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Licor de una Morera.

Cañones humeantes y moreras en su auge. Me estaba planteando que quizá estos recuerdos, esta vida mía, eran solo un regalo que el cosmos cedió a mi alma por cincuenta años. A mis pies caían impúberes, campesinos, mujeres, padres de familia… y mis pies se manchaban de sangre. No podía dejar de caminar sino quería matar mi alma.
Cuando estaba a punto de llegar a la frontera noté mis pies húmedos, juraba en aquel momento que la sangre había quedado lejos. Me di la vuelta y me di cuenta entonces de que eran lágrimas.

- Vergüenza, es lo que me está matando. No hay consuelo a la ausencia de una madre. Mi madre… -hizo una pausa recuperando el aliento- se fue ayer y la gente sigue corriendo de un lado a otro, gritando, vendiendo vidas a precio de culata. Cuando la sangre de mi madre caía escaleras abajo y los bárbaros se fueron, salí del desván y me asomé al ventanal. Ahí estaba el castillo que solíamos mirar juntas hace veinte años cuando me leía cuentos. Me decidí a correr, escapé por el bosque hacia allí. Al llegar contemplé a una mujer bella de tez pálida y cabellos rizados envuelta en harapos de seda bailando al ritmo de las metralletas. A sus pies el río brotaba más vivo que nunca, por el corría la vida de mi sangre. Sentía como se perdía a los pies de aquella quimera mi ser, mi torrente, mi mundo. Y la que custodia aquel escenario posee los sueños de todos, los pisa con sus zapatos de metal y pasea sus telas por el aire expirado de mi gente. No caben ya en esta aura los abrazos ni las caricias. Y la historia se seguirá repitiendo una y otra vez, el final de mi cuento se seguirá cantando hasta el anochecer de mi vida. No tengo nada que ofrecer y mucho que pedir, pero me conformaré con pedir sólo una cosa, te pido un gesto.- En ese instante acarició la mano que sostenía mi pistola y la posó sobre su cabeza. Yo me deshice en el momento y mi posición se turbó. Aparté instintivamente el arma de aquellos cabellos cobrizos, y tendí mi otra mano buscando la suya, pero me di cuenta de que le faltaba el brazo derecho y la así del regazo para ponerla en pie. Supe entonces que la amaba, y que ella y yo construiríamos de nuevo el mundo deshecho y la inmortalidad de los sueños. Sin decir nada la lleve muy cerca de mi y atravesamos la frontera en silencio y perdiéndonos en el terreno desértico. Dimos con una cueva y la posé en el interior protegiéndola del frío. Calló desplomada y yo salí entonces a llorar, en mi vida había matado a nadie. En mi vida había entendido esa clase de honores, a pesar de ser un coronel, lloraba desalentado cada vez que le preguntaba al cielo el precio de un alma.


Mi3huella02 de agosto de 2011

3 Comentarios

  • Leonora

    Buen texto.
    Un saludo.

    02/08/11 08:08

  • Mi3huella

    Gracias por leerlo, un abrazo Leonora.

    02/08/11 08:08

  • Agora

    Aparte de guerra y romance has guardado mucho en el licor de esta morera...!
    me encanta! abrazos!

    23/08/11 02:08

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