El espejo me devuelve mi tranquilo reflejo rodeado por infinitud de matices que no se quedan en el blanco ni en el negro. Adoro esas huellas que el tiempo dejó en mi cuerpo, cada una de ellas es una emoción vivida de distinta manera. Aprendí a sentir mis emociones, esas que permanecían agazapadas tras los miedos impuestos por una realidad injusta conmigo. Las siento y las entiendo, como cuando las entrañas se me encogen ante una injusticia, o por el contrario un escalofrío me recorre cuando la generosidad se hace palpable ante mí. Hallé en mis penumbras ilusiones irracionables con una chispa única, comparable a un alma de poeta.
Recuerdos e imaginación se entremezclan en un batiburrillo mental, mas por encima de ese barullo un bello sentimiento me ayudó a conectar con mi esencia, la gratitud.
Estamos hechos de corazonadas que nos atraviesan como una oleada, un sentido lleno de sentimiento llamado intuición que nos marca la personalidad, en donde el corazón desbocado reclama la atención hacia un básico instinto de supervivencia.
Espero impaciente la puesta de sol para mirar maravillada a la luna llena de este mes de marzo, quiero pensar que hoy me dedica su brillo y me trasmite su energía como pensé la primera vez que la vi. Me pregunto que hubiera pasado si no me dejo embriagar por su magia, si dejo de saborear las primeras impresiones, si no me emociono hasta las lágrimas...
