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Navegación de Cabotaje




NAVEGACIÓN DE CABOTAJE.




È l’umore di chi la guarda che dà alla città di Zemrude la sua forma.
(Italo Calvino, « Le città invisibili », IV « Le città e gli occhi. »)




Martes, ni te cases ni te embarques. Salmodiando, jacarero, el trillado sonsonete, Guillermo Trilla apoyó los pies en el suelo, enfiló las zapatillas pero no se movió. El aleteo de una incógnita que no lograba despejar, ni siquiera ubicar en su contexto, agitaba molinetes por encima de su cabeza obligándole a permanecer inmóvil, indeciso, como tratando de recordar algo importante. Tal vez algo que hubiera soñado.
Comoquiera que no lograba encontrar un punto de apoyo en su memoria se irguió, dando su lengua al gato. A algún gato negro que debía merodear cerca de la casa, por supuesto. Nada que hacer, exclamó para sí, desalentado, exhumando enseguida la conocida frase de Freud : « Cuando el estado de sueño ha sido superado, la censura se restablece rápidamente en su pleno vigor y puede entonces destruir lo que le ha sido arrancado en el momento de su debilidad. » Siempre había tenido la sensación de no estar completamente solo dentro de sí mismo. Sin embargo, intuitivamente descartaba la eventualidad de que se tratara de algún sueño escabroso, por lo que ganaba la quimera de haber dejado pasar una premonición, algo así como un pedazo de papel arrugado, hecho una bola, que caía precipicio abajo conteniendo un mensaje hermético. Aunque en realidad nunca había tenido tales premoniciones, ni albergaba la menor idea de cómo descifrarlas. ¿O sí las había tenido, y descifrado, viéndose después forzado a olvidarlas como sucede con los sueños ? A propósito de este tema, estaba seguro de que Schopenhauer había escrito algo muy preciso en alguna parte, abonando la última hipótesis y se prometió buscarlo más tarde.
Abrió la ventana y tras ella los postigos para asomarse a un día con muy poco incentivo. El cielo apareció encapotado y bajo, el ambiente glacial. Buscó un fondo oscuro por ver si descubría algún copo furtivo, pero ni la más leve partícula se atrevía a turbar la quietud de una atmósfera en la que flotaba un mundo a la expectativa, un bosque de robles erizado de brazos desnudos e inmóviles, un jardín, un seto, alguna casa colgada del mazacote gris por una columna de humo blanco.
Bajó a desayunar escuchando las noticias y esta vez quedó consternado, congelado a pesar del nutrido fuego que ardía en la chimenea. Había caído la gota que desbordaba el vaso. Ya no era posible diferir más la constatación de unos hechos que saltaban a la vista. La guerra, convino, había sido siempre un jinete del Apocalipsis, mas ahora se presentaba ante la opinión pública sin rostro a causa de una incapacidad general para atribuirle un solo rasgo, ya sea humano o animal. Jinete aún, si se quiere, pero con pasamontañas. Y con ello andamos, según parece, por las calendas del siglo XXI, período en que la humanidad contaba expedir los primeros pasaportes de Utopía. ¡Vive Dios que hemos hecho progresos aleccionadores en estos últimos tiempos ! En lugar de habitar la Jerusalén celeste o poco menos, tal como habíamos previsto en nuestras locas elucubraciones, henchidas de vanidad, nos hallamos inmersos en el reino de Trapisonda. Muy lejos queda ya en la memoria de unos pocos, inopinadamente contrahecha, como las extravagantes quimeras que componen las nubes antes de ser descoyuntadas por el viento, la deplorable confianza en sí mismo del hombre que vivió allá por la segunda mitad del siglo XX. Tempus edax rerum.
Trilla se levantó y apagó el televisor, tan insoportables eran las imágenes que desfilaban en la pantalla. Ni en sus peores pesadillas hubiera podido imaginar tanto horror. Claro que era preciso reconocer que él había pecado de ingenuo como el que más, como casi todos los demás por otra parte, aunque unos con mayor intensidad y amplitud que otros y él era precisamente de los unos, sólo que sin hache, quienes también venían del norte e incluso habían tenido alguna vez su Atila, si bien no para enfrentarlo a un Teodosio II sino a una especie de Nerón con aviación y carros blindados, detalle que suele olvidarse con frecuencia a pesar de que no lo exima de nada, pero cuya misión no era la de asolar ni la de impedir el crecimiento normal de la hierba, buena o mala, ni siquiera la de hacer desaparecer todos los manuscritos de la antigüedad, sino que venían para construir nada menos que la panacea universal, un remedio santo para las inquietudes de los hombres y ya estaban ahí, además, ¿cómo es posible que casi nadie pudiera verlos ?
A pesar de todo, bien podía flagelarse con el cilicio de su propia ironía, que no por ello lo que acababa de ver en aquella caja de Pandora dejaba de ser inimaginable, inconcebible desde cualquiera de los positivismos en boga tan sólo un puñado de años atrás. El hombre del siglo XX no tenía punto de comparación con los bárbaros de los tiempos pretéritos. El homo sapiens había sido superado, los apretados compendios de cualidades morales que hoy saludamos cortésmente a lo largo de las calles configuran, por lo menos, al homo sapiens sapiens sapiens. De lo cual se desprende fácilmente que la existencia de millones de hombres pasados por el mundo en estos últimos tiempos, incluido él por supuesto, Guillermo Trilla, cuya vida tenía que seguir asumiendo, no ha servido para mejorarlo. Acaso sí para lanzarlo a una pesadilla sin precedentes.
Subió lentamente, desmedrado, a su despacho. No sabía en verdad qué decirse para remontar su ánimo abatido. Algo bueno debían tener los martes a pesar de la mala publicidad que se les suele achacar, al menos los martes que le han sido conferidos ese año escolar, terminó aduciendo en su fuero interno, como una concesión involuntaria a la trivialidad que siempre está al acecho tratando de colarse en la consciencia al igual que los gatos negros en la casa, y era que no debía ir al instituto sino hasta bien entrada la media tarde, para dar tan sólo dos clases ; la puerilidad de dicho propósito sirvió para afligirlo todavía más.
Tomó asiento ante su mesa de trabajo, sacó recado de escribir y se dispuso a continuar su tarea allí donde la había dejado el domingo (el lunes, el jueves y el viernes eran un paréntesis en la escritura, tal vez en la vida). Pero ¿cómo seguir escribiendo sin mencionar el nudo que aún tenía en el estómago? Hacerlo, en cambio, participaría acaso del mismo género de inutilidad que el de mezclar, cual solía hacerse cuarenta años atrás, las cosas de la literatura con la prédica de la panacea universal y del remedio santo. Dando pábulo, además, a quienes no dejarían de aducir, probablemente puestos en razón, el viejo reproche de que con buenas intenciones se hace mala literatura. Así pues, nos vemos abocados, mal que nos pese, a la antitética proposición de que si bien arte es selección, ello implica en ocasiones, especialmente por los tiempos que corren, omisiones macizas.
Aun consciente de que no era una solución duradera, se dejó rescatar una vez más por la frivolidad: « Sobre la conciencia –había oído decir- que me pongan todo el peso que quieran, pero sobre el hombro ni un cuarto de kilo », postergando de modo infame, cierto, una toma de posición lancinante, tal vez necesaria, aunque no estaba seguro.
Recordó de repente que aquella mañana se había propuesto rastrear una frase en Schopenhauer, por poco se le olvida, y barruntaba que la iba a encontrar en el volumen « Estética y metafísica ». Lo hojeó durante un rato hasta dar con la muela picada en el ensayo titulado: « Pensamientos referentes al intelecto ». Fue recorriendo con el dedo, muy despacio, un pasaje de este tenor: « El tiempo es esa organización de nuestro intelecto en virtud de la cual lo que concebimos como futuro no parece existir en la actualidad: ilusión que desaparece cuando el futuro se convierte en presente. En algunos sueños, en el sonambulismo clarividente y en la doble vista, esta forma ilusoria es momentáneamente anulada; entonces el futuro se representa como actual. Ello explica cómo las tentativas hechas a veces para hacer aparecer deliberadamente vanas, incluso en los detalles más fútiles, las predicciones de las personas dotadas de doble vista, han tenido que fracasar. Ya que estas personas han visto la cosa en la realidad misma que entonces existía ya, de igual modo que nosotros percibimos lo actual; a esta cosa le pertenece pues la misma inmutabilidad que al pasado. »
El tiempo no era por tanto para el filósofo germano, como lo fue para el latino Ovidio, “el devorador de todas las cosas.” O no lo será acaso cuando concluya la pieza que actualmente estamos representando con mayor o menor fortuna y dedicación.
Alzó los ojos hacia la ventana para contemplar unas nubes que ya estaban en otros cielos, sobre otros países, conformando símbolos distintos, igualmente enigmáticos, en la retina de otras gentes, supuesto que exista de verdad alguien fuera de ese mundo trapacero que parece creado en exclusiva para cada uno, donde los demás personajes dan la impresión de no tener otro objeto que el de servir de escarmiento ; una urraca sobrevolaba los rastrojos y se había posado ya en la rama más alta del abedul ; un coche circulaba simultáneamente por cada uno de los puntos de la carretera. El había escrito todas sus novelas o no había escrito ninguna; se hallaba en las playas doradas de Sajará, al tiempo que aplastaba sin ruido las hojas húmedas en los bosques umbríos de Normandía, bajo la charolada mirada del ciervo que escruta con calma los vericuetos de su huida; circundado de llamas prendidas por el sol radiante, reverberando en los arrozales anegados, y envuelto en espesas pacas de niebla, percibiendo el chapaleo de aves acuáticas sobre la superficie de lagos invisibles. Podía ver asimismo la conclusión del arduo trabajo de la agonía, gustando las aguas amargas de la muerte, y estaba vivo en tanto que sus cenizas perdían materia, hasta convertirse en aire sólo.
¿Pero qué diablos había estado soñando?


Ese martes por la tarde, al volver del instituto, se conectó de inmediato a Internet para enviarle a Claudine como fichero adjunto la lista de sus alumnos que debían pasar la prueba blanca de español oral, pues se había enterado que la necesitaba con urgencia, en orden a completar la redistribución de los examinandos, de tal modo que ninguno de ellos fuera evaluado por su propio profesor. Tarea que le pertenecía por derecho propio en su calidad de coordinadora del departamento. Son los gajes de la gloria. Dado que, por economía de tiempo y esfuerzo, tanto como de horas de sueño pues era éste un cónclave con marcada tendencia por la nictalopía, solían repartirse las convocatorias del Comité de Hermanamiento, añadió: « mañana voy yo a la reunión ». Mas luego, considerando que se trataba de la reunión preparatoria de la asamblea general, tecleó todavía una coda: « nos vemos el jueves, o mañana, si aún persistes en asistir ».
Mientras efectuaba las manipulaciones de desconexión de la red y del aparato, reflexionó a propósito del paso que se proponía dar al día siguiente. Apagó el flexo y su rostro quedó teñido por una luz índigo proveniente de la pantalla, que permaneció encendida durante unos segundos más.
Tres años de trabajo, afortunadamente discontinuo e irregular en cuanto a su intensidad, consumido en formalidades a veces superfluas cuyo exceso había llegado el momento de pagar con este aplazamiento sine die que tal vez no tarde en presentarse con su verdadero nombre, reuniones a horas intempestivas, recepciones para las que siempre le ha faltado vocación, gestiones diversas, traducciones orales y escritas que le hicieron perder un tiempo que él hubiera preferido emplear en su creación personal las segundas y los nervios las primeras, semanas enteras de poco dormir sembradas de comidas de trabajo y cenas de gala, exquisitas cierto, pero con notable perjuicio para el hígado y demás vísceras también personales, culminaban estrepitosamente en agua de borrajas.
Se levantó para dirigirse a la ventana, desde donde se puso a contemplar la inmensidad cerúlea, ligeramente enrojecida por el oeste y limpia esta vez en toda su pulida extensión del menor retazo de nube. Su mirada fue atraída poderosamente por las bolas brillantes de Venus y de Marte; mucho más arriba, siguiendo el arco de la eclíptica, lucía Júpiter, enigmático.
El breve episodio de nieve parecía haber concluido. La víspera había nevado abundantemente, si bien el suelo estaba demasiado caliente para que llegara a cuajar. El martes, mientras él se encontraba en el instituto, cayeron unos copos minúsculos espolvoreando el suelo pero desapareciendo poco tiempo después. Tan sólo los tejados quedaron blanqueados con una capa leve de alcorza.
No acertaba a determinar si en verdad se sentía aliviado o no por el advenimiento de un final semejante. Aliviado probablemente sí, pero no sin una pizca de decepción sobre su estado de ánimo. Es cierto que de no haberse malogrado el proyecto, hubiera sido menester transigir aún por mucho tiempo con aquellas esporádicas interrupciones en ese remanso de paz, esto último al menos en teoría, pues como dijo Unamuno, cuando se es padre de familia, más vale creer en Dios Padre, balizado por las horas de trabajo en el instituto, del que pese a todo conseguía retirar una porción, exigua pero suficiente, para la lectura y la escritura, prerrogativa que había defendido siempre con uñas y dientes frente a las múltiples intrusiones de toda índole. Además, se veía bruscamente liberado de un cierto tipo de vida social para el que ni se sentía preparado, ni albergaba en modo alguno el menor deseo de estarlo. Por otra parte, siempre hay una otra parte para destruir la felicidad, después de catorce años de ausencia, interrumpida tan sólo durante los breves períodos de vacaciones escolares, había llegado a comprender el alcance exacto del papel que desempeñaba Sajará en su vida, incluso desembarazándola de cierta idealidad fácil a la que propendemos con los años, poniendo en evidencia los aspectos negativos, las decepciones y los fiascos de una adolescencia y juventud agridulces, la verdad cruda es que Sajará, vislumbrada desde la lluviosa y turbia Normandía, vislumbrada desde cualquier parte, representaba con su tibia luminosidad el paraíso perdido en el que los ojos maravillados descubrían un mundo todavía no desprovisto de autenticidad, bajo un cielo invariablemente añil al que entonces, es cierto, prestaba poca atención pues era un bien profuso, una gracia gratis data, mundo hecho todavía para la vida y no para el progreso, extraviado para siempre tal vez con la promesa de otro paraíso interior y no solamente en esos lares. Pero en aras del recuerdo, Sajará es la Ítaca a la que no hay más remedio que regresar, si ya no para vivir, al menos para morir.
Sajará, esa ciudad de Occidente con nombre africano, de cultura latina y arqueología árabe junto a los fundamentos de las casas, la había conocido él más mora que nunca y más cristiana que el credo, ¿o debería decir católica ?, bajo el pesado sol del franquismo, envuelta en el marasmo agobiante y sempiterno del régimen, en el polvo levantado por los carros de antaño regresando incontables al anochecer, en el aire húmedo de los tremedales empujado por la brisa marina, salado aliento del mediterráneo azul radioso que brama en sus playas, siempre con sol, siempre enjoyeladas, esplendentes, bajo el sol. Sajará, hebra de la memoria, tejido del recuerdo.
Ahora, el aura fría que descendía libremente de Europa (¿quién lo hubiera dicho?) debía orear los rincones de su encallecida alma con un soplo nuevo y eso era bueno. España entera se hallaba necesitada de un cambio de viento que hiciera crujir las veletas oxidadas, al menos desde que Felipe II cerró las fronteras para evitar el comercio de caballos españoles con los protestantes franceses, comedores empedernidos del fruto prohibido podían ir perfectamente a pie. Por ello se sentía un poco culpable experimentando esa sensación de libertad que lo embargaba, considerando esos taeles tan bien pesados de tiempo que a regañadientes había concedido. Bien podía consagrar sin gran mengua, reconoció, unos cuantos ratos de asueto, después de todo así lo había hecho, en aras de un proyecto benéfico, sin lugar a dudas, para su ciudad natal. Si en el momento presente dicho proyecto se hundía en aguas profundas, o si estaba muerto y enterrado como en su último correo electrónico había escrito Vicente, ello no era, desde luego, responsabilidad suya. Hacía mucho tiempo que había leído « Vol de nuit » de Saint-Exupéry, fue el primer año de su llegada a Francia, mas la noción del deber, sin alardes de ninguna clase, el deber únicamente por el deber, que impregna la obra, que condujo al propio Saint-Exupéry a la muerte, acaso también en un vol de nuit, había dejado una huella indeleble en su carácter y en su comportamiento, por eso cuando en cierta ocasión Danielle le dio las gracias por haber acudido a efectuar una traducción oral, a pesar de la tirria incoercible que le dan las traducciones orales, repuso sencillamente : era mi deber. Si hubiera algo que él pudiera hacer todavía, lo haría.
¿Lo haría? Sí, a pesar suyo.
Le distrajo de sus cavilaciones el acre debate de blancas y negras, de bemoles y de posición de los dedos sobre las cuerdas que en la planta baja sostenía su hijo, desde lo alto de sus ocho años, con su madre. Decidió pues bajar a poner un poco de concordia, escuchando, de paso, el ensayo de un violín que ya empezaba a sonar a fuerza de altercados como ése, ad augusta per angusta.
Por la noche, cuando ya madre e hijo se hallaban sumidos en sueños filarmónicos, antes de hundirse también él en la lectura frente a la chimenea como solía hacer, puso un momento la televisión, no sin lanzar previamente una mirada furtiva hacia el reloj y adquirir la certeza de que el boletín de noticias había concluido, para informarse de las previsiones meteorológicas. La jornada siguiente iba a ser soleada, aunque fría, prometió el parte.
El miércoles es un día ligero para la docencia francesa. Escuelas primarias y colegios permanecen cerrados, así los pupilos pueden dedicar sus ingentes energías a otro tipo de actividades no incluidas en el programa, verbigracia aprender a tocar el violín, lúdicas o gimnásticas. Los institutos abren sus puertas sólo por las mañanas, lo cual hace intervenir a un número reducido de profesores. Además se estaba generalizando para estos últimos el horario de tres días, que no significaba en absoluto reducción del volumen de horas de trabajo, se trataba tan sólo de una redistribución distinta, más apelmazada, pero que a Guillermo, y a todos en general, convenía perfectamente. De este modo, a pesar de las horas suplementarias, disponía de bastante tiempo libre y de la jornada entera del miércoles, día de Mercurio, consagrado a la ciencia. Ello le permitía asimismo acostarse tarde los martes.
Esa noche, empero, no la durmió bien y durante los períodos de vigilia que alternaron con las caídas en las profundidades de los sueños, su pensamiento era confuso, se sentía decepcionado por el fracaso del proyecto de hermanamiento al tiempo que ligeramente irritado por aquella reunión del comité a una hora tan tardía, a las ocho y media de la noche, lo cual, traducido al horario y costumbres españolas equivaldría a decir a más de las doce. A tales horas casi se disponía él habitualmente a irse a la cama la víspera de un día laboral y a las diez en punto de la noche se apagaban todas las luces del pueblo, con lo cual, si por alguna razón peregrina había que salir, era preciso llevar consigo una linterna. Las noches son abismales en la campiña normanda, pero se ven todas las estrellas. Si no llueve, claro.
Mas por lo que se refiere a las reuniones del comité, no podía ser de otro modo pues algunos de sus miembros terminaban tarde de trabajar. Los integrantes del comité, o bien eran jubilados y éstos habían perdido la noción del tiempo, o bien era gente con muchas obligaciones, por lo que tenían justamente una noción del tiempo bastante aguda.
Por si fuera poco, le había venido la idea de un nuevo relato. Porque las ideas no se construyen, surgen enteras e independientes. Los relatos hay que construirlos pero no las ideas. O tal vez son las ideas las que construyen los relatos. En parte, no podía dormir porque no lograba aplazar el desarrollo de ese relato hasta el día siguiente. Se trataba de un hombre que no sabía que estaba muerto, pues el mundo que le rodeaba en vida no se distinguía en nada del que encontró más allá del tránsito. Pasó del uno al otro a través del sueño y no notó la diferencia. Tampoco él encontraba los límites entre el pensamiento lúcido y el abismo de lo inconsciente en el que repentinamente se hallaba sumido, avanzando casi a tientas por una oscuridad tan espesa que hubiera podido cortarse a rebanadas, resbalándose a causa del declive y yendo a caer sobre las zarzas, no muy lejos de los precipicios. Un vapor frío y pegajoso se adhería al cutis como un sudario. Desde el matorral percibían ya la vaharada profunda del bosque, cuando les alcanzó la primera ráfaga de lluvia que resonó como el reflujo del mar en la maleza y sobre las ramas de los pinos.
Se levantó pues somnoliento, aunque acicateado por la comezón de la escritura. Abrió los postigos para contemplar un cielo que azuleaba ya en el este, donde la magia lejana del lucero del alba, Venus distante, convocaba sirviéndose de sortilegios inapelables la presencia de un nuevo día sobre la inmensidad helada. Ese espacio infinito de un añil lavado e impoluto le recordó una colección de cromos que atesoraba cuando niño, su infancia se desarrolló ante un telón de fondo de carrera espacial, en la que solían verse astronautas revestidos de trajes albares recortando un cielo turquesa. Los niños del franquismo soñando con el ámbito inconmensurable, tratando de comprender aquello de « España, unidad de destino en lo universal », mientras en la Luna empezaba a hablarse inglés, al igual que en casi toda la Tierra, por cierto.
Bajó a desayunar en familia. Luego se entretuvo reponiendo la chimenea de leña antes de subir a encerrarse en su despacho. El mundo había amanecido cubierto de escarcha y la poca nieve que había caído el día anterior permanecía en los tejados. Abrió el cajón de la mesa, apartó con el pulgar unos cuantos folios y los puso sobre el tablero. Más bien fue en ese momento cuando estaba amaneciendo por lo que su estudio de paredes blancas se llenó de un sol rojizo.
Comenzó a escribir arrullado por el mucho piar de los gorriones y el zureo de palomas y tórtolas. Poco a poco, la luz que reverberaba desde los planos de los enjalbegados paneles se fue dorando hasta alcanzar una tonalidad de espiga en las maderas. Cuando dejó caer el bolígrafo sobre la mesa, la estancia entera refulgía con la cegadora luz de una capilla encalada, henchida de sol. La de la ermita de Sajará, con fondo de mar Mediterráneo, hervor de bicarbonato de cobre y espuma salada. Otro color laminado para siempre sobre el paisaje de la infancia, paisaje que fue exterior hecho interior por la querencia del recuerdo, que nos define más que el color de los ojos y que se hace sustancia del espíritu cuando es el color de los ojos.
Puso en marcha el ordenador y se conectó a Internet, mar virtual. Tenía, en efecto, un correo de Claudine. La recepción de las listas no era tan urgente, al fin y al cabo, como le habían dicho, pero le venía bien tenerlas. Asistiría a la reunión del Ayuntamiento, pues debía dar cuenta de una gestión que se le había encomendado. « Y de todos modos –añadió- tu asistencia dependerá del tiempo meteorológico, ¿no es así? ».
Tal vez sí, se dijo involuntariamente ilusionado. El espíritu es fuerte, pero la carne es débil.
Hubiera podido consultar el parte ipso facto a través de la red, pero estaba acostumbrado a hacerlo por televisión, sintonizando una cadena interactiva especializada, donde encontraría incluso las previsiones locales.
Nada nuevo, el programa seguía siendo sol y frío. Lo mismo para el día siguiente.
Se preguntó si acaso la información no había sido actualizada, pues su contenido permanecía invariable desde hacía algunos días, lo cual desde luego no era sino la confirmación de que las previsiones habían sido efectuadas correctamente. Pero la frase de Claudine retozaba demasiado alegremente en su cabeza. No obstante, de vuelta a su despacho, la cascada de luz que regolfaba en su interior lo disuadió de realizar más pesquisas.
Conviene asistir, reconoció, cuando uno va a presentar la dimisión. Aunque si se tratara de una auténtica alerta, de esas que califican de nivel cuatro sobre cuatro, quedaría justificado que le pidiera a Claudine, para quien la molestia no debía ser excesiva pues vive en la misma ciudad y parecía determinada a no faltar pese a cualquier eventualidad, que hablara por él y explicara las razones de su gesto. Pero no era por lo visto el caso, al menos de momento. Así que mejor haría en reflexionar sobre lo que iba a decir.
« En primer lugar, porque el objetivo esencial que me había propuesto era poner en contacto a los dos Ayuntamientos y a sus respectivos comités. Después de tres años de gestiones que se producen ya sin mi mediación, considero que este modesto objetivo ha sido alcanzado ampliamente. »
Este punto inicial constituía, reconoció, una pequeña concesión a la venganza, por lo que debía pronunciarlo usando de un tono neutro. Con los buenos entendedores, el retintín es un ensañamiento superfluo. Y el hecho, por otra parte, de que el mensaje viniera en una lengua extranjera, no justificaba en modo alguno la retención indefinida del mensajero. ¿Acaso alguien le hizo la más leve pregunta, que no fuera retórica por supuesto, a propósito de sus intenciones personales?
« En segundo, porque, según la información de que dispongo, proveniente de fuentes diversas, el nuevo equipo de gobierno municipal de Sajará, surgido de las últimas elecciones, no tiene la menor intención de concluir un hermanamiento con la ciudad de Vitraux. »
Ello zanjaba categóricamente la cuestión por circunstancias determinantes ajenas a su propia voluntad. Entonces tan sólo quedaba dar un aspecto honorable a esa fuga repentina:
« Finalmente porque, habiendo pedido tres modalidades distintas de traslado, considero más positivo, a la víspera de la asamblea general, no presentar mi candidatura a la reelección, permitiendo así que un nuevo miembro pase, sin más dilación, a desempeñar sus funciones y a cursar sus proyectos ».
De hecho, Claudine, que había sin duda adivinado sus intenciones a través de algún que otro comentario suelto, debía conducir esa misma noche, iniciática Claudine, peripatética mayéutica, a una alumna suya de BTS, postsecundaria, interesada en las lenguas y en los contactos internacionales, al círculo de poetas desaparecidos.
Tales explicaciones le parecieron suficientes. Presentaban un equilibrio entre razones personales y de fuerza mayor. Satisfecho, se sentó en una butaca que recibía, a través de la puerta cristalera, un cálido raudal de sol. Cerró los ojos.




En tiempos pretéritos no había descartado la posibilidad de adoptar un compromiso político, la verdad es que anduvo muy cerca de ponerlo por obra, pero ello había de ser en defensa de lo que pomposamente solía llamarse una gran causa, cuando todavía abundaban las grandes causas. Una causa cuyo objetivo no fuera otro que defender a los débiles y a los desheredados, por seguir utilizando un léxico de época, que incluyera las ideas de justicia e igualdad de oportunidades, que persiguiera una sociedad en la cual no hubiera más privilegio que el valor personal y la tenacidad de cada uno, sin opresores y oprimidos, sin destinos trazados desde la cuna por el azar de un nacimiento. Pero esa causa ya no existía, misteriosa desaparición de la causa persistiendo los efectos, había sido deglutida por los avatares de la historia o en virtud de ciertos juegos malabares, ¿quién sabe? Lo más probable es que por una combinación de ambos factores. La cuestión es que aquellos que honestamente se aprestaron un día a sostenerla se han quedado compuestos y sin novia, hoy no les queda pues sino languidecer en un mundo cuyos valores no comparten o dedicarse al esoterismo, como hacen algunos ; los más afortunados, tras apresurado reciclaje, a seguir tal vez la cotización de otros valores en bolsa, o a escribir, quizás, los más amargados, el testimonio cínico de quien podría contemplar impertérrito el hundimiento del universo, y a lo peor tienen que hacerlo tal y como están las cosas, dejarse llevar hasta la conclusión de una partida sabiéndola perdida de antemano, amenizando de cuando en cuando a la concurrencia con algún que otro comentario desencantado, procurando al menos que sea inteligente o, como poco, elegante, Petronios contemporáneos. Los dioses lo han querido de otra manera.
Por el contrario, entrar en política, esforzándose por vencer la innata timidez de hablar en público, perder horas de sueño y castigar el hígado con los más exquisitos manjares para promover el hermanamiento entre dos ciudades europeas, por muy loable que sea el propósito, no deja de resultar de difícil y complicada ejecución. Pero ya estaba hecho. Bueno, si finalmente el proyecto había fracasado, como queda dicho, no ha sido culpa suya. Ni se arrogaba el principio, ni se responsabilizaba del final. Únicamente se dolía sin verdadera pena de su falta de entusiasmo, que abarcaba, por cierto, bastantes más cosas que el dichoso hermanamiento.
Del principio no recordaba la ocasión exacta pero sí las palabras, porque en el principio siempre está el verbo, y el verbo en un instituto francés es el provisor, y por su mediación todas las cosas vinieron a la existencia : « Señor Trilla –le dijo-, usted que es español –afirmación axiomática contra la cual no cabía sino quedarse paralizado de entrada, luego dispuesto a aceptar lo que venga- y que tiene sin duda contactos en España, ¿podría ver si es posible encontrar empresas que aceptaran acoger a nuestros alumnos de BTS durante algunos meses ? Se trata de un cursillo obligatorio que debe realizarse en un país de habla hispana ». « Veré lo que puedo hacer –prometió.- »
Siempre es mejor tener malas relaciones con su verbo, porque así puede uno tener unas palabras con él y mandarlo a hacer gárgaras enseguida. Pero la situación contraria es bastante más enfadosa. Además, era inútil modificarla apresuradamente pues no hubiera parecido natural.
Vio, en efecto, lo que se podía hacer hablando, a su vuelta a Sajará, con el alcalde, don Rogelio Roig, con quien le unía una amistad que databa ya de muchos años, de aquellos precisamente en los que estuvo a punto de adquirir un compromiso político. Es decir, que remontaba a una fecha anterior a la invención del pedal, o así se lo parecía, tal era la cantidad de agua que había pasado por el río arrastrando objetos diversos, algunos de ellos de valor considerable. Lo recibió en su despacho de la alcaldía: « Por supuesto que es factible –repuso entusiasmado-. Además, lo vamos a arreglar de inmediato.” Luego añadió: “Mira Guillermo, ahora mismo estamos comprometidos en un proyecto de hermanamiento con una ciudad japonesa, que de momento podemos denominar como una especie de relación preferencial, la cual da plena satisfacción a ambas partes, excepto en un punto: nos resulta demasiado gravoso mantenerla. Ellos tienen dinero de sobra, por ello quisieran ir más lejos, lo que no es precisamente nuestro caso y no podemos pedir subvenciones a Bruselas puesto que son acordadas tan sólo en el caso de que las dos ciudades implicadas pertenezcan a la Unión. De modo y manera que vamos a tener que cancelar el contrato. Tú, que trabajas en Vitraux –otra constatación que no admitía réplica,- tal vez podrías encargarte de ver si cabe la posibilidad de iniciar contactos con esa ciudad…. » « Veré lo que puedo hacer –prometió también al otro verbo.- » Y se fueron a celebrarlo con un vermú en el bar España, esa unidad de destino hacia lo universal.
Y lo vio, ¿no lo iba a ver? Por supuesto que lo vio. De regreso a Vitraux, Claudine le dio el número de teléfono de Danielle, la presidenta del comité de hermanamiento local, de uno de cuyos hijos, mayéutica iniciática, oportunamente había sido profesora socrática, la cual tan sólo puso una objeción: « estamos al final de la legislatura, falta únicamente un mes para que se celebren las elecciones; en cuanto la nueva corporación quede constituida, lanzamos el caso. »
Pensó que iba a ser aquella la penúltima gestión. En su modesta opinión tan sólo quedaba entregarle a Danielle la dirección completa del Ayuntamiento de Sajará, número de teléfono, de fax, dirección electrónica y Santas Pascuas. Sonrió en la butaca de su ingenuidad de entonces. Ingenuidad que, por cierto, si no había perdido del todo era por falta de interés, él únicamente tenía un proyecto, una determinación. Lo demás era en su mayor parte un paisaje que desfilaba un instante a través de la ventanilla del tren.
Alargó la mano hacia un libro y se dispuso a leer hasta la hora de la comida, sumiéndose en una quietud turbada tan sólo por el recuerdo de su obligación de esa noche.




Por la tarde se permitió una breve siesta en la solana, mientras su hijo ensayaba con su violín la pieza que unas horas después debería interpretar con la orquesta en la escuela de música. Casi hacía hasta calor allí dentro. Afuera, las sombras recortaban todavía figuras de escarcha a unos metros apenas de él. Pero tras los cristales, en el soleado espacio interior, se generaba el calor adecuado para adormilarse en la hamaca, como él lo estaba haciendo muy bien, arrullado por las notas de violín.
Un día entre los días, en una reunión del equipo de español con el provisor, Claudine transmitió el aviso de Danielle por el cual se les comunicaba (¿a quién en realidad?) que iba a tener lugar una sesión del comité de hermanamiento, en la que se trataría, entre otras cosas, de la propuesta de Sajará.
-¡Ah! –exclamó el provisor-. A esa sesión debe asistir el señor Trilla.
Lo dijo como si tal sesión hubiera sido diseñada ex profeso para contener la presencia del señor Trilla, el hombre de la situación. Guillermo decidió apostar por la paciencia, mezclada sin duda a una cautela innata que hubiera hecho de él un buen diplomático. Todavía no se le había ocurrido pensar en la resignación.
Y el señor Trilla asistió a la junta. Vaya que asistió. Danielle tomó la palabra:
-Pienso, señor Trilla, que si usted se propone defender el proyecto de hermanamiento con Sajará, lo lógico es que integre el comité, presentando su candidatura en la próxima asamblea general.
El señor Trilla sintió las miradas desconocidas de todos los miembros conscriptos clavadas en él.¿Defender ha dicho ? Se asustó. Le pareció que Danielle había gritado de repente : « ¡Todos a sus puestos !¡Zafarrancho de combate ! », mas no pudo sino responder :
-Sí, por supuesto.
Claro que sí. Vaya que sí.
-Y de paso –prosiguió Danielle, cruelle- nos hará usted una presentación de la ciudad de Sajará.
Hablar en público y por si fuera poco en esa preciosa, y difícil, lengua de corte que es el francés. Ello era posiblemente superior a sus competencias, y a su naturaleza, y hasta a sus intereses…. que podían resumirse en una sola frase si es que a todos ellos les interesaban en lo más mínimo sus intereses : « que le dejaran tranquilo en su casa, leyendo y escribiendo, tal vez algún día haría algo en literatura, ¿qué tenía él que ver con asambleas generales en francés y reuniones de comités en sánscrito ? ». Pero se calló, en parte por no empezar ya hablando en público, en parte también por su amistad con Rogelio Roig, por no traicionar la confianza que el provisor había depositado en él, porque se acabaron los cuchillos que yacían tiritando bajo el polvo, ahora el profesor tiene que salir al mundo, dar la cara, dar, en todo caso, mucho más que sus clases, el cual verbo pretendía crear en su establecimiento una opción español lengua viva 1, lo que implicaba un intercambio fijo con un instituto español, que evidentemente sería facilitado en el caso de que llegara a ultimarse un hermanamiento. En parte porque, quieras que no, albergaba un leve sentimiento de culpa. Pensó en Sajará, mora y cristiana, ¿o tal vez debería decir católica ?, pero no europea en el moderno sentido de la palabra. De modo que se calló. Y quien calla, otorga.




Se levantó un tanto enfurruñado. Hubiera deseado subir a su despacho y trabajar todavía durante un buen rato. Pero se había quedado tan buena tarde. Las tardes buenas son en Normandía un bien precioso y tan raro que no es posible dejar de aprovecharlo sin mengua para el estado general de salud, así que decidió dar un paseo con la bicicleta, abrigándose bien por supuesto.
-¿Qué estás tocando, hijo ?
-La « Danza Macabra » de Saint Saens.
Un vientecillo parco le helaba las manos a pesar de los guantes de cuero. Seguidamente los pies comenzaron a sentir también la intensidad del frío. Sin embargo, era agradable después de todo hallarse bajo el sol, con todo el campo llano arriado de luz, curvando sus líneas cerca del horizonte.
El recorrido no solía reservarle sorpresas, pues era siempre el mismo. Y casi lo prefería así. Tras estallar el imprevisto de haberse venido a vivir a un país extranjero, había perdido el gusto por lo inaudito, como no fuera, evidentemente, el que puede surgir de los libros. Circunstancia que, a pesar de esa importante salvedad, no dejaba de inquietarle pues preparaba los cimientos de un conservadurismo visceral sin color político, que es el de la peor especie. Incluso le preocupaba lo que había de extraordinario e incontrolable en los sueños, por si acaso eran premonitorios. Apenas prestaba atención al paisaje, de sobra conocido. Se trataba más bien de un paseo hacia dentro, una rápida excursión introspectiva, al tiempo que gimnástica. Su yoga.
El flamante alcalde de Vitraux se llamaba nada menos que Jean-François Renan, hijo de resistente, ex-ministro del interior. Mientras los asistentes se acomodaban frente a las mesas del salón de plenos, cuya disposición trazaba una figura ovalada, y la prensa tomaba posiciones en el centro de la misma, Danielle quiso presentarle al alcalde.
-¿Cuántos habitantes tiene Sajará ?
-Veintisiete mil, aproximadamente.
El señor Renan no pudo evitar un ligero frunce de ceño. Vitraux tiene cincuenta mil.
Danielle pulsó el interruptor del micrófono y tomó la palabra. Citó el reglamento, expuso el objetivo de la asamblea general : renovar un tercio del comité anualmente, lo que no impedía, por supuesto, a los miembros salientes presentar de nuevo sus candidaturas, y con las mismas fue nombrando a los aspirantes y citando sus proyectos. Dejó al señor Trilla para el final.
-Como es de dominio público, Vitraux mantiene desde hace más de treinta años dos hermanamientos con sendas ciudades europeas. En el momento presente se nos propone concluir un tercero con una ciudad española. El señor Trilla, aquí presente, es el autor de dicho proyecto. Le cedo la palabra para que nos haga una breve presentación de Sajará.
Al igual que si hubiera recibido el Óscar al mejor imbécil, el flash de las cámaras comenzó a argentarle el rostro con varias sacudidas.
El señor Trilla, aquí presente, quería darse a todos los diablos, porque todavía no alcanzaba a comprender cómo había podido meterse él en un berenjenal semejante. Pero lo cierto es que estaba metido hasta el cogote y no había sino tener paciencia, pulsar el interruptor y largar el lastre de los datos aprendidos de memoria, procurando no hacer demasiado el ridículo con su francés mal aprendido. Así lo hizo, ingeniándoselas de paso para dejar caer en el momento adecuado que esos veintisiete mil habitantes, en verano, se convierten en ochenta mil.
Tras él, tomó la palabra el ex-ministro Jean-François Renan para realizar una defensa absoluta, sin fisuras ni remordimientos, del proyecto de hermanamiento con Sajará.
-Francia debe cuidar –afirmó- su dimensión mediterránea.
Mediterráneo, hervor de bicarbonato de cobre y espuma salada. Al este Jerusalén y al oeste Sajará. Trilla no osaba creer que fueran precisamente sus palabras las que hubieran disipado los escrúpulos suscitados, en un primer momento, por la diferencia de talla. En cualquier caso, el aval del alcalde debió ser determinante en la votación, a pesar de que hubo entretanto una curiosa intervención en la que su autor sugirió que, por razones históricas, si Vitraux debiera iniciar un hermanamiento con una ciudad española, ésta sería conveniente que perteneciera al antiguo reino de Navarra, « para mostrarles que no hemos olvidado ».
Cuando se leyó el resultado del escrutinio, Trilla apareció como el candidato más votado.




La vuelta fue algo más rápida pues tenía el viento, comedido, en la espalda, un rey hiperbóreo que bajaba despacio con su aliento helado, agitando levemente los incipientes trigos al paso de sus caballos. Esto tiene en común el viento con el destino, que cuando no se le oye es porque uno lo tiene justo en la espalda. El frío, a su vez, ganaba terreno conforme el sol iba perdiendo altura y en el ámbito yerto, que empezaba a teñirse de una luz anaranjada, los cuervos alzaban el vuelo lamentándose, gritando transidos de dolor por las dentelladas del aire.
Después de aquellos acontecimientos, sobrevino un período de calma chicha en Vitraux. No en Sajará, donde Rogelio preparaba todo con una celeridad tal vez excesiva, inapropiada. Se impacientó. Era preciso que Trilla insistiera en el Comité de hermanamiento sobre la necesidad de salir lo antes posible de ese recalmón, pues allá todo estaba listo para la firma del protocolo.
Lo cual no era una trivialidad, teniendo en cuenta que Sajará tuvo incluso que dotarse de un Comité de hermanamiento ex profeso. Pero, en aquel momento, las diversas asociaciones y particulares que lo componían se hallaban trabajando a pleno rendimiento, las subvenciones estaban solicitadas y obtenidas, el plan trazado y aprobado en sesión plenaria del Ayuntamiento ; con algunas abstenciones, mas sin oposición ninguna.
En Vitraux todo el mundo, incluida Danielle, parecía un poco aturdido por tanta precipitación.
-Estas cosas no se hacen así… -balbuceó-. Es preciso disponer de un poco de tiempo para reflexionar…. El Ayuntamiento no posee dotación presupuestaria….
Trilla, a pesar de todo, bailaba sobre un pie, pues el argumento del conocido artículo de Larra titulado “Vuelva usted mañana” se había invertido.
-Tampoco la poseía el de Sajará antes de solicitarla –dejó caer, sin conseguir matar por completo la expresión de un malvado contento que pugnaba por aflorar a su rostro.-
-Empecemos por poner en funcionamiento el intercambio entre los dos Institutos de enseñanza –contemporizó, un tanto confusa, Danielle- y según como vaya la cosa veremos…
Rogelio Roig, al teléfono, se subía por las paredes.
-¡Solicita una entrevista con la Sra. Diop !
No fue fácil obtener esa cita. Trilla tuvo que ir adrede varias veces al Ayuntamiento, dejar varios mensajes en el contestador automático de la azacanada regidora que al parecer se desuñaba trabajando para la cosa pública a diestro y siniestro, recabar incluso la intercesión de Danielle.
Al fin le fue acordada. Lo recibió correctamente en su despacho situado en el sótano.
Trilla tenía noticia del carácter más bien autoritario de la regidora de cultura, profesora también ella, de inglés, pero profesora de ésas de convicción y de vocación, de las que saben como tener a raya a los alumnos y no se traicionan jamás, empleándose en dicha labor con tenacidad y constancia. Al contrario de Trilla, que podía llegar a jugar con fuego, permitiéndose, a veces, bromear, incluso con las clases más difíciles. Mas la Sra. Diop era seria, muy seria y guapa. Sobre todo los latinos, y medio africanos, de Sajará eran, sin excepción, partidarios de esa doctrina.
-¡Ché –exclamaría en el futuro Rogelio después de haberla conocido, ya más tranquilo- mira que es guapa !
Guillermo decidió jugar el todo por el todo. A veces no es mal método aplicado a los que lo conocen muy bien y saben apreciarlo mejor que nadie por practicarlo ellos mismos todos los días.
-Si no quieren ustedes concluir este hermanamiento, no tienen más que decirlo. Pero, por favor, háganlo cuanto antes pues Sajará está siendo requerida de manera insistente por una ciudad italiana.
Lo cual no era del todo falso. El efecto, en todo caso, fue el perseguido. La Sra. Diop casi se vuelve blanca de la emoción. Y tal vez de la ira. No replicó.
-De no ser el caso –prosiguió Trilla- conviene acelerar la marcha, pues Rogelio Roig ha obtenido una subvención especialmente consecuente de parte de Bruselas, la cual, si no es empleada dentro de un plazo, que por cierto ya se está quedando corto, tendrá que ser devuelta.
A las pocas semanas, la Sra. Diop, acompañada por una delegación compuesta exclusivamente de miembros electos del consistorio, se hallaba en Sajará. Guillermo llamó al móvil de Rogelio para ver cómo iba la cosa y los encontró a todos en buena armonía, con un ánimo excelente que hasta se percibía por el auricular, sentados a la mesa de un restaurante dispuestos a partir un piñón, alrededor de una paella. Habló con ambos y todo parecía desenvolverse a pedir de boca. Rogelio le declaró en tono confidencial :
-¡Ché, mira que es guapa !
Alea iacta est.
A partir de dicha visita, el expediente se instruyó mucho mejor, aunque no con la celeridad que debía. Dilación que iba a pagarse cara, en su momento.





Antes de subir de nuevo al despacho hizo un alto ante los rescoldos del hogar. Acercó una mecedora y se dejó envolver como por un manto cálido, mientras los rayos del poniente enrojecían la madera de los muebles, resaltaban el ocre de los ladrillos que cerraban el lar, refulgían en los cristales verdosos del aparador. Los crepúsculos en Normandía poseen una tonalidad particular, una pátina azafranada como la que se aprecia por ejemplo en el óleo de Raoul Dufy : « Vieilles maisons sur le port du Havre ». Ello cuando se trata, por supuesto, de crepúsculos con sol ; si no, el mundo es como una pellada en el fondo de una artesa.
El calor que se abatió sobre la región durante la estancia de la primera delegación de Sajará fue memorable, preludio tal vez del verano canicular del año 2003, para el que Francia no estaba preparada, cobrándose por esta razón un elevado número de vidas humanas pues durante muchos días subieron en París las temperaturas más que en La Meca. Los sajaranos debieron pensar que el avión, en lugar de tomar dirección norte, había tomado la contraria. Pero aquello fue probablemente el año anterior, a mediados del mes de junio, y duró tan sólo una semana, justo el período de permanencia en Vitraux de la delegación, con la cual desapareció. Evidentemente se comentó en hartas ocasiones que eran ellos quienes habían traído todo ese calor, aunque coincidieron con la delegación alemana, pero ésta se hallaba libre de toda sospecha.
Guillermo, junto con Claudine, subió al autobús con los dos ediles encargados de la recepción oficial en el aeropuerto. Rogelio Roig sonreía con su diente de oro, mientras hablaba francés con desenvoltura. Venía acompañado de don Evaristo Sempere, concejal de un grupo situado en el extremo opuesto del espectro político con respecto al partido de Rogelio, es decir, a su sensibilidad ideológica, pues éste ya no se hallaba integrado en ningún partido, después del descalabro del suyo a nivel nacional. Lo curioso es que formaban parte del mismo equipo de gobierno municipal y se llevaban bien. Tanto mejor. Al final se había llegado a comprender en España que son los partidos de derecha los que hacen verdaderamente democráticos a los de izquierda y viceversa, por lo que se necesitan mutuamente. Vicente, director del instituto Joan Fuster y presidente del recién constituido comité de hermanamiento de Sajará, acudía con el pelo desteñido. Tanto mejor también. Unos meses antes, a la llegada de los alumnos del Lycée Aristide Briand de Vitraux a Sajará, lo llevaba teñido de naranja y éstos lo habían confundido con un bedel. Si lo que pretendía era dar una imagen distinta del país de la que en Europa todavía poseen los que no están al día, el éxito fue rotundo. Guillermo, que podía llegar a ser borde cuando se lo proponía, conocedor de la técnica militar de aprovechamiento del éxito, exhibió en diversas partes del instituto, junto con los demás aportes fotográficos del alumnado, una instantánea ampliada, que prendió cual chispa sobre reguero de pólvora, de un provisor español con el pelo color naranja, lo nunca visto, ni siquiera imaginado para exponer las cosas con absoluta y llana franqueza, en la cartesiana Francia, a cuya vida institucional, especialmente por cuanto se refiere a la función pública, casi siempre se le puede aplicar la frase final de « Adán Buenosayres » : « Solemne como pedo de inglés ». Ya estaba bien, razonó, de la España del duelo y de la cruz, hasta aquí hemos llegado. El resto de la delegación lo componían una o dos empleadas del Ayuntamiento y miembros de diversas asociaciones. La suerte estaba echada, otra vez.
Danielle los acogió en el hotel Mercure, donde iban a alojarse junto con la comisión de Alterwein. Allí les acordó una breve tregua para que pudieran instalarse. Luego dio la orden de asalto al Château de Trangis que fue tomado, todavía con sol, por las huestes teutonas, galas y hespéricas. Fastuoso marco en el que se produjo el primer ataque serio al hígado de todo ese buen pueblo cristiano : « salade Baltique au saumon fumé et bouquets frais ; sorbet à la pomme verte, arrosé de calvados ; pavé de cœur de rumsteak à la Charentaise et ses légumes ; salade normande au vinagre de cidre et ses toasts aux camembert grillés ; bacarra aux fruits rouges ; café. Calvados ».
El calor se hacía sofocante por momentos y los selectos caldos y licores que se vertían en las copas no contribuían en nada a paliar la situación. Los trajes de gala, aún menos. Nunca, en memoria de Guillermo, el trabajo de comer había dado impresión tan grande de fatiga en los comensales, a través de cuyos rostros corría el sudor a raudales como si en lugar de restaurarse estuvieran cavando huerto. A pesar de los exquisitos manjares que acudían a las mesas, los convidados no deseaban otra cosa sino que llegara al fin el brindis de los tres alcaldes en aras de los hermanamientos añejos y futuros, para salir al cabo de esa calera en busca del anhelado aire fresco, que luego no resultó tan fresco aunque sí libre.
Libre se creía Guillermo al día siguiente de toda intervención directa en el acto protocolario de la recepción oficial en el Ayuntamiento, que tuvo lugar en el Salón de Actos. Por poco se equivoca. Le salvaron únicamente los extraordinarios reflejos inducidos por su pánico inveterado a hablar en público, sobre todo en francés, lengua de corte. El se había deslizado hacia lo más espeso del público, por si las moscas. Pero Rogelio Roig le hizo signo de que se acercara. En ese momento hablaba el alcalde de Alterwein con una traductora al flanco. Guillermo le dijo en voz baja a Rogelio :
-Al francés es mejor que traduzca Claudine, pues lo hace a favor de querencia.
Renan, a su lado, tendía el oído.
Rogelio pareció admitir en silencio lo razonable de la proposición e hizo idéntico signo a Claudine, pero ésta se hacía la sueca sin serlo.
-Dile que venga.
Guillermo obedeció.
-El señor Roig te solicita.
-Puré –repuso ella, pues era éste el mayor taco que solía permitirse, sin que fuera tampoco un taco realmente.-
Rogelio Roig hablaba muy bien, pero era seguro que iba a olvidarse de la traducción. Por otra parte, traducir en vivo un discurso es la tarea de un profesional bien formado y requiere competencias específicas. En efecto, hizo un discurso excelente sobre la contribución francesa a la consolidación de las libertades y la democracia en el mundo, pero sólo se detuvo tres veces para que Claudine tradujera. Las tres veces que le vino a la memoria que posiblemente quienes le escuchaban no acababan de comprenderle o que su mirada se cruzó con la mirada aterrorizada de Claudine. Entonces sus ojos se detenían en los de ella y los de ella en los suyos, provocando en la asamblea de oyentes unos segundos de desasosiego. Luego Claudine se lanzaba como podía al proceloso mar de la traducción simultánea, o casi, tratando de agarrarse a las pocas tablas que flotaban todavía en su memoria. Cada vez que se quedaba enganchada mirando al techo donde no había sino la representación del primer matrimonio civil celebrado en el Ayuntamiento de Vitraux, pintado por un tal Charles Denet, sin saber a qué santo encomendarse, Guillermo pensaba que ella no se lo perdonaría jamás, si llegaba a saber quién la había metido de veras en semejante situación.
Finalizada la recepción en el Ayuntamiento y el consabido refrigerio, que Claudine ni siquiera probó, se trasladó la alegre comitiva al magnífico edificio gótico flamígero, antiguo obispado y hoy museo municipal, situado a las espaldas de la catedral, donde se efectuó una visita guiada a una exposición titulada « Des plaines à l’usine », en cuyas planicies planeó de nuevo sobre la cabeza de Trilla el fantasma de la traducción oral, aunque esta vez a favor de querencia, lo cual, si bien no le otorgaba esa suficiencia y naturalidad que debe poseer quien pretenda hablar en público pues en él era defecto de carácter, sí reducía al menos la posibilidad de ese blanco completo o, expresado inversamente en otra lengua pero con el mismo sentido, de ese blackout que tanto temía, que tanto había temido siempre, en francés, pues más difícil que hablar un nuevo idioma resulta poner en paralelo el genio de dos lenguas vivas. A ello había que sumar, él era perfectamente consciente, su escasa memoria de datos, no de sensaciones, de lo que únicamente pudo consolarse cuando leyó esta frase de Montaigne : « car il se voit par expérience plutôt au rebours que les mémoires excellentes se joignent volontiers aux jugements débiles » (Los ensayos, capítulo 9, Libro primero). Mas el remordimiento por la mala pasada que le había jugado a Claudine lo atenazaba y lo predisponía a aceptar el pago de su propio tributo, eso sí, en condiciones más equitativas, por lo que no se escabulló esta vez, dejándose pescar por Danielle quien lo situó junto a la guía.
Se trataba de unos cuadros contemporáneos a los de Monet, pero tan distintos…., relatando todos ellos escenas que tenían como marco los primeros momentos de la industrialización, en los que se veía por ejemplo a una campesina con sus cántaras de leche recién ordeñada, rodeada de frescos pastizales, cercas, chozas, árboles y vacas por todas partes, sobre fondo de fábricas de ladrillo fuliginoso y sucio, exhalando un humo negro desde lo alto de sus estirajadas chimeneas cubiertas de hollín, semejantes a brujas escuálidas remontando el vuelo con sus escobas chapadas de mugre. La geórgica privación contemplando por primera vez la fealdad del progreso. Y ello con una técnica pictórica que perseguía el realismo más absoluto, hasta el punto de que podría confundirse con la realidad misma ; una realidad, por cierto, fosilizada, como un trozo de tiempo detenido para siempre sobre la tela, como una ventana abierta al siglo XIX, tiempo muerto resucitado en color y en lozanía, no como en las falaces fotografías en blanco y negro que vendrían después. Se trataba de cuadros, reflexionó, mucho más filosóficos que artísticos, los cuales debían contemplarse como se lee a Marx o a Kant. El arte debe ser otra cosa, debe perseguir un objetivo con relación al cual la comprensión de la realidad no sea más que un primer paso, una formalidad indispensable ; mas el proceso quedará tan sólo culminado cuando esa realidad haya sido deformada por el prisma de un espíritu vivo, particular, aunque conserve la misma luz originaria, como sucede con el citado cuadro de Raoul Dufy que refleja el privativo resplandor de un atardecer normando, pero con una hechura distinta a la real. El artista será siempre un falso testimonio de lo que vea, por lo cual su oficio no implica necesariamente un compromiso.
Como si de una consecuencia lógica de dicha reflexión se tratara, su traducción resultó pasable, pero no del todo fiel, pues a la mencionada escasez de memoria de que adolecía se sumó la distracción subsiguiente a sus digresiones, y sensiblemente más breve, por lo que tuvo que encajar la sonrisa resentida de la meticulosa guía. Pero él no quedó del todo insatisfecho consigo mismo.




El manto de brasas que se extendía a lo largo de toda la superficie del lar conformaba una maqueta de infierno. Guillermo se puso a contemplar aquel paisaje incandescente en el cual cada ascua era un demonio que inflaba y desinflaba los carrillos para resollar, hacer visajes, siempre los mismos, intentar tal vez hablar, o incluso gritar, sin conseguirlo jamás, como podría suceder en un infierno donde no existiera el tiempo, y por ende tampoco las palabras, donde no importara el tiempo.
Un infierno sin palabras y sin tiempo para expiar la culpa por lo que no se ha dicho. Un infierno con un solo movimiento, siempre el mismo, para purgar la culpa por lo que no se ha hecho.
Guillermo Trilla lamentablemente se atormentaba con ese mal presagio, con esa mala metáfora de su propia vida que se le había ocurrido. Si el hombre tiene tal capacidad para imaginar lo peor, ¿qué podría ocurrir en la mente de un dios ?
Se aplicó las palmas de las manos sobre los ojos, como dos cataplasmas, y trató de pensar en otra cosa.




El autobús se adentró en un espeso bosque de hayas, poniéndose a navegar por el fosco brazaje de un mar de sombras sobre cuyo lecho se percibían, entre los erguidos troncos cenicientos, endriagos y leviatanes cubiertos de musgo, agitando sus brazos rotos. Sólo de cuando en cuando, un delgado rayo de sol conseguía abrirse camino dentro de aquel abismo y traspasarlo hasta el fondo. Los de Sajará miraban en silencio ese paisaje encantado como si temieran que de un momento a otro fuesen a aparecer islas ponzoñosas donde el agua y la fruta están envenenadas, islas del más allá donde hay gatos monstruosos y peces que surgen de los ríos y de los lagos para hablar a los viajeros.
Tras un cuarto de hora aproximadamente fondeó en un claro bañado por el sol intenso de aquellos días rutilantes. Danielle bajó la primera y se dirigió a la puerta practicada en una tapia terrosa con mojinete, esgrimiendo el recibo de las entradas que previamente había reservado. Don Evaristo Sempere, Juan, joven directivo de una cooperativa horto-frutícola, y Guillermo Trilla la seguían de cerca. Los demás se congregaron junto al autobús para dejarse quemar un poco por el sol que fugazmente habían temido no volver a ver nunca más.
En lo alto, los verdes ramajes rebosaban de currucas, paros y pinzones ; camachuelos y tarabillas ; jilgueros y papamoscas, celebrando como se debe, en recital conjunto, la franca y categórica eclosión de aquel verano y revelando al oído la invisible profundidad del bosque.
Mientras Danielle traspuso el umbral para dirigirse a la taquilla, Guillermo, que ya había visitado varias veces el lugar, les puso en antecedentes de manera sumaria :
-Mortemer fue una antigua abadía cisterciense, del siglo XII me parece, fundada por uno de los Duques de Normandía, o por uno de sus hijos. La visita incluye la explicación de una guía, así como animaciones, juegos de luz y de sonido. Algo pintoresco, en verdad.
El grupo se agolpaba ante la entrada envuelto en leve murmullo de conversaciones, tapiz sonoro tejido con hilos de diversos colores, cuando salió Danielle con una señorita al flanco, la cual sonreía tratando ya de conectar con el que iba a ser su auditorio. Pero fue Danielle quien habló :
-Vamos a pasar sin más formalidades al interior donde dará comienzo de inmediato la visita guiada. Los traductores, por favor, tengan la bondad de situarse junto a la guía.
Al ver que Guillermo no se movía para nada, más precisamente cabría decir que Guillermo procuró no mover ni un solo músculo en ese momento. Claudine avanzó con una sonrisa de resignación. La traductora de alemán, muy profesional como siempre, ocupaba ya su puesto.
La taquilla se encontraba en un cuarto lóbrego y angosto, donde sobre unos anaqueles rústicos estaban puestos a la venta libros ilustrados así como postales y alguna que otra figurilla u objeto típico de la región, como platos, escudillas y toda clase de recipientes, fabricados con una arcilla color marrón oscuro.
La guía empujó la puerta del fondo para acceder al parque, avanzó unos cuantos metros con objeto de dejar un espacio suficiente, se volvió e hizo frente al grupo :
-La abadía de Mortemer fue fundada en 1138 por Enrique I Beauclerc, cuarto hijo de Guillermo el Conquistador, siendo la mayor abadía normanda del siglo XII. Los monjes la habitaron hasta la Revolución, momento en que los cuatro últimos, a quienes se hizo pasar por explotadores del pueblo, fueron asesinados a sangre fría por la chusma en la misma bodega, después de haberlos perseguido por toda la propiedad. Desde entonces, mucha gente asegura haberlos visto haciendo incansablemente el trayecto que va de la bodega al palomar….
Vicente, sosteniendo con ambas manos un maletín de cuero que él mismo definía como el apéndice natural de su brazo, sonrió en cuanto oyó hablar de apariciones. También Rogelio Roig mostró, divertido, su diente de oro mientras vertía un comentario en el oído del alcalde alemán. La guía prosiguió impertérrita a pesar del rumor que habían desencadenado sus palabras :
-Por ahí comenzaremos precisamente la visita, luego avanzaremos hasta el viejo molino cuya rueda se conserva todavía intacta, pasaremos al edificio principal y sus dependencias, saldremos por la puerta que da a las ruinas de la iglesia abacial y finalmente podrán ustedes, si lo desean, realizar un paseo alrededor de los lagos, subidos en el remolque de un tractor.
Siguieron las traducciones y aquello tomaba aires de misa de campaña. Guillermo Trilla observó el parque bajo el sol, con el césped recién cortado, sin el gentío de los fines de semana. Consiguió distenderse considerando que su inapetencia de protagonismo tal vez fuera algo normal, después de todo, y que debía partir de una idea semejante a la del comptentu mundi, que sin duda tendría bien asimilada la mayor parte de los monjes que vivieron recluidos allí, en ese lugar ameno, por cierto, entregados a una apacible antivida, quizá menos mala de lo que siempre había creído. Excepto en tiempos de revolución, claro está.
La guía abrió de pronto la marcha hacia el palomar, hendiendo la pulpa de las reflexiones de Trilla. Se trataba de una torre maciza, con dos ventanas bajas y en el interior los huecos vacíos de los nidos excavados en el muro circular.
-El día que tocaba incluir pichón en el menú, se cerraban las portezuelas en lo alto mediante el mecanismo que ustedes pueden observar aquí y los monjes, subidos en escaleras, atrapaban cuantos querían.
Por un momento la escena apareció vívida en las mentes de todos. Se cerró con agorero estrépito de tablilla polvorienta el armadijo cruel y las aves revolotearon en un confuso aleteo, golpeándose contra el encalado muro y hasta contra los hábitos negros que las atrapaban a manotazos. Luego se desplomó de nuevo el silencio inerte de los edificios muertos.
La aceña se hallaba más allá del palomar, en la linde del bosque, donde un agua rumorosa hacía rodar para nada una gran rueda de madera descolorida. El estruendo que producía la corriente en su caída ahogaba las palabras de la
Taliesin13 de mayo de 2009

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