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Cómo Maltratar un Personaje (parte1)

Un escritor, ante un folio en blanco, es Dios. Un escritor puede crear un escenario a su gusto, puede crear un mundo tan rápido como se tecleé y puede dar vida a cientos y cientos de personajes, tramas y situaciones. Que mejor metáfora del Todopoderoso, que ejemplarla con la de un narrador. Nuestros individuos bailan a nuestro ritmo, a veces elocuentes, en otras ocasiones hacemos de sus vidas un calvario y en muchas otras, inventamos seres imaginarios que interactúan con estos pequeños trozos de realidad. Por mucho que digamos que todo está en la nuestra cabeza, los relatos muestran fragmentos de una realidad no muy lejana. Un escritor, tan solo tiene que moldear las acciones a su gusto, personalizar a los personajes, o en ocasiones, despersonalizarlos. Todo entra por el ojo del relatista. Ficción, realidad o hibrido.
En el noventa por ciento de mis casos, me gusta maltratar al personaje. Hacerle sufrir es cuestión de imaginación. Impedir que cumpla su objetivo, es nuestra función, y cuando el personaje está a punto de conseguirlo, ¡ZAS! Cambio de planes.
Mi personaje se llama Pedro. ¿De acuerdo? Pues bien. Pedro se dirige por una amplia calle. Denota estar contento por la forma de sus andares. Mientras camina va escuchando música con su móvil. Cuando va más o menos a mitad de camino, de un edificio unos cuantos metros más adelante, surge un amigo al que no desea encontrarse.
Como he dicho, Pedro no quiere encontrarse con él. Y aunque no nos lo diga, su acción es la de volverse. Mi personaje, inconscientemente, retrocede sobres sus pasos para no encontrarse con esa persona. Pero yo, mucho más listo que él, le voy hacer la puñeta.
Como iba despistado imaginándose que era miembro de The Beatles, sin que se dé cuenta, le he colocado una mierda de perro. Al ir distraído, y al ser yo Dios (el escritor), no se ha percatado.
Pedro gira sobre una pierna lo más rápido posible, y avanza en la dirección contraria, haciendo como que no lo ha visto. Entonces, al avanzar una de las piernas, el excremento de perro rellena cada una de las muescas de la planta de la zapatilla. Al ser (YO) muy poco conformista, no he elegido un perro pequeño, no, para nada; he elegido el perro más grande del barrio para que defeque ahí. Por ese motivo, la mierda surge de entre los laterales de la suela y se extiende hacia arriba, manchando de ese vomitivo defecado la puntera blanca. Imaginemos como surge el dentífrico de su ataúd de plástico al ser apretado, pues así brota de entre la suela.
Nuestro protagonista no le queda más remedio que lanzar un improperio. Decide expulsar un < Maldita mierda de perros. No tendrán donde cagarse. Hijo de puta.> En fin, un montón de esas cosas que se dicen cuando uno está caliente. En estos casos, uno se convierte en una réplica de Hitler. Meteríamos a más de uno en una cámara de gas, y no precisamente para pintar el coche. Y digo meteríamos porque incluyo a todos. Sigamos…
El momento, descrito en el párrafo superior, lo voy a usar para llamar la atención de ese indeseado amigo de Pedro. Por ejemplo, utilizando al dueño de la mierda. No, a ver si me explico. El dueño del dueño de la mierda. El propietario del perro ha oído los insultos que ha proclamado Pedro en su nombre. El perro y el dueño le ladran, cada uno en su idioma. He de decir, que a ambos los he colocado yo para joderle un poco.
Sin alargar mucho la escena, Pedro se disculpa, intenta apaciguar el mal carácter del señor. Esto está claro. No voy a poner a una persona que sea amable y que recoja las defecaciones de sus animales, como debe ser. No, para nada, he preferido que sea alguien abrupto. Un personaje muy típico en las ciudades. Uno de esos que se saca papeles del bolsillo y los tira a la calle, teniendo una papelera delante. Uno de esos, que, como el dueño del perro, deja los excremento a la merced de nosotros. Quizás, incluso les sea algo más conocido, porque sean ustedes mismos esas personas tan típicas de los barrios.
Resulta que el pequeño alboroto llama la atención del amigo no deseado de Pedro. Este lo ve, hace una mueca de sorpresa y se acerca a él.
Pedro hace algo de cortesía, le da un abrazo y le pregunta un < ¿Qué tal todo? > Luego le explica la situación de la mierda y su enfado con ese indeseado del dueño.
Vale, Pedro le comenta que ese tío es un cerdo, que las defecaciones de los animales se recogen y un despotricar más de cosas sobre él.
No puedo quedarme quieto y decido poner cartas en el asunto. Como soy Dios (el escritor) voy a manifestar a las instituciones del estado, que ese hombre (el de la mierda) es el padre del amigo no deseado de Pedro. Así, nuevamente, tenemos un vuelco inesperado para nuestro protagonista. Y con esto… ocurre lo siguiente.
Como no todo va a ser negativo, y también pienso en nuestro protagonista. Así, escuchando sus suplicas, le voy a conceder un deseo. Y teniendo en cuenta que no quería pararse a hablar con ese amigo no deseado, se lo voy a otorgar.
Para ello, voy a influir en las actuaciones de este. ¿Cómo? Fácil. El amigo indeseado se va a sentir ofendido, va a levantar el puño amenazante y simplemente, le voy a indicar que se lo estrelle. Así de rápido todo. Con esto, aplicamos un factor sorpresa a Pedro y una reducción de la acción.
Como podéis comprobar, ahora, mi protagonista no tiene por qué hablar con él. Sé que ahora tiene un ojo morado, pero todo tiene su pro y su contra. Todo positivo no puede ser. Las cosas no son como lo pintan los guionistas de las películas baratas, de esas que ponen los fines de semana por la tarde. (En mi país son las de Antena3 y Telecinco).
Ya sabéis, que el protagonista tiene que intentar conseguir un objetivo. Se me ha olvidado contaros cual es el de Pedro. Antes he dicho que estaba dando un paseo, pero no es así. Su propósito es ir al banco a sacar dinero de la nómina. Lo complicado podría ser tener nomina, pero no, hoy no será ese el objetivo. El objetivo será llegar.
Sigamos pues. Como he dicho antes, Pedro iba por la avenida en dirección correcta al banco, el cual aún está algo lejos. En realidad, bastante lejos. Qué coño, muy muy pero que muy lejos. Os preguntareis Por su puesto. Dios (YO) hace las cosas con un motivo. En este caso, la sucursal a la que acude siempre Pedro ha tenido que trasladarse temporalmente. Motivo, pues la rotura de los bajantes de agua residual. Si, resulta que el banco está ubicado en la planta baja de un bloque de pisos. No sé cómo, pero he decidido que los bajantes de agua residuales, esos que van a la fosa; se rompan. Todo eso ha derivado en una inundación hedionda. Podría haber decidido ahogar en la inundación algún que otro banquero, pero ya tienen bastante con la mierda que ellos son.
Para un recorrido correcto, y ahorrar en tiempo, Pedro debe continuar toda la avenida, hasta el final de la misma. Una vez allí, ya os diré.
Pedro, antes de seguir y de ir dejando tremendo olor como dossier, quiere limpiar la mierda que tiene adherida al zapato. Busca en sus bolsillos algún pañuelo, pero no tiene nada. Mira a su alrededor, pero no hay nada. Entonces, un negro aparece en escena, justo en la acera de enfrente. (He dicho en la acera de enfrente, no de la acera de enfrente) Pedro va hacia él, arrastrando el pie infectado, intentando dejar parte de aquello en el asfalto. Se acerca a él y le dice: Mientras dice esto, saca un Euro de su cartera.
El negro le extiende un sobrecito hermético y le dice: < No sé a quién le compras tú, pero yo la vendo a cinco euros la bolsita.>
He olvidado contarle a mi protagonista que ese negro no es el negro de siempre. El pobre se ha confundido, como son todos iguales: grandes, fuertes, con ritmo y negros. Una confusión la tiene cualquiera. En realidad, la culpa ha sido mía. He cogido al pobre negro que vendía clínex, y lo he intercambiado por otro, de otro barrio del que no quiero hablar. Digamos que lo he mandado de Erasmus.
Sin quererlo he dejado atónito a Pedro. No te quiero decir, como se va a poner cuando se entere que está colaborando con la policía, y que tiene un micrófono. No le he dedicado mucho a esconder el micrófono, como es negro, el micrófono se oculta bien.
Inesperadamente dos coches de policía abordan la escena. Uno entra en dirección contraria al otro. Con sus luces llamativas encendidas, y con sus ruidos atrayentes enchufados. Se bajan los agentes y le dice uno de ellos: < No se mueva. Queda detenido.>
¿Qué nuevas aventuras le esperan a Pedro? En el próximo capítulo de Como maltratar a un personaje lo descubriremos.
Pedroromero24 de febrero de 2016

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