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Las Galaxias Detrás de un Globo

Por mirarla, el puto globo se me fue de las manos.

Vivimos tiempos donde la gente ha empezado a ignorar los pequeños detalles, y no solo a ignorar, sino también a fastidiarse de aquellos que se detienen un momento a notar esas cositas que pueden cambiar todo un paisaje. En otras palabras, en mi andar me voy encontrando con esos muchos y pocos que no se dejan alterar la rutina. Seres que no soportan los hilos corridos de un muy estimado y viejo pulover, o la barba con meses de historia que me alejan de una aparente juventud. No soportan que alguien pueda regresar con la bicicleta a un lado, caminando un día precioso y que para disfrutarlo quiere que transcurra lo más lento posible. No se soporta que se lleven los colores de la patria en el pecho en días que no son festivos ni temporada de Mundiales. No se intenta ni siquiera escuchar que alguien pase chiflando una simpática canción que podría cambiar un puñado de rostros fruncidos por tanta preocupación. No se acepta que alguien se quede contemplando casas antiguas, graffitis con frases o dibujos interesantes, una flor naciendo, no sé... gestos y cosas, esas cosas tan simples y que están desparramadas por ahí... Por eso, no entiendo porque cuesta tanto entender que alguien persiga un globo por toda la ciudad sin ser un loco, como si esa acción fuera justificada solo para niños y borrachos. Y aunque lamentablemente ya no soy un niño, y aunque afortunadamente ya no soy un borracho, perseguí un globo por toda la ciudad y ya me han condecorado con un prejuicio muy poco original. Pero no fue toda mi culpa, me descuidé un segundo y el viento hizo el resto, arrastrándolo kilómetros a lo largo y a lo ancho de una siesta que fue llamando a la noche con cada paso dado. Subiendo y bajando, corriendo y saltando, trepando árboles, escalando paredes y arrastrándome por tierra y pavimento para espectáculo de los que se asombraban a lo lejos, y cuando parecía que ya lo tenía, que ya era mío, se me iba otra vez. Fue una tarde complicada, muy complicada, vaya si lo fue. Pero antes del que el sol dijera adiós, la ayuda de unos niños que me acompañaron en los últimos tramos de mi travesía, comprendieron que mi causa fuera la que fuera, no necesitaba de explicaciones ni de argumentos más que el de atrapar como sea a ese inquieto amigo volador.

Lo siento, mi ansiedad y mi felicidad por atrapar ese bendito globo, hizo que me salteara el principio.

Fue en uno de esos días cualquiera donde las grietas ganan batallas en las paredes de casas antiguas de la avenida olvidada, me encontraba diagnosticando que tal vez ya no aguantarían la próxima tormenta y eso me apenaba. Fue entonces que a dos casas de allí la vi salir de lo que se reflejaba como una ruidosa fiesta infantil. Vestía como visten todos los que intentan cambiar el mundo: alegre, colorida y con una hermosa sonrisa detrás de otra exageradamente pintada. Pero sus ojos, adentro de sus ojos veía galaxias, y me convencí que brillaban para mí (lo cuál no podría comprobar, pero me ilusioné en creer que así lo era por ese instante). Una nariz cuál luna de eclipse me llevó hasta ella a preguntarle sinceramente de ya no sé... ya no sé, porque (dejando de lado todas las historias románticas que leí) me atrapó y ya no me quería ir. Conversamos, dijo que me conocía de por ahí, y aunque me hubiera gustado haber coincidido en esa premisa, la verdad es que ya no importaba, no importaba porque (dejando de lado todos los poemas y metáforas que leí) me había hecho sonreír el corazón e inmediatamente alborotó todos mis sentidos.
Un cachetoncito nos interrumpió para pedirle los globos que aún sostenían su mano, y se los dió, salvo uno.
Dijo que me conocía de la calle, que me vió deambular en reiteradas ocasiones persiguiendo todos esos pequeños detalles de los que le conté antes, una conducta que le llamó la atención y que le parecían tiernas. Por eso, ahora comprenderán que si por seguir un mapa sin camino aparente me hizo llegar hasta ella, no iba a abandonar la posibilidad de aventurarme en saber a donde nos llevaría el que se empezaba a construir, de ahí que recorrí toda la ciudad por ella y por ese globo regalado que no estaba cargado de helio sino de todo ese momento vivido, lo cuál no quería perder ni borrar jamás... además de su número escrito (que obviamente necesitaba para llamarla).


ram
Ram08416 de agosto de 2014

2 Comentarios

  • Voltereta

    Un relato muy tierno y sujestivo, es como la mirada de un niño en un cuerpo de adulto y un mundo por recorrer, en una travesía que queda abierta a la imaginación del lector.

    Me gusta como escribes.

    Un saludo.

    16/08/14 12:08

  • Ram084

    Gracias por lo que dices, gracias por leer, y la verdad que ese niño me hace escribir muchas de estas historias! Saludos y Buena vida!!!

    16/08/14 12:08

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