lo que hemos venido a hacer. Después de ti, Alfonso.
Dorado asió su arma. Ansioso, intentó abrir la puerta, pero estaba cerrada desde dentro.
-¿Qué?- gritó.
-Ah! Ya veo…- Gallardo indicó a su hombre que se hiciera a un lado y puso sus manos sobre la puerta. Durante unos segundos no ocurrió nada, aunque Dorado pudo ver como el sudor perfilaba la frente de Gallardo. Al fin, con un sonido, la puerta se abrió. El transportista vio como su jefe incluso jadeaba.
-Adelante- le indicó.
Con un paso que podía determinar un futuro, ambos hombres entraron en el último refugio del rey del mundo.
Luko179130 de julio de 2012

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