Un buen Dj es un chamán que gobierna almas ajenas por espacio de dos horas, de media.
Con precisión de alquimista dosifica acordes, tensiones, explosiones.
Desmonta patrones.
En un delirante tira y afloja, genera el grado de incertidumbre justo para mantenerte alerta, aliviándola a continuación con estrofas balsámicas.
Y aquél, toda una leyenda viva, guiaba mi alma hacia una promesa con garantía: lo mejor está por llegar.
Fiesta privada en una villa de la isla blanca.
La linfa de los pinos y el cloro se fundían con los perfumes oxidados en pieles encendidas y la brasa humeante de distintos tipos de hierba.
No tardó en aparecer esa nebulosa dulzona y cienagosa que impregna cualquier pista de baile.
El jinete me cubre con el velo de su inabarcable noche en una sesión hipnótica, rugosa, sensual.
No hay palabras, voces o caras.
Sólo pulsos que me despojan de lo accidental. Beats que me resincronizan con mi propia naturaleza.
Jamás he necesitado auxilio, sólido o líquido, para entrar en órbita. Aunque sí para ahogar el fuego de aquel mes de julio.
Tras la escala técnica, al regresar, la escena me conmovió. Pude ver la soledad del brujo.
El jinete, probablemente el que más drops haya conducido hasta la victoria, cabalgaba solo.
Los invitados, sordos, abúlicos, le daban la espalda.
Con una risa nerviosa se afanaban en encontrar con qué llenarse las manos, quizá para amortiguar el vacío de sus almas.
Permitieron que aquel maná impagable, aquella manifestación de amor profundo por la vida, se derramara colina abajo.
Sus tímpanos sólo atendían un sonido:
158-marimba.
Mil neuronas perdidas en cada vibración.
El jinete y su galope, convertidos en elementos de atrezzo.
Así me siento yo,
tras compartir contigo mi mejor sesión.
A pesar del derroche de julios y de la abdicación de la cordura y del miedo, la onda electromagnética no es capaz de atravesar tu atmósfera.
Mi set, para ti, una melodía deslavazada.
Una tormenta de electricidad estática
sostenida entre los muros de mi distorsión.
Después de destrozarte los esquemas,
de depurar el código de mi ADN,
de asignarte permisos de superadministrador,
de permitir que me lleves por la correa hecha de cuentas de mis huesos,
de entregarte la única copia de la llave de mi universo,
de renunciar a la equitativa reciprocidad
y de adoptar como hijos los incontenibles cambios de guardia de tus identidades.
Después de todo,
eliges la compañía de tiempos rencos de 4x3.
No voy a reírme de mí mismo.
Llevo la perseverancia tatuada en el horizonte.
Mis pulsaciones, algún día, colmarán de paz tus compases de tiempos variables.