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La Esquina de Los Almendros

Su cumpleaños coincidió con el aniversario del primer mes junto a ella. Ese día fue más importante de lo que él pensó.
La familia y algunos amigos nos habíamos reunido para compartir el momento y poder cantarle el feliz cumpleaños. Todo dependía de lo que él pudiera decir para seguir con nuestras vidas. Había nervios y esperanzas, preocupación y desesperación camufladas bajo el triste traje de la hipocresía.
Lo recuerdo como si hubiera sido ayer. Se detuvo en la punta de la mesa, la que da hacia el cuadro de sus abuelos y nos dibujó un rostro de felicidad infinita que hacia rato no se le veía. Nos miró, miró a su lado, sonrió e hizo el movimiento más tierno y dulce con su mano izquierda. Y luego empezó a contarnos la historia.
La conoció saliendo de su casa, ella buscaba un lugar al que todos fuimos a jugar de niños y como quedaba a unas pocas cuadras de allí, decidió acompañarla ya que estaba camino a su trabajo. Charlaron y se descubrieron como si ya se conocieran de toda la vida, "fue mágico" resumió. Supo que algo nació en los dos, pues hasta sus vecinos los observaban con asombro al pasar. Al llegar a la esquina de los almendros, se despidieron pensando que volverían a cruzarse en el futuro pues no creía que un destino cruel le jugara su carta más bonita para luego arrebatarle la trama.
Al regresar, pasó por el lugar pensando que allí la encontraría, pero no. Lo mismo pensó al día siguiente, y al siguiente, y así hasta que una semana después, exactamente un mes antes de su cumpleaños la encontró sentada en un banco junto a los árboles. No le dio tiempo a decir "Hola", cuando ella se levantó y simplemente fue a prenderse de sus labios para nunca más alejarse de su vida. Decía que fue "amor a segunda vista", aún cuando ya desde la primera se pasó las horas pensando y hablando nada más que de ella, y que nos la describía con una ternura adorable que parecía sacada de sus cuentos más hermosos, arrancando de cuajo sus días malos. En todo ese tiempo no hizo más que mantenernos expectantes, ansiosos por dar cuanto antes con ella, pues hasta recorríamos las calles alertados por si llegábamos a ver a alguien parecida a lo que él ya acentuaba como "el amor de su vida".
Aún recuerdo cuando me llamó exaltado para relatarme lo que había sucedido, y lo que se dijeron, la sonrisa, y las comillas en el borde de sus labios al parafrasear a grandes poetas, el beso y la posibilidad de coincidir en una vida juntos. Todo había pasado tan rápido que apenas pude digerir ese encuentro, cuando vino a presentármela, y antes a su familia, y luego a los demás amigos, y vecinos.
Habíamos prometido acompañarlo en todo momento y estar atentos a lo que le hiciera falta. Sabíamos cómo había que actuar en estos casos, pero fue su madre quién nos detuvo y pidió que le siguiéramos el juego, que aún sentía que había un dejo de esperanzas en el aire. Pero no las había, solo estaban las de ella, las de madre.
Su cumpleaños coincidió con el aniversario del primer mes junto a ella. Ese día fue más importante de lo que él pensó.
Pidió un brindis por su felicidad que ahora estaba completa, y su madre quebró en llanto, su padre en cambio, ya había decidido no ser parte del espectáculo. Él se emocionó, decía que ella también. Yo le acerqué el vaso, le di un abrazo y me quedé a su lado por si él también se quebraba. Me lo agradeció. Cuando hizo efecto la medicación lo senté en la silla más cercana y el doctor con sus asistentes (que estaban en una habitación cercana) hicieron el resto.
Aún no puedo saber cómo y cuando sucedió, solo teníamos la certeza de que su imaginación escapaba a este mundo, pintándonos aquello que nunca podríamos ver, ni oler, ni sentir. Tenía tantas historias, tantas, que no cabían en un solo corazón. No lo comprendía, no lo comprendíamos y eso que lo intenté, lo intentamos, queríamos y quería, pero no se podía porque él ya era parte de una batalla en la que solo podíamos estar de espectadores.
Solo me nacía abrazarlo largo rato cada vez que iba a visitarlo y juntos nos sumergíamos en aquellas historias adolescentes e infantiles, a las que siempre les encontraba un detalle nuevo, un color diferente que ya no podía recordar. Tal vez son esas cosas que se me fueron y que no pude atraparlas a tiempo, o supongo que se extinguieron junto a mis ganas de llorar.
Me hes inevitable pasar por la esquina de los almendros, me hes inevitable no detenerme, me hes inevitable no mirar hacia el banco y responder a su pregunta de que si alguna vez la veo sentada allí.
Pregunta a la que me encantaría poder responderle sinceramente con un "si".


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Ram08406 de abril de 2014

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