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Micro-historias de Olotilandia Cinco

XXXI

Salió Pericot al nuevo día buscando la noche que se había equivocado al marcharse y había caído en un volcán que parecía un muñeco de nieve, pero no era pa¬ra eso para lo que salió sino para otra cosa que se¬gún el ya lo decían sus ondas, su música y su tic-tao, que no era rutinario.

En un camino encendido bajo el sol el asustadizo diablillo se metió dentro de un colchón que había por allí tirado. No veas la que armaron los marcianos que se fueron a acostar y se lo encontraron en la ca¬ma que parecía estar viva de tanto que se movía, como si tuviera un montón de manos.


XXXII

Estaba este último duende que ya conocemos de pie y otras veces sentado sobre una piedra envuelto por una cúpula de luz, esperando que empezara a rodar del vacío otra maravilla ante sus desenfocados ojos. Mientras tanto iniciaría el arduo peregrinaje mecánico y mental que le llevaría a obtener un sofisticado liadillo de rama, en parte producto de su magia, capaz de extraer trompetas de la nada, que persistía a pesar de las adversidades; y es que entre el mal y el buen tiempo su roca se balanceaba sin darle un rato para descansar.


XXXIII

Hubo una vez un duendecillo que se llamaba Remirat y que vivía en una habitación de un edificio con veinte millones de ventanas y once mil claraboyas y que por cierto no se lo pasaba demasiado bien entre tanto yeso cemento asfalto y hormigón.

Por la noche escuchaba una afonía de jazz que entraba por su ventana junto con ruidos de coches, cantos de bebes y otro perdidos en un nudo de sonidos. Lo alegraba el bop lleno de latas, que corrían golpeadas por una tribu de húngaros que celebraban akelarres con litros de alcohol, ensangrentándose en una borrachera de güisqui.

Paseaba velocípedo y paranoico con un speed fuera de lo normal. Se deshacía, cuando escuchaba a Ella Fitzerald y sus gritos primitivos. Tenía un tocadiscos con boca de trombón que estornudaba notas sueltas al amanecer, cuando el duende lo salpicaba con una ducha de ginebra. La habitación estaba llena de jarrones de fantásticos diseños y de variado colorido, según él, todos habían contenido alguna droga exótica; tenia también, en un rincón, bajo una litografía de Matisse de dos cisnes que se deshacían mientras se abrazaban con los cuellos, una botella azul donde dormía, que era la botella donde su madre lo metió nada mas nacer de una lluvia de deseos.

Bailando torcía las esquinas, bailando subía á los ascensores y se metía en las oficinas, siempre en busca de secretarias. Cuando encantaba silbaba y balanceaba la cabeza como si la fuera a perder.

No había día es que no hechizara a una doncella súper maquillada, voluble en la mini corta minifalda o el ajustado pantalón.

continuará ...

Marcelino Miret
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Ya sé que no es necesario decirlo pero le iba la droga cantidad, se diluía por la coca, sonaba con el haschis y con los alucinógenos hacía verdaderas virguerías. Algunas veces, como iba de pop, dormía dentro de una coca-cola o fumaba un canuto de rama con la chapa puesta sobre 1a boca de la botella al revés para. alucinar con las onduladas letras que en vera¬no eran de lo mas refrescante con cae fluir que tie¬nen de pincelada.

Cuando se emborrachaba dormía en una lata de cer¬veza alemana que siempre prefería llena.

Quiso el medio desadaptarlo del tinte con el que estaba pintado y ahí empezó otra historia, pero no se piensen que la voy a contar.



XXXIV

Enrojecidos diablos, espíritus de los restos secos de las transparentes esqueletos de las flores bailan alrededor de la noche, por el cielo, dejando un cierto olor a sándalo que colorea la inhabitada luna de un increíble- amarillo. Tras toda esta barricada que no se defienda la nostalgia, que tanto aquí como allá solo existe un elemento perturbado, que dos ya serian demasiados. Los enanos se deslizan por los rayos lunares, como notas en un pentagrama dejando oír una sensación más:
ambas músicas se mezclan sin tocarse, sin ser del espacio, mientras el mar se aburre porque neptuno recién afeitado ha abandonado las zonas abisales e invade las discotecas.

No hay mayor tesoro de plata inabarcable en el agua pues brilla el cielo y en las olas bulle un alboroto de resplandores, ¿será una nueva llamada del más allá?


XXXV

Un duende ascendía por la antena del televisor, y cuando estuvo instalado en su cima, véase lo que divisó:
“¿ por qué marginas al marrón ?”
TU YA NO SIENTES, SIMPLEMENTE TE CUELGAS
Todo esto se lo decía un policía que tenía boca radial y era su propia conciencia perturbada por una amanita podrida.

En ese mismo instante apareció un hada relampagueante que ensombrecida por media luna menguante dejó bramar a la rutina un poco de felicidad desaparanoiante y conquistó su amor.



XXXVI

Estaban los duendes y las duendas tan amormados porque no sabían lo que quererse y es que habían de¬masiadas burbujas dentro de aquella botella de champaña.


XXXVII

Eran tan gilipollas aquellos duendes que donde quie¬ra que iban vacilando con su seta voladora no podían parar de reír. En esto que vino dando la bronca un mar¬ciano con alas y marchado del coco, disuelto en la intangibilidad les reprochó con mente de programador:

No os mezcléis con las cosas de comer puesto que os convertiréis en un estomago que es como una maquina de lavar ropa.

Pero la bronca no acababa ahí, aunque la demos por finalizada, porque en marte están todos alucinados por la endemoniada marcha que arrastran estos dichosos duendes.


XXXVIII

...y aún mas enfadado porque ya no era amado dejó el mundo de los listos y se fue a dormir; se entiende solo, sin ni siquiera una mala frustración acompañándolo en su pesadilla de estrellas desprendidas.


XXXIX

Ojos de lamento ensordecen al alba la luz sofocante y moribunda. Los hados la volvieron a hacer, pensaron el pasado al revés y se les cayó el recuerdo en un charco de olvido sin memoria, de vidrio sin cristal, de eco que no respira.

En el interior de la esfera de las nieves, volviendo sobre el espacio, el duende entristecido por la muerte de su padre enciende un fuego mas, al que mirará sin de¬cirle nada.
Marcel08 de noviembre de 2015

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