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La Musa

Mi mundo se viene abajo, a la mierda. Se fue mi chica. Se fueron mis amigos. Se fue mi dinero. Se fue mi inspiración. Un escritor sin inspiración no vale una mierda. Sin musa no soy nadie.



Camino sin rumbo, drogado y hastiado. Y encima llueve.



La oscuridad devora los débiles hilillos de luz que pugnan por la supervivencia, dando paso a la madre noche. Largas avenidas son alumbradas por astros eléctricos que dañan mi vista. Esta noche no, no quiero luz que ilumine la senda de mis errores, de mis fracasos. Huyo de ella buscando el cobijo de las sombras, de la nada, en el primer callejón que sale a mi paso. Mis vaqueros rozan el sucio cemento y se empapan en charcos, mitad agua mitad residuos, bajo la suela de mis zapatillas, realmente no tengo ánimos ni para levantar los pies. Un cubo de basura se convierte en objeto de mi rabia y, sin sacar las manos de los bolsillos, lo golpeo hasta dejarle con el estómago vacío. Toda la mierda ha quedado esparcida por el suelo. Me siento en el rincón más oscuro, apoyada mi espalda contra la pared y la cabeza entre mis rodillas. Quizá llore, quizá sean gotas de agua. Las lágrimas queman mi piel dando lugar a surcos de impotencia, mi cuerpo tiembla. Me ahogo en mí mismo.



Y entonces, no sabría decir que fue. No sabría decir si el rayo de luz que quemó mi desesperanza… o los ojos hielo que congelaron mi ira…o esos pétalos como labios que encendieron mi corazón…No, no sabría decir que fue lo que secó mis lágrimas y llenó mi corazón de alegría. Desde el momento en que la vi decidí vivir para ella. Una niebla blanca, niebla de nada, llenó el callejón, deseando el mundo armonizar con su nívea belleza. Olvidé dolor, frustración e impotencia. Deseo se abrió paso con fuerza y empujó lejos todos los pesares. Y no pude evitar levantarme para después simplemente arrodillarme ante su perfecta armonía. Deseé que me dejase acariciar sus muslos y, antes de que me diese cuenta, mi mano ya se apretaba contra su piel. Levanté la mirada con timidez, las lágrimas del cielo bañaban mi rostro y vi en sus ojos lo que miles de artistas buscan en el amanecer. Vestía seda, blanca e inmaculada, bañada en jazmín y azahar y adherida a la opulencia de sus formas, enmarcadas, en parte, gracias a la humedad que la lluvia otorgaba a los tejidos. Por como me atraía llegue a pensar que era blanca cocaína. Tiró de mi cabello obligándome a levantar. Mis ojos frente a los suyos, era como tener delante la inmensidad del mar. Tenía sexo en la mirada. Y entonces, la besé. Me sentí blasfemo al tomar como mía aquella deidad de cabello platino. Devoré su boca como si la vida me fuese en ello, resbalando lujuriosa saliva, mezclada con las gotas de lluvia, por la barbilla de ambos. Mis manos atenazaron sus perfectos pechos encima del blanco vestido de seda. Ella se aferró a mi trasero y me apretó contra su vientre. Algo se endureció bajo mis vaqueros y pugnó por salir. Su mano derecha hizo presa en la dureza de mi entrepierna a la vez que la izquierda bajaba mi bragueta. La empujé contra el muro de ladrillo. Sujeté su rostro entre mis manos mientras lamía sus mejillas. El botón de mis empapados vaqueros cede a su voluptuosa voluntad. Sus manos aprietan el duro miembro hasta sentir que le pertenece. Parece que los siete litros de sangre de mi cuerpo se concentrasen en el apéndice de mi humanidad. Lo roza contra su vientre a la vez que obliga a todos los botones de mi camisa a abrirle paso a la desnudez de mi torso. Bebe la lluvia que se deleita bailando sobre mi piel, descendiendo hasta el ombligo. Sus labios cercan mi sexo, su lengua me deleita. El calor de su garganta, sus ojos fijos en los míos…Sujeto su barbilla y tiro de ella hacia arriba, disfrutando de ese momento fetén, el beso después del francés. Arranco la seda de su vestido. Pellizco sus rosados pezones con el índice y pulgar de sendas manos mientras mis labios se adhieren a la piel de su cuello. Hinco los dientes con fuerza, mis manos buscan el tacto de su trasero, apretándola contra mí. Apoya las manos en mis hombros, obligándome a arrodillarme ante ella, mi diosa. Ella levanta el vestido de seda, abriéndome paso al premio de su interior. No lleva ropa debajo que mancille su perfección. Mis dedos se abren paso entre sus labios, empapándose con el cálido flujo que se vierte en su interior. Los separo dejando el espacio suficiente para dar cabida a mi lengua. El jugo que su entrepierna destila se mezcla con mi saliva dentro de ella. Sus manos se aferran a mi cabello, dando leves tirones. Su cadera se mueve adelante y atrás, buscando el medio de sentir mi lengua, mis dedos, aún más dentro de sí. Un hilillo de la mezcla de Eros resbala por la comisura de mis labios hasta mi barbilla. Clavo mi lasciva mirada en la inocencia de sus ojos. Satisfecho del rubor de sus mejillas me levanto para poder acariciarlas, ofreciéndole de mi boca el jugo de su entrepierna. Y entonces, enloquecido por el deseo, la penetré. Y entonces, el mundo enloqueció, retumbaron miles de truenos al unísono, celosos de mi persona. Los vientos aullaban con rabia y la lluvia me golpeaba más y más fuerte en cada nueva embestida. Las paredes parecían retumbar al son de sus jadeos y yo…casi no era consciente. Simplemente movía la cadera adelante y atrás, descargando toda la rabia y dolor de mi vida dentro de ella. Sus piernas rodeaban mi cadera y sus manos se sujetaban a mis hombros, cadenas que me esclavizan a su amor. Y yo soy orgulloso esclavo que muere por complacer a su señora. Mi lengua bebe el sudor de su cuello, saciando en parte mi sed. Cuando mis dientes se hincan en su cuello, sus uñas responden a mi agresión, desgarrando la piel de mi espalda, sembrando surcos de placentero flujo sanguíneo que la lluvia no tarda en lavar. Aprieto mi cuerpo aún más contra ella, sintiendo el roce de sus pechos contra mi torso. Un jadeo entrecortado, síntoma de mi éxtasis, busca la salida de mi garganta sin éxito. Ella devora el sonido con su boca, me hace sentir la tensión de su cuerpo. Sus músculos se endurecen y tiemblan, como los míos, cuando vierto mi elixir dentro de la perfección. Y entonces, caí desmayado.

No sé que ocurrió después, pero soñé. Soñé con los cuidados, caricias, besos de mi nívea señora. Soñé media vida en su regazo y otra media dentro de ella. Soñé y al despertar no supe muy bien qué era sueño y qué verdad. Creí que estaba loco, que las drogas ya habían acabado por hundirme más, si cabe, en la mierda. Solo al palpar mi espalda y sentir las vendas de seda que cubrían las marcas que me dejó comprendí que mi mente aún guardaba algo de cordura. Me levanté de entre la basura, fuerte por dentro, sin importarme la perdida de mis amigos, de mi chica, de mi dinero…y mi inspiración… nunca me abandonó. Fue mi musa quien me lo recordó, es mi musa a quien escribo.
Ruger28 de diciembre de 2007

3 Comentarios

  • A3

    En efecto...la musa no se fue...como en el anuncio del coche aquel...

    28/12/07 08:12

  • Ale

    hey hey hey ... deja de hacer responsable a otros de tu nivel de creatividad man ... aveces el dolor es musa, aveces lo celeste es musa... cuando tiene que ser, uno simpre encuentra con que :P

    29/12/07 12:12

  • Josermac

    Que bien escrito mi amigo, que prosa mas linda RUGER.
    El escritor que no haya pasado por eso no puede llamarse escritor.
    La musa es caprichosa y sentimental. Se larga cuando le da la gana, pero siempre se mantiene atenta.

    Desde ya que es uno de mis favoritos.

    Maldita musa... mi amada necesidad.

    20/09/08 02:09

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