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Una Razón única y Especial (la Cinta Amarilla)

Antes de la cuarentena fui a Santiago capital por unos trámites y no me quedó otra que volver en ese colectivo que tantas veces critiqué. Me tocó un lindo día así que no fue tanta la penuria, eso si, saliendo a la ruta ya iba hasta las manos. Me senté casi al final, siempre junto a la ventana. A mi lado se acomodó un tipo que ya mientras esperaba en el andén me llamaba mucho la atención, pues parecía de esos trotamundos que tanto he envidiado por hacer lo que nunca me animé a hacer, andar. Era un muchacho calculo que de mi edad, con la barba más larga que la mía, tenía ropas gastadas y un par de cicatrices en las manos. Nunca fui de comenzar una charla así que el silencio reinó en aquellos primeros kilómetros de envión mientras me perdía en el monte Santiagueño que pasaba rápidamente allá afuera.
Luego de rato viajando y luchándole a las nauseas que siempre me vienen incluídas con el boleto, saque unos caramelos del morral y le convidé. Los aceptó y fue él quien rompió el hielo y empezó a preguntarme cosas. Le conté que era de Frías, que andaba por la capi por cuestiones de salud, por no decir que ya estoy viejo y con esas rodillas que pronostican el clima, entre otras cosas que no vienen al caso. Todo iba tranquilamente hasta que le pedí que me contara algo de él. Tomando una pausa, me dijo que era de un pueblito cercano a Villa la Punta (lugar próximo a mi parada), que trabajaba la tierra y así como así, sin anestesia, soltó que hace un tiempo atrás por defender a un amigo cometió un error importante y por ello tuvo que pagar con varios años de cárcel. Apenas dijo esto, me sorprendí por la sinceridad de sus palabras para con alguien que acababa de conocer, pero más sorpresa pareció llevarse la gente que estaba alrededor nuestro, que parando la oreja se alejaron inmediatamente unos pasos. Sin percatarse de ello, relató que había salido el día anterior, que vagó por las calles de un lugar a otro hasta arrinconarse en la terminal de ómnibus (donde descansó) para poder volver ese día Jueves. En todo momento mantenía la cabeza gacha, sus manos temblaban y su voz de a poco empezaba a aflautarse como quien empieza a carretear para el llanto, mientras yo por dentro pensaba: "lo que me faltaba, ¿Qué carajos hago si se me larga a llorar?".

Íbamos pasando Santa Catalina (lo que sería el punto medio de mi viaje) cuando volvió a tomar aire para proseguír con su historia. Recordó que en todos esos años encerrado no hizo más que pensar y pensar lo mucho que se había perdido del mundo, y a todos lo que había perdido. Y fue ahí, cuando se le piantaron un par de lagrimones. Me nació darle unas palmadas en la espalda, "no te preocupes", dijo, y sonrío. Me habló sobre la chica que conoció en una fiesta de la Villa (con la que después se puso de novio), todo iba bien entre ellos y hasta ya pensaban en una vida juntos. Pero todo eso cambió con aquel hecho trágico que nunca especificó que era (y menos se lo iba a preguntar para no incomodarlo). Se sentía avergonzado de ese pecado, y en todo el tiempo que estuvo tras las rejas, no quiso ver a nadie, no aceptó visitas de nadie, ni siquiera la presencia de ella.
Esos días antes, les hizo llegar una carta a su familia y otra a la muchacha donde se disculpaba por todo, les remarcaba que estaba totalmente arrepentido y que si lo perdonaban y lo querían volver a ver, les pedía que en la Villa, en un lapacho, uno de los más grandes que está fuera de la plaza principal (ese árbol que fue testigo de su amor) pusieran una cinta amarilla en alguna de las ramas para que cuando él pasara, si la veía, sabría que lo perdonaban y entonces bajaría, y si no, él entendería y seguiría viaje hasta Frías (mi ciudad), ya que había sacado pasaje hasta ahí (por las dudas). En esos momentos habíamos pasado Sol de Mayo (localidad que está a unos pocos kilómetros del posible desenlace de esta historia) cuando el murmullo alborotado de los demás pasajeros ya se empezaba a hacer sentir en el ambiente. El hombre, mientras, se arremangó la camisa en su brazo izquierdo, y me mostró que en su muñeca tenía una cinta que alguna vez fue amarilla y que con los años ya había quedado algo desteñida y arrugada. "Fue un regalo que me hizo" dijo sonriendo. Y a partir de allí me empezó a enumerar las cosas que tuvo que hacer para poder ir a verla: a dedo, caminando, en bicicleta, a caballo, o esperando que alguien lo levantara por el camino. Con lluvia, calor, vientos y fríos que partían el aire. Por mucho detalle que me diera (y está mal que lo diga) pero para ese momento mi cabeza solo estaba puesta en aquel bendito árbol en algún rincón de la plaza en Villa la Punta. Y parecía que la gente (amontonada como vacas en el pasillo) también compartían mi ansiedad ya que empezaron a cabecear procurando tener una mejor vista del paisaje.
Llegando a la entrada del pueblo, él pareció murmurar algo que no entendí, mientras, y a medida que avanzábamos por esa calle que nos llevaba directo a la plaza, vi que sus manos ya no temblaban pero si se oía que suspiraba torpemente y trataba de alguna manera distraerse jugando con la cinta en su muñeca. Lo miré, y casi como susurrando me pidió que le avisara si veía algo, ya que él se sentía demasiado nervioso para hacerlo. Cerró los ojos y casi como rezando puso sus manos en el pecho. Yo no quería dar malas noticias, y por dentro también rezaba porque todo terminara en un final feliz.
Cuando el colectivo giró más lento que caracol apurado para pasar justo por ese juez de destinos, el murmullo se envolvió de suspenso, el suspenso dió paso a la algarabía y una señora que estaba detrás nuestro fue la que nos dió la primicia: ¡Tá todo lleno de cintas amarillas!!!.
Con aplausos y sonrisas seguido de largas felicitaciones, el tipo se levantó y se fue antes de que pudiera decirle algo. Uno a uno empezaron a palmearle la espalda mientras se dirigía hacia la puerta de salida. El colectivo (por única vez en la vida) frenó un poco antes de la parada y no porque se haya roto, sino por una razón única y especial. Ahí quedó plantado, justo frente al lapacho lleno de cintas amarillas, donde aguardaban muchas personas que lloraban... y que entre todas ellas, divisé a una muchacha con la sonrisa más grande que la del tipo al que nunca le pregunté su nombre ni estreché su mano, y que también tenía una cinta en su muñeca izquierda, que mostraba y agitaba mientras corría a darle un fuerte abrazo.

ram

(Basado en el microcuento y/o canción: "la cinta amarilla")
Ram08425 de abril de 2020

1 Recomendaciones

6 Comentarios

  • Janet

    Ya me gusta el amarillo,que bello relato.
    Saludos Ramo84

    25/04/20 11:04

  • Voltereta

    Hermoso relato, con un final épico, como si hubiéramos seguido en directo, el acontecer de una gran batalla.

    Un saludo.

    26/04/20 12:04

  • Indigo

    Involucras al lector, tal es mi caso, en un relato que desborda humanismo.
    Mi saludo Ram084.

    27/04/20 01:04

  • Clopezn

    Me ha encantado el relato. Es hermoso y emocionante. Un saludo cordial.

    27/04/20 06:04

  • Remi

    Precioso cuento Ram, hermosamente escrito con un emocionante final.
    Un abrazo.

    29/04/20 08:04

  • Ram084

    Gracias a todos por leer, lindo ver que un texto despierte tanto.
    Saludos y abrazos!!!

    07/06/20 05:06

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