Hubo una vez, una niña tan hermosa en el reino de oro, que nunca jamás se vio a otra chica de igual belleza.
Una noche, las descargas de una tormenta muy fuerte la sorprendieron en el bosque. Hacía mucho frío y los truenos rugían como nunca, así que se refugió en una cueva, pero el oso devorador de hombres allí descansaba. Cuando la niña entró, y el oso allí la vio, el animal asombrado de su belleza, y dejó que pasara la noche bajo su lecho, protegiéndola con su calor.
A la mañana siguiente, cuando la tempestad dio paso a la calma, la niña hubo de irse, y se despidió de la bestia con un beso, que el oso recordó por siempre.
Muchos años después, cuando la niña se hizo reina, el oso se presentó en palacio, y juró convertirse en su eterno guardián.
Aún hoy, las gentes cantan sobre Laylah, reina de hombres, y reina de bestias.