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El Último Atardecer - Crónicas Del Mundo Destierro

El tiempo de los hombres agonizaba. El atardecer tocaba a su fin. El Sol carmesí se hundía entre las montañas nevadas del oeste, anunciando la llegada de la noche. El tiempo de la muerte.

Una colina de piedra destacaba en el descarnado valle, cubierto por un grueso manto de nieve y hielo. Los primeros hombres habían excavado en su pared norte la entrada a una ciudad subterránea, aislada del exterior.

El camino de piedra bullía de actividad cerca de la puerta: cazadores, recolectores, mercaderes, viajeros; a pie, a caballo, o con carros; ciudadanos que habían salido a respirar aire puro, mujeres que jugaban con sus hijos, grupos de adolescentes que hacían sus pillerías. Todos regresaban a la puerta, inquietos por la caída del Sol.

En los bordes del camino, un grupo de hombres trabajaba con palas y arrojaba sal al suelo. Luchando por mantenerlo libre de nieve.

Todo el mundo protegía su cuerpo del frío glacial con pesados trajes de pieles. Los cascos, por la necesidad de protegerse los rayos del Sol, mortales para un humano. Se fundían herméticamente con los trajes de piel y llevaban viseras de cristal ahumado en el rostro. De modo que se identificaban unos de otros mediante símbolos tribales, gremiales y familiares en las ropas, ricamente decoradas.

Los soldados eran la excepción: por las armaduras y cascos de acero, forjados en motivos mitológicos; las viseras de cristal ahumado moldeadas con el relieve de sus rostros; las espadas, lanzas y escudos. Destacaban por encima de los demás, a los que protegían. Se distribuían en silencio por la puerta, el camino y el perímetro exterior de la colina. Siempre por delante de la gente frente a las amenazas.

A medida que el Sol terminaba de desaparecer, las miradas de preocupación al horizonte se hacían más frecuentes. Nadie podía resistirse a mirar de vez en cuando a los bosques oscuros al final del valle, donde se alzaban las faldas de las montañas escarpadas de piedra gris que lo rodeaban. Más calmados, volvían la cabeza hacía los últimos vestigios visibles del Sol, en busca de la certeza de estar a salvo. Entonces, por unos segundos olvidaban sus miedos para contemplar los anillos del planeta. Una espectacular cascada de franjas naranjas, rojas y violetas que bañaban un cielo salpicado de estrellas brillantes.

De pronto, se despertó una fuerte ventisca, que arrastraba partículas de nieve. La visibilidad del horizonte se recortó, mientras cada vez soplaba con más fuerza. El viento traía un lejano rumor que silenció a la gente.

Los soldados trataban de aparentar tranquilidad, sin perder de vista el horizonte. Pero algunos no podían impedir llevar la mano, inconscientemente, a la empuñadura de la espada. Su líder, situado a un lado de la puerta, hizo señas a un pequeño grupo para que ascendiera a la cima de la colina de piedra a observar.

Lejos de amainar la ventisca, empeoró. Trayendo del horizonte nubes grises indomables, cargadas de fuerza, que cubrían el cielo a una velocidad vertiginosa. Caían los primeros copos de nieve.

El líder tocó el silbato tres veces, haciendo gestos firmes con los brazos. El orden daba paso al caos. Del interior de la puerta, a cada lado, salió una fila de soldados a paso ligero. Empuñaban lanzas y escudos. Formaron un muro de protección, escudo contra escudo alrededor de las cercanías de la puerta. Los soldados que ya estaban en el exterior se reunieron en torno a las personas rezagadas, ordenando con gritos y gestos que se dieran prisa en entrar sin perder el orden. La gente estaba muy excitaba, querían gritar su histeria y entrar empujando a los demás. Pero los soldados mantenían el orden y el ritmo de la masa con la violencia necesaria. Las primeras gotas de sangre mancharon el camino.

Los elementos se habían vuelto contra el hombre. La nevada luchaba por sepultarlos y la ventisca por hacerlos caer al dulce sueño. La gente se abrazaba con fuerza, unos con otros para lograr seguir avanzando. Los soldados libraban una batalla por mantenerse firmes segundo a segundo. Una congoja, estremecía en el silencio el corazón de los hombres. Esa congoja tenía un nombre, uno que nadie osaba pronunciar, ni siquiera en pensamientos.

Oooouuuuuuuuuuuuuuuuuuuuu

Resonó el cuerno de los soldados, en la cima de la colina de piedra. El significado era tan aterrador que todo el mundo se paralizó, incluido los soldados, negándose a creerlo.

- ¡¡¡Tormentaaaa tenebrosaaaaaaa!!! – Gritaron a pleno pulmón los soldados de la cima, desgarrándose las cuerdas vocales-. ¡¡¡A la puerta!!!.

Oooooouuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuu

El sonido más aterrador de la noche retumbó en sus oídos. Desde el norte, avanzaba a gran velocidad, una ola de niebla blanca. Arrollando montañas, bosques y planicies en su camino, directo a la colina de piedra.

El terror se desató en la multitud: las madres corrían con sus hijos en brazos, los cazadores abandonaban sus presas, los recolectores sus frutas, los mercaderes sus carros, los viajeros sus caballos que escapaban al bosque del sur, y los adolescentes ayudaban a los más débiles.

Soldados del interior de la puerta, se abrieron paso empujando un carro con ampollas de cristal con mechas. Las encendían una a una pasándolas a los soldados de las formaciones, que las arrojaron hacía delante con todas sus fuerzas. Al caer se rompían propagando un fuego mágico, dibujando un arco de luz alrededor de la puerta.

El último rayo del Sol, desapareció por completo. No quedaba más luz en el exterior que el fuego de las ampollas, ardiendo alrededor de la puerta y las antorchas de los soldados. La luz de la Tormenta Tenebrosa era una abominación demasiado terrible para considerarla tal. Toda la niebla de la tormenta palpitaba en un continuo e irregular brillo blanco puro. Además, en torno a ella navegaba un banco de esferas ardientes: almas atrapadas por los condenados. Miles de ellas.

En el tumulto de la carrera quedan varias personas tendidas en el suelo. Vivas o muertas no hay tiempo. Una madre enloquecida por el dolor, grita que traigan a su hijo antes de cerrar la puerta. Pero es demasiado tarde.

En la puerta los soldados terminan de empujar a la gente con los escudos. Los ingenieros accionan con todas sus fuerzas los mecanismos. Una gigantesca puerta de metal, cierra, lentamente, la entrada de este a oeste.

La formación de escudos se comprime bajo el techo de la propia entrada. La retaguardia sigue arrojando ampollas de fuego mágico, cubriendo sus pasos. Todos sudan de miedo, algunos no pueden contener los temblores. La canción de los condenados se les mete en los oídos, cada vez están más cerca.

Ooouuuuuuuuuuuu

Oooouuuuuuuuuuuuuuu

Ooooouuuuuuuuuuuuuuuuu

El cuerno anuncia que la Tormenta Tenebrosa ha superado el bosque del valle, el último obstáculo. Su silueta crece a ojos vista hasta tocar el cielo. Los lobos aullan.

El líder los soldados entra el último. La puerta de metal se cierra por completo. Tras un fuerte crujido, la puerta principal: un muro de piedra de cinco metros de espesor y cientos de toneladas de peso. Se pone en acción, bajando desde el techo.

La tormenta tenebrosa pasa por encima de la colina de piedra. El impacto provoca un temblor que alcanza la ciudad, en las entrañas de la tierra. Los fuegos mágicos del exterior se apagan súbitamente. Varias olas más de la tormenta rompen contra la colina, las puertas resisten.

En el exterior, la Tormenta Tenebrosa se eleva hacia los cielos, reuniéndose en un puño que desciende, golpeando con toda su potencia las puertas de la colina. El impacto es tan demoledor que la gente cae al suelo. La puerta de metal se dobla ligeramente por varios puntos. Los ingenieros vuelven a empujar los mecanismos de la puerta de piedra, todo el mundo les ayuda.

El puño vuelve a golpear una vez más, y otra, y otra. Los soldados cogen a los ingenieros para mantenerlos en pie, e impedir que caigan en cada golpe y puedan continuar cerrando la puerta de piedra, la salvación

La puerta de metal resiste a un alto precio. Las abolladuras y arrugas producidas por los impactos van deformando su aspecto. Cada vez es más difícil bajar la puerta de piedra por la fricción que hace contra los desperfectos de la puerta de metal.

Cuando la puerta de piedra había bajado más de la mitad de la altura, llegó el peor de los golpes. Fue tan salvaje que la propia puerta de piedra se incrustó parcialmente en la de metal. Reventando el mecanismo de cierre, ahora, inutilizado. El líder de los soldados, desesperado, ordena detonar con explosivos el túnel de entrada.

Una delgada línea de niebla se introduce por el minúsculo espacio entre la puerta de metal y el suelo de piedra. Los soldados al ver la niebla aparecer por su lado retroceden alarmados. Se han quitado los cascos y han arrojado las lanzas. Blanden sus espadas y escudos en las manos, ambas arden en fuego mágico. Son la última defensa: luz y acero. Forman filas compactas, escuchando los pasos de los ingenieros trayendo los explosivos. Ninguno de los soldados respira, tienen los cabellos sudorosos por el terror. Sienten un frío como jamás habían sentido en sus vidas, a pesar del fuego. Algunos tiemblan incontroladamente por la hipotermia. Ni la voluntad más férrea es capaz de resistir lo que se forma ante ellos.

La niebla se arremolina esculpiendo una forma líquida difusa, que se define al convertirse en solida: es una mujer.

Una mujer de piel plateada que flota en el aire. Al igual que su larga cabellera azabache, tocada por la noche. Viste una armadura de cristal afilada en todas sus facetas. Su mirada de ojos azules, glaciales e insondables, hechiza a los testigos. Paralizados, envejecían súbitamente mientras les drenaba la vida.

Nadie es capaz de reaccionar. Ella les sonríe y entonces, abre la boca… borbotones de sangre le gotean, pasando de la barbilla al cuello. La visión de sus colmillos rompe el hechizo.

Los soldados se abalanzan sobre ella pronunciando gritos de guerra. Los ingenieros encienden las mechas de los explosivos que cargaban, y corren hacía ella. En todos los rostros se refleja el mismo esfuerzo final por superar el miedo. Antes de que termine por devorarlos, quieren morir, expulsando a la bestia que ha venido a por todas las personas que aman.

La vampira pronuncia un grito espantoso, cargado de odio, furia, sed y poder. El fuego de las espadas, los escudos, las mechas y las antorchas de toda la ciudad se apagan por siempre jamás.

En la oscuridad, regresó la luz en una danza mortal de figuras plateadas. Bajo la puerta de metal del exterior, nació un río de sangre que seguía el camino de piedra. Los gritos de los moribundos ensordecían a la tormenta antes de ascender por encima de la colina piedra como esferas ardientes. Nuevas almas cosechadas, condenadas a vagar por las tinieblas hasta el fin de los días.

Era el tiempo de la oscuridad. El tiempo de la noche eterna, El tiempo de la muerte. Era… el último atardecer.
Meladius16 de enero de 2008

6 Comentarios

  • Nemo

    Una atmosfera agobiante. Me gusta este tipo de texto, que son como una exhalación helada que nos deja inquietos.
    Saludos!!

    17/01/08 06:01

  • Meladius

    Gracias, Nemo. Da ánimos para continuar escribiendo. En unos días volveré con otro relato del mismo mundo.

    Un saludo.

    17/01/08 11:01

  • Mejorana

    El tiempo de los hombres agonizaba. Cada día agoniza el tiempo de los hombres, y el de las mujeres, y el de los bichos, y el de las hojas de los árboles . Pero nosotros estamos aquí, creando, para alegrar el espíritu al personal.
    Bienvenido Meladius, me gusta la imagen que has puesto.

    17/01/08 01:01

  • Meladius

    Gracias por la bienvenida, Mejorana. Me alegra que te guste la imagen. Siempre he identificado mi propia alma con la de un lobo negro, de ahí el avatar.

    Un saludo.

    17/01/08 05:01

  • Soulvalentino

    Bueno lo tuyo, la verdad me gusto mucho leerlo. Segui escribiendo que tenes un estilo bastante particular. Saludos

    21/01/08 05:01

  • Meladius

    Muchas gracias por los ánimos, Soulvalentino. Ya estoy en trabajando en una nueva historia, que espero compartir con vosotros en breve.

    26/01/08 01:01

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