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Esa Navidad SÍ la CelebrÓ


Nunca le gustó la Navidad. Odiaba esos días en los que las personas tenían que sentirse alegres por decreto, especialmente los que no siendo creyentes se emocionaban con los villancicos o los que incluso llegaban a poner el nacimiento.
Aquella noche, en cambio, Ane se sentía especialmente sola. hacía ya diez años que había muerto su esposo, y aunque la relación sentimental hacía mucho que no existía, al menos se hacían compañía mutua y compartían algunas aficiones. Los días de Nochebuena y Navidad, los había pasado con su hija que había venido de Zurich con su compañero y su nieta, pero el día 28 habían regresado. Ahora, en la casa que había estado llena de risas de la pequeña Elene, solo se oía el silencio, un silencio azul pesado.

A Ane no le producía ninguna emoción el cambio de año, pues sabía que su existencia seguiría siendo anodina y que ya no volvería a sentirse ilusionada hasta que en primavera viajara a pasar unos días para estar con su familia en Suiza.
Era 31 de diciembre. Esa mañana se quedó en la cama más tiempo que el acostumbrado oyendo música y leyendo. ese día no iría a hacer la compra porque sabía que todo sería carísimo y, a decir verdad, tenía suficiente comida congelada. Además hacía tiempo que su apetito era escaso.

La única ilusión del día se produciría a las 21:00 horas, cuando había quedado con su hija para hablar por skype porque Sonía quería felicitarle el año a su madre. Ane adoraba las redes sociales ya que le permitían estar informada, opinar sobre temas trascendentales y comunicarse con sus amigos egipcios, que no había visto desde que a su marido le mandaron a trabajar a la sucursal de Bilbao y volvieron a su casa de Vitoria-Gasteiz. A Gorka, su marido, tampoco le gustava la Navidad y vivir en El Cairo les dio la posibilidad de librarse de las celebraciones impostadas de fin de año. Elene, en cambio, a veces hablaba con envidia de las fiestas que sus compañeras del liceo celebraban en Nochebuena o Nochevieja e incluso había acudido a algunas.

Después de tomarse un caldo y una manzana, se quedó dormida viendo el documental de la 2, después de su adorado "Saber y ganar", uno de los pocos programas que veía con gusto en televisión. Como no había salido por la mañana, se forzó a vestirse y caminó hasta Armentia, un pueblo cercano al que cada día muchas personas se acercan paseando. De vuelta a casa, compró pan, tomó un café en la cafetería de la esquina. Después de leer por encima el periódico, se dirigió a casa para prepararse para la videollamada.
Su hija fue puntual y a las 20:55 ya estaban conectadas. Le extraño no verles en el cuarto de estar, pero con la alegría del saludar a su nieta no le dio importancia a la pared blanca del fondo.
De repente sonó el timbre de la puerta, pero Ane hizo caso omiso. A menudo los vecinos abrían la puerta del portal sin preocuparse de quién era el que llamaba. De nuevo sonó el timbre y su yerno le dijo que no se preocupara, que fuera a ver quién era, que no había prisa. Miró por la mirilla, pero sólo vio algo rojo. Decidió abrir, no sin antes, colocar la cadena, por precaución. Ante sí vio a su familia: su hija, su yerno y, en medio, la pequeña sujetando a duras penas un ramo de rosas rojas tan grande como ella.

Ane no podía articular palabra, estaba impactada. La niña cual ametralladora le soltó todo lo que estaba deseando decirle: "Amama (abuela), ¿sabes una cosa? A aita le han cambiado el trabajo a Bilbao y nos venimos todos a vivir aquí. Mi profesora de Suiza ha hablado con el profe de aquí y el lunes empiezo en la ikastola (escuela), en la clase de mi amiga Laura. ¡Di algo! ¿Estás contenta? ¿Ves como sí se guardar un secreto? Lo sabía la semana pasada y no te dije nada..." Ane ni siquiera había retirado la cadena de la puerta. Cuando por fin reaccionó, la quitó y los cuatro se fundieron en un gran abrazo.
-¿Y qué os voy a dar de cenar?-musitó mientras se secaba las lágrimas.

Ese año sí que iba a celebrar la llegada del año nuevo
Mabar07 de enero de 2018

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