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El Hombre Sin Nariz. (¿narración?)

este es mi primer escrito; lo hice hace un par de años, soy solo un aficionado, tengo pésima ortografía y he estudiado y leído relativamente poco en comparación con muchos. (esto gracias a mi pueril, corto e imberbe estado en esta existencia), también advierto que puede resultar ofensivo debido a su Quizá aguda y agresiva redacción, recomiendo que sea abordado desde el humor o simplemente como un juego de palabras, ya que eso es esto ¿no?... Los planteamientos aquí expuestos no son más que ficción, el narrador por tanto no es un personaje real ni expresa mis opiniones de forma literal, es mas una herramienta metafórica. un saludo y espero me den opiniones, quizá a alguien pueda transmitir un íngrimo mensaje.
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El hombre sin nariz.

“El lamento retumbaba en la infinita lejanía del valle de las sombras, los murmullos de los caminantes se disipaban absorbidos por el ensordecedor silencio, la tierra rojiza a sus pies parecía la plataforma del tártaro, el lamento guiaba como compas los caminantes, a lo lejos un resplandor de lo que sería la luz enceguecedora. El tiempo de la obscuridad quizá habría terminado, los hombres del espacio por fin podrían salir y cegarse con la luz, luego de su condena al subterráneo. Los hombres de arriba habían desaparecido.”

Ya no podía recordar mas, el repentino freno del bus dio un sacudón profundo a mis huesos e intestinos, ahora sentía un dolor punzante sobre la zona abdominal como cuando te das un golpe en los huevos y sufres un terrible dolor de entrañas por días.

–Cuidado- Grito una vieja obesa que estaba en una silla contigua a la mía.

No era un buen día; el bus estaba casi lleno, a excepción del puesto a mi lado y un par adelante.
Hacia atrás… La vedad nunca tengo conciencia de quien hay hacia atrás, podría estar la mismísima parca lamiéndome el cuello o respirando en mi oreja pero no me daría cuenta, el mundo de atrás en los buses es un misterio, ¿qué historias podrán desarrollarse a nuestras espaldas? ¿En el desconocimiento de nuestra atrevida y confiada retaguardia? La perdición! diría Jehová.
Esta vieja gorda y desagradable, lanzo un aullido de esos que suenan con una alta carga de saliva, símil a cuando un cerdo hace como cerdo… ¿como hace el cerdo por cierto? Digo, el perro ladra, el gato maúlla, la vaca muge, la mujer gime, etc… pero el cerdo… ¿el cerdo que hace, además de comer y coger? ¿El cerdo gime? ¿Porcinea? ¿Gruñe?...
Guarrea! Esa es la palabra, de repente llego a mí como la inspiración profunda de la gloria inmarcesible.
Continuando con el cerdo; este ocupaba casi la totalidad de la silla, sus mullidas carnes se balanceaban junto con el des-angarillado bus, parecía que de un momento a otro se fuese a desparramar como un líquido viscoso bajo nuestros pies; otro mundo, tierra rastrera de nadie, lugar de los billetes y monedas caídos, lugar de la herrumbre y la mugre.

Así que el puesto de aquella mujer de carnes, solo sería ocupado por su mórbida masa, y nadie más osaría sentarse en el pequeño escollo que sobraba, yo por mi parte intentaba fingir volumen, con mis escasos 50 kilos de peso y solo un 16% de masa corporal, abría mis piernas a más no poder y aunque sentía que el culo se me hendía, seguía simulando ser ancho; para conservar mi territorio, para que ningún vejete, mujer perfumada o niñato procurara sentarse a mi lado.

A veces desearía haber nacido gordo, gordo como Pavarotti o como el chancho Ronaldo, o sin nariz, como un tipo que una vez se subió a vender dulces en una buseta, recuerdo que ese día estaba sentado en el ultimo asiento, miraba por la ventana un día algo gris, como esos días de poesía barata, recuerdo que estaba divagando sobre un programa de discovery sobre india, las vacas santas y su mierda, intentaba distraer mi atención de los obscenos cantares de la radio, mantras de la perdición y el desenfreno, peligrosas armas de filo agudo que por lo general desembocan en una erección espontanea, ¿el Santo Jesús lo habría comprendido? ¿En su moral perfecta y su justicia implacable? ¿Si tuviese tumba se revolcaría? Gracias a Dios resucito y se largo de este basurero, abogando al abandono y la omisión, ¿por qué estar en tierra si podemos vivir en el edén sobre las nubes?, esas nubes llenas de miel y de algodón de azúcar…

El bus se detuvo en una parada cotidiana, yo tenía la vista perdida en las montañitas que lejanas casi eran invisibles no mas como siluetas, ya que estaban cubiertas por nubarrones grises. Supuse que se recogería un pasajero, pero en vez de esto escuche una voz, una voz que no olvidare jamás. -eñor ¿e eja abajar?- como de costumbre el malhumorado chofer respondió, -¿! Qué!?- , la voz sonó de nuevo, pero esta vez con un volumen desmedido,-¡EÑOR ¿E eja abajar?- el chofer de nuevo respondió de forma vulgar –agale pues chino- .y el motor se puso en marcha de nuevo.

En mi mente imaginaba un hombre de labio leporino, enfermo mental o mueco, que es lo más común en estas ciudades de sistemas médicos deficientes… el hombre subió, yo sentí sus pasos y alcé la vista. Entonces me quede frio, el pánico me invadió, había visto la muerte; era un hombre bajo de color casi marrón, no tenia pelo, en lugar de eso era como un lienzo de vellosidades pastosas, sus ojos eran pequeños y se veían apagados, más que eso manifestaba una profunda tristeza o vacio… sus rasgos faciales coincidían con la construcción o forma morfológica de las personas que sufren el síndrome de Down, sentí escalofríos, mi piel se erizo y mi impacto fue tal que sufrí una laguna de tiempo, entre sus ojos iniciaba un hueco hasta un centímetro arriba de su labio superior, un hueco con una carnosidad rojiza que le atravesaba como un filamento o una división de carne, podían notarse claramente dos huecos medio triangulares, como si se viese una calavera, yo estaba perdido, perdido en esos huecos, en los huecos que literalmente conectaban con lo inimaginable dentro de la obscuridad de un hombre. Era yo frente a los huecos, era yo el atroz morbo frente a una criatura angustiada, era yo el repugnante cobarde, él era el valiente héroe, El era quien se enfrentaba a mí, yo solo miraba con cobardía y temor de muerte, temblor y asco. Me sentí miserable, pero no como los indios que sin poder devorar las vacas protegidas por la fe comían pasto y fango con resignación. Me sentí miserable como un blanco, me sentí miserable como un sacerdote, me sentí como Satán.
El hombre sin nariz pasó por mi puesto, no podía dejar de verlo, supongo que todos nosotros la gente de nariz, estaba embelesada con la diferencia minúscula, como seres repugnantes nuestra especie se regocija en un morbo culpable, de la diferencia o lo que de una u otra forma consideramos diferente para condenar, aunque no podía negar que aquel evento era algo visceral.

El hombre me miro, su mirada era cordial, mi rostro solo reflejaba pánico, el parpadeo, por un segundo más que angustia, sentí lastima en su mirada, yo era digno de su lastima, era digno de la lastima de un hombre sin nariz, mi cuerpo estaba inmóvil, el entendió, yo era el último pasajero en el bus, el se dio vuelta aun con la mano estirada y avanzo. Mientras caminaba repetía: -la unia e vale doientos, yeve los inco or inientos- escuche el chasquear de algunas monedas, el decía cordialmente –acias- yo aun no podía moverme, estaba perdido aun en la obscuridad de sus entrañas.

Luego de terminar de recoger los dulces, le dio un doblez a la bolsa y empezó a avanzar de nuevo, avanzaba a paso lento. El bus estaba avanzando suspendido sobre el aire, ya no había más, ni otros pasajeros, ni día gris de poetas, ni las vacas santas, estábamos solos, el y yo. El olio mi miedo, el olfateo mi cobardía con sus huecos, se dirigió directamente hacia mí, y sin titubear se sentó a mi lado.
Mis ojos rechinantes y de forma increíblemente lenta se dirigieron a él, estaban tan al extremo que sentía como las cuencas y sus musculillos se rasgaban, yo podía sentir su respiración, la mía era pesada y lenta, el respiraba como un becerro luego de subir una colina, podía ver las partículas entrar y salir por los hoyos de la verdad en su rostro, el pronuncio unas palabras para mi, luego se levanto y desapareció.


Las copas de las montañas ahora estaban despejadas, todo se veía de un verde perfecto, el día poético había muerto, el miedo había desaparecido.
Me mande la mano y masajee de forma circular mis grandes fosas nasales con suavidad, agradecí que mi nariz siguiera en su lugar, pero a aquel hombre, al hombre a mi lado sin nariz ya empezaba a echarle de menos.

Barba Azul
Nedeus08 de enero de 2012

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