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Buscando Encontrarse

Esta historia, se remonta a un pequeño, pero no menos importante parque, adentrado en la ciudad. En ese entonces, yo tenía veinte años, y era un apasionado por la fotografía, como así también, por la escritura. Quizás, encontraba una salida a la realidad en ese mundo, que yo mismo, me creaba para mí. Una salida a la rutina y cotidianeidad, de tener que trabajar de Lunes a Viernes, atendiendo llamados a España, ocho horas por día. Para ser honesto, no me agradaba para nada, es más, llegaba a un punto que lo detestaba, pero para ese entonces, era un trabajo, con horarios relativamente cómodos, y al fin, y al cabo, a fin de mes, me permitía tener mi plata, y con ella, la libertad de poder elegir en que invertirla, o en muchos casos, malgastarla.
Pero en fin, encontrando refugio en lo que disfrutaba, me dedicaba a invertir cada miércoles, en ir al parque, buscando encontrar momentos, sensaciones, para así, poder plasmarlos, ya sea, en una hoja, como así también, en mi propia imaginación a la hora de tomar una fotografía. Trataba siempre de hacer hincapié en distintos puntos del parque, sosteniendo, que aquello mágico que yace en cada ambiente, se desplaza y se transforma, esperando ser percibido por alguien.
Recuerdo ese miércoles con suma admiración, a tal punto, que aún hoy, me cuesta volver a admirar con la misma dedicación.
Como cada día de la semana, yo terminaba de trabajar, y salía aliviado, olvidando los innumerables llamados, al menos, hasta el día siguiente. Ansioso, por ir a buscar material que me inspirara, llegué al parque y me senté en un banco, mientras abría mi mochila y buscaba la cámara. Era un día relativamente gris, pero curiosamente, percibía una extraña, pero agradable energía, que sin saber, me daba aviso sobre algo bueno que podía avecinarse. Tomé la cámara y un anotador, fiel a mi estilo de poder escribir cualquier idea o pensamiento que viniese a mí, en cualquier momento. En ese instante, un hombre mayor, de ropa harapienta y desgastada, se sentó a mi lado. Sin dudarlo, lo saludé, generando en su rostro, plena sorpresa, y sin duda alguna, cierta alegría. Me confesó que no esperaba ser saludado, ya que más bien, ya se había acostumbrado a ser cruelmente ignorado por su aspecto. Mientras lo oía hablar, pude notar que solo llevaba puesto un zapato, a lo que sin contenerme, me tomé el atrevimiento de preguntarle. Su respuesta, simplemente, me sorprendió, y quizás, me dejó en claro, que ese momento mágico que yo ansiaba encontrar, lo tenía allí, en frente.
Me dijo convencido y de manera displicente, que era consciente que solo llevaba un zapato, pero que él, así vagaba, porqué por un lado, sentía que tenía su propio mundo, pero por otro, quería y sentía la necesidad de mantener un pie sobre la tierra, la plena realidad. Yo, atónito, emití una mueca y asentí con la cabeza, dejándole el protagonismo a él, y a su magnífica forma de hablar, pausado, claro y con mucho sentimiento en cada palabra y expresión. Me reconoció que hacía mucho tiempo no se sentía escuchado y valorado por alguien, por lo que de manera muy gentil y amable, me hiso una propuesta. Sugirió, volver a compartir una charla con él, cada miércoles, y el, a cambio, en cada encuentro, me daría una pequeña frase, que luego tomaría un único significado para mi, al momento de unirlas entre sí. Sin pensarlo mucho, me dejé atrapar por su encanto y accedí. Así fueron transcurriendo algunos encuentros de miércoles, en los que yo le llevaba un almuerzo y mis ganas de escucharlo hablar sobre la vida, los valores, y como uno debería apreciar lo que tiene, para así, lograr entender que muchas veces, estamos mejor de lo que realmente creemos. Posterior a ello, y culminada la charla, sacaba un papel enrollado y una frase en él, recordándome siempre, que solo debía unirlas, cuando él lo dispusiera. Nunca cuestioné sus palabras, sólo me dispuse a dejarme llevar por su juego y aceptar.
Pasó una semana, y como cada miércoles, me preparé post-trabajo, para ir al parque y disfrutar la charla. Llovía en demasía, pero eso no me preocupaba, ni iba a privarme de cumplir con mi obligación moral y mi pacto de caballero, de estar ahí. Fui, me senté en el mismo banco de siempre y esperé. Pasó un rato y no había novedades de él. Diez minutos, veinte, media hora y nada pasó. Me paré y me fui, un tanto preocupado. Decidí esperar al miércoles próximo, pensando en que la lluvia, podía haberlo limitado. Pero no fue así. Llegó el miércoles y no volvió a presentarse, y entre confusión, desazón y desconsuelo, tomé una fotografía y me fui. Recordé el conjunto de frases que el hombre me había dado, y tomé su ausencia, como señal de que era hora de ver qué sentido encontraba en ellas. Llegué a mi casa, saqué la cámara, y quise ver como había salido la única fotografía que había tomado. No podía creer lo que mis ojos estaban viendo. La fotografía retrataba un pequeño camino en el parque, y un árbol en el centro de la escena. Sin embargo, la luz del sol que penetraba por entre las ramas y las hojas, generó una peculiar imagen reflejada sobre el banco, donde solíamos compartir nuestras charlas. No había otra interpretación posible. Era la imagen de un zapato, lo cual, hiso que me volara la cabeza. Pegué un salto y tomé todos los papelitos que él me había dado. Los uní y para mi grata sorpresa, decía: “A veces, nos encontramos con algo, sin siquiera buscarlo. Otras veces, buscamos poder encontrar algo. Pero pocos, logran aprender a encontrar, lo que nunca habían buscado. Gracias por encontrarme. Quizás, yo, te estaba buscando”.
Después de eso, comencé a valorar cada detalle que me encuentro cada día. Sin dudas, buscando encontrarse, uno puede encontrar, donde buscarse.
Rama2330 de julio de 2014

2 Comentarios

  • Libelula

    Es una bonita historia.
    Saludos

    31/07/14 03:07

  • Laurac

    Esta vida puede tener tanta magia...

    01/08/14 05:08

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