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Consecuencias Amorrorosas.

Eran días francamente tan tristraros y tan deprifusos, que no tendría que haber salido de mi cueva.

Fuí a felicitar a unos flamantes padres por el nacimiento de su hija y se sorprendieron de verme después de tanto tiempo que llevaba muerto. Parece que resucitar en la misma canción es algo que ya nadie quiere escuchar, así que me fuí antes de que cambiaran de radio y me perdiera en la sintonía de sus preferencias.
Mientras reconocía las calles y los edificios dibujados con crayones, quise ayudar a una doñita a cruzar la calle y sorpresivamente me prohibió que la tocara no sin antes hacerme un test de buenas intenciones. Por nada dejaría que saquen muestras de mi fe, por lo que la dejé con las hernias echando raíces en su desconfianza. Avancé entre dominós a punto de caer por el peso de sus rutinas y pensamientos a punto de ganarme una partida de ajedrez, cuando un viejo amigo vino a abrazarme por los años que habíamos perdido juntos. Charlamos largo rato entre algodones de hipocresía y partículas de bondades. Solicité un párrafo aparte de sinceridad absoluta para pedirle disculpas por mis errores del pasado, pero el plazo estipulado para hacerlo ya había vencido hacía eternidades. Inmediatamente me borró de su agenda y me tachó de su lista de regalos para cumpleaños esperando que hiciera lo mismo. Pero me esfumé en el paisaje antes de volverme espejo.

Vagar como vagan los trenes sin vías, o como jirafas sin nubes para cabecear, recordé la vez que quise ir en busca del sentido de la vida, y el sentido de la vida me hizo saber con su secretaria que ya había sido encontrado por otro. Es que el desastre es toda una acuarela para quien no sabe pintar. Con decir que ayer pasó una oportunidad a toda velocidad y ni siquiera pude tomarle el número de placa, si eso no es errarle a la huella marcada, entonces la huella donde está, las mías, las que aún no marqué, las que estaban y ya no ví.

Por si el día no fuera tan horritestable, llegando al rincón evitado por mis penas más tradicionales, una sonrisa venenosa que se escapó del pelotón que revoloteaba cerca, vino exclusivamente a picarme los labios y morir ahí mismo en el intento. Inflamado, hinchado y falto de aire, tuve que acudir pronto por unas inyecciones que me costaron un par de besos olvidados. La enfermera que me curó dijo que era el quinto caso de esa noche, por lo que suponía que alguien había dejado la puerta abierta de la jaula de una linda historia con ton y son.
Regresé por la única calle de la ciudad donde todavía nadie se ha enamorado, esperando como todas las veces poder romper esa racha y terminar la jornada con algo más que no fueran pulgas y ratas en el bolsillo. Y no sucedió (como siempre). A cambio me sorprendió una tormenta de lágrimas en almíbar, reciente cosecha de desamores (y yo que había perdido el paragüas). Me convencí de que no era un buen día para salir de la cueva. Empapado y agrio me resigné al resfrío de poemas elocuentes que me duraría toda la semana. Reposo, una taza de café melancólico y un diario de abundantes noticias de fracasos colectivos, fueron suficientes para nivelar mis ánimos. Ya para la próxima procuraré aguardar bajo el techo de alguna casa hasta que pasé el aguacero, total, los charcos de novela no han salpicado a nadie con sus consecuencias amorrorosas.


ram
Ram08412 de julio de 2014

3 Comentarios

  • Vanished

    Me identifico, mi paisaje es mucho mas arido, una ciudad vacía, balneario en verano, desierto en todo lo demas, pero en el fondo es bastante parecido, a veces me pregunto que si soy el unico que le pasan ciertas cosas y es "bueno" ver que tambien hay otros intentando el futuro :) saludos

    13/07/14 03:07

  • Luia

    Me encantó este juego de desesperos. Está tan bien expresado que no hace sino identificar, de cerca y de lejos. Te felicito.

    Lu

    13/07/14 05:07

  • Ram084

    Gracias che, y gracias por leer!!!

    02/08/14 07:08

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