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Magia

Aquel personaje de una serie de televisión que veía a escondidas de mis padres - cuando se suponía que ya debía estar en la cama - introdujo en mí el deseo de empezar a escribir, de plasmar mis pensamientos, primero, en forma de diario para más tarde desarrollar todo un afán por transmitir lo que llevaba dentro a todo tipo de gente, conocidos y no conocidos. La era internet todavía no había llegado, pero si que me manejaba con gran soltura con los sobres y sellos.
De éste modo conocí a un chico cubano, que me hablaba del valor de un dólar en su país, y vi como se entusiasmaba con cada recorte de revistas sobre cantantes y actores que adoraba y que yo le enviaba cada vez que le escribía. Trabajaba en una pequeña radio de su ciudad, amaba la música y el cine, y su vida era bastante modesta, aunque parecía feliz.
Más tarde conocí a mi amigo Fran, a 400 Km. de mí, y nunca nos hemos visto, lo que son las cosas. Pasamos de contarnos nuestras desventuras amorosas y como íbamos solventando los estudios hasta que fuimos creciendo juntos en la distancia y ya hablábamos de bodas, de nuestros trabajos y de cómo nos trataba la vida en general.
Un día no quise ir al cine con una pareja amiga, y la suerte me llevó a conectar mi ordenador y volví a escribir, y lo seguí haciendo durante cuatro días más hasta que al quinto, el día de fin de año, decidí conocer a aquel chico de mi ciudad con el que había mantenido unas conversaciones muy interesantes.
La hora y el lugar, a las seis en el único centro comercial de mi pequeña pero caótica ciudad. A pesar de que hice todo lo posible por ser puntual finalmente los nervios hicieron que llegara cinco minutos después de la hora prevista; con mi abrigo azul y mi cabello al viento de la carrera, pude ver de pasada a un chico que dio media vuelta en ese momento a modo de vaivén, supe que era él.
Al doblar la esquina por donde desapareció me lo encontré de frente, no hicieron falta explicaciones, los dos sabíamos quiénes éramos. Recuerdo que lo que más llamó mi atención fue que realmente no recordaba haber visto a éste chico en mi vida, y los dos éramos de la misma pequeña ciudad.
Nos dispusimos sin más a buscar una cafetería donde poder charlar más tranquilamente, pero fue más difícil de lo previsto, todo el mundo estaba en la calle con las últimas compras para la cena de fin de año. Finalmente conseguimos un huequecito en una cafetería pequeñita algo más alejada del jaleo de las tiendas del centro comercial, allí pudimos conocernos un poquito mejor, intercambiar impresiones, y bueno, ver esa parte de nosotros que nuestros escritos no nos dejaban ver.
Después estuvimos correteando por las tiendas, comprando algún que otro regalo que a cada uno le faltaba para Reyes, y finalmente acabamos enredando en los recreativos dónde encontramos una máquina que consistía en rellenar un cazo que nosotros movíamos de palomitas falsas que saltaban y saltaban dentro de la máquina, era algo tonto, pero ya se sabe, todo lo que se hace en buena compañía es lo mejor.
Se nos hizo tarde, y las familias esperaban en casa, fuimos recorriendo la planta baja del centro comercial comentando entre bromas los escaparates hasta llegar a la salida. Hacía frío, había caído la noche, y las luces de Navidad brillaban en el camino de vuelta; nos separábamos, pero no nos dijimos adiós, cada uno se fue a casa con un pedacito del otro, y aunque separados aquella Nochevieja, todo era diferente ya.
Luna28 de diciembre de 2007

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