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El Enemigo de Bagdad - Capítulo 4

La bulliciosa caravana se alejó a través de las imponentes dunas mientras Yasâd Muntassir, mercader de profesión, la observaba perderse en la distancia hasta desaparecer de su rango visual. La misma estaba integrada casi por completo por mercaderes – que, como él – buscaban diversos destinos para colocar su mercancía y a su vez pertrecharse de nueva para hacer negocios también de regreso. La caravana viajaría por la que se conocía como la Ruta de la Seda, cuyos caminos iban y venían desde el sur de China hasta llegar a las mismas puertas de Europa. Pero él no había podido sumarse a ella puesto que los impuestos por integrarla le resultaban no sólo exagerados sino muy onerosos para sus castigadas alforjas; últimamente no había corrido con buena suerte en sus negocios, y consentir esa quita por integrar la caravana hubiese vuelto prácticamente inútil sus desvelos por buscar mejorar dicha suerte.
Así que debía arriesgarse y efectuar el viaje por su propia cuenta, con el consabido riesgo que ello implicaba, dado que no contaría con la protección de los hombres armados que custodiaban una caravana, pagados por los propios mercaderes que la integraban. Eso sería aún menos monedas para sus alforjas, y significaría una ruina sin levante. Tampoco era una opción el procurar seguir la procesión a prudencial distancia, los custodios armados eran extremadamente celosos de cualquiera que intentase pasarse de listo y vigilaban constantemente la retaguardia, impidiendo que alguien los siguiese aprovechándose indirectamente de los beneficios de la caravana.
Yasâd sabía perfectamente que debía aguardar cuando menos un par de horas para poder partir y no ser considerado un arribista o perseguidor, así que permaneció junto a sus tres camellos repletos de morrales conteniendo todas sus posesiones en este mundo, mayoritariamente la mercadería con la que procuraba reverdecer pasados días de gloria comercial.
Echó un vistazo en derredor del par de palmeras en que se encontraba, procurando que los animales descansaran lo más posible antes de emprender el duro camino, abandonando el oasis en que se hallaban, sabedor de que pasarían muchos días hasta que volviesen a ver agua. Comprobó por enésima vez que varias personas que se hallaban por allí lo observaban frecuentemente con expresión de pocas pulgas, era evidente que envidiaban su posición bajo las dos palmeras más grandes del oasis y consideraban que era un desperdicio que un mercader de tres al cuarto se beneficiara del lugar para dar sombra a tan sólo tres camellos, siendo que de los demás quien poseía menos animales era dueño de siete u ocho. Claro que había otras palmeras en el área del oasis, pero sólo allí había juntas dos de semejante grosor y tamaño. Observó la posición del sol que recién comenzaba a ascender extendiéndose progresivamente por el desierto, aún le restaba un poco de tiempo antes de poder emprender el camino.
Entonces vio que un hombre que tiraba de seis animales venía tironeando con decisión en su dirección. Al ver sus ojos rasgados supo que era un comerciante chino, y se extrañó, ya que no era nada común verles por esos territorios, tan lejos de su zona de mayor influencia. Era un hombre de unos sesenta años, con una corta barba totalmente blanca colgando de su mentón. Su rostro se veía arrugado, no solamente por los años sino sobremanera por los soles de muchos caminos. Pero sus ojos, esos sí estaban llenos de vida, brillaban, aunque se le podía notar preocupado por algo. Cuando hubo llegado a su lado, el extraño de los ojos rasgados detuvo la marcha, conteniendo a sus animales, entonces se dirigió a Yasâd.
- Que el sol del desierto sea piadoso con el viajero. – saludó inclinándose con vehemencia.
- Y que Alá guarde su camino. – respondió Yasâd, intrigado. - ¿Quién eres y qué deseas?
- Mi nombre es Yin Ziao, estimado viajero. – se presentó el recién llegado.
Esperó a que Yasâd se presentase también, pero unos segundos más tarde comprendió que no tenía intención de hacerlo, se veía claramente desconfiado acerca de su presencia allí.
- Estimado viajero, - prosiguió entonces el oriental – he podido ver que tus tribulaciones son las mismas que las mías, tampoco he podido costear el ingreso a la caravana más temprano. Debo partir, debo salvar mis negocios en mi tierra, y se me ha ocurrido que tal vez podríamos compartir ruta, y usted sabe, reducir las molestias y peligros del viaje, en lo que pudiera ser posible.
Yasâd lo observó con detenimiento, su mirada no dejaba traslucir otras intenciones que las que declaraba, sin embargo no sería la primera vez que viera a un hombre mentir con talento. Su primer instinto le decía que mandara a pasear al hombrecillo, pero volvió a notar las cada vez más insistentes miradas cargadas de rencor y malas intenciones del resto de los que se encontraban en aquél oasis. No tardarían ya mucho en ocasionarle problemas, y problemas era lo que menos necesitaba, de manera que la oferta que le hiciera aquél oriental bien pudiera resultar una buena idea.
- Está bien.....
- Yin Ziao, viajero. – le recordó el otro.
- Yin Ziao, bien, has conseguido compañero de viaje, y creo que podemos mover ya nuestras bestias de este lugar.


Los primeros rayos del sol comenzaban a bañar el palacio de Bagdad, enseñoreándose en los verdes y lujosos jardines, destellando sobre los exquisitos azulejos verdes de los tejados, penetrando con creciente calidez por las ventanas de los salones. Pero esa no era una mañana más, y una figura se movía con sumo sigilo por los pasillos del ala oeste del palacio, con rumbo a la terraza que daba a los jardines repletos de plantas y flores coloridas de diversas procedencias. La figura se deslizaba en silencio y con suma agilidad, embozada en un manto fino de color negro, y una vez arribó a la terraza se escondió tras los cortinajes de los ventanales abiertos.
Esperó allí sin moverse por algunos minutos, y entonces sacó de detrás de las profusas cortinas un rollo de soga con la que se dirigió al borde de la terraza. En ese instante se sobresaltó, pues una voz le habló de improviso a su espalda.
- ¡Princesa! ¿Qué haces ahí en esa vestimenta?
La figura de negro se paralizó por un par de segundos, pero enseguida descubrió su rostro ante la presencia de su ama de doncellas, una mujer entrada en años que literalmente la había visto crecer.
- Lybia.... retírate.... – le dijo procurando sonar enérgica sin elevar mucho la voz.
- Oh no, no, - le replicó la mujer acercándose hasta ella – sé lo que piensas hacer, muchacha, y no dejaré que lo hagas. Tu padre sufriría mucho, niña...
Nasila miró al cielo con un gesto de recurrente fastidio.
- Ay Lybia... tú mejor que nadie después de mí sabes bien que debo hacer las cosas de esta manera, mi padre jamás cambiará su forma de pensar.... mi vida se irá tras estos muros, moriré de aburrimiento pronto...
- Pero eres la princesa, la hija del califa de Bagdad, ¿cómo crees que podrías ausentarte así?
- ¿Y crees que me necesita para gobernar la ciudad? Además también esta Salihah, y ella es la mayor.
- ¿Tu hermana? – dijo el ama de doncellas tomándola por los hombros con afecto – La pobre muchacha tiene ya bastante con su delicada salud, sabes bien que apenas puede encargarse de sí misma. Tu lugar está aquí en palacio, niña.
- ¡No soy una niña, entiéndelo tú al menos! Lybia.... siento el llamado en mi sangre.... hay cosas allá para mí, lo sé. – dijo señalando hacia el horizonte – No puedo marchitarme dentro de estos muros esperando que sucedan cosas que mi padre jamás permitirá que sucedan, y lo sabes.
La mujer vio ese antiguo destello salvaje, indómito, soñador en los ojos de la muchacha, y supo que nadie la haría cambiar de opinión.
- Mi princesa, al menos espera un momento más oportuno, tu padre ya se ha levantado y te echará mano enseguida si te vas ahora.
Nasila la miró con extrañeza y sorpresa.
- ¿Ya se ha levantado? No puede ser.... yo....
- Si, mi princesa, parece que tiene unos invitados y les llevará a una cacería por los terrenos altos del palacio. Espera y tendrás mejores posibilidades entonces.
Nasila suspiró con desgano, hizo una mueca de contrariedad pero convino en que su ama de doncellas tenía razón, sería mejor aguardar un momento más oportuno, por lo que se quitó presurosa el negro manto que la envolvía y lo ocultó tras los cortinajes junto con la soga, tras lo cual regresó al interior del palacio en compañía de la otra mujer.


El alba también había puesto en marcha la actividad del nuevo día en la prisión, provocando la marcha de guardias en distintas direcciones a fin de cumplir con sus variados cometidos. Allá abajo, pronto la profunda oscuridad de las mazmorras fue quebrada por la tenue iluminación que provenía del pasillo por el que los guardias accedían al corredor principal de las celdas. La puerta de la celda donde estaban Akim y Rafiq se abrió, y la silueta de un robusto guardia se recortó en el umbral, apareciendo otros tres detrás suyo.
- Prisioneros.... – dijo sonoramente el que estaba en el umbral – les ha sido dictada sentencia ayer, esta mañana hemos de ejecutar la misma. Levántense y vengan a cumplir con su castigo.
Akim colocó una mano sobre un hombro de Rafiq, procurando calmar a su amigo.
- Tranquilo, saldremos de ésta, te lo prometo. – le dijo en susurros.
Los guardias se apartaron un poco para permitirles pasar por la puerta, y entonces los fueron escoltando hacia la parte superior de las mazmorras, donde les aguardaba el verdugo que ejecutaría la sentencia de cercenar sus manos con una cimitarra increíblemente filosa sobre una base sólida de madera. Una vez arriba, les hicieron salir al exterior empujándoles, mientras los guardias y el verdugo marchaban detrás suyo.
Entonces oyeron una voz llamándoles a los gritos, y al girarse en esa dirección vieron a uno de los escribas de la prisión acercarse a la carrera hasta llegar junto a ellos.
- ¡Esperen! ¡Esperen! ¡Ha habido una confusión! – llegó dando gritos.
El guardia principal cambió una mirada de extrañeza con el verdugo y luego preguntó al escriba:
- ¿Confusión? ¿Qué confusión? Estos ladrones están condenados a cortarles sus manos.
El escriba, que procuraba recuperar el aire a raíz de su carrera, agitó delante de sí unos papeles.
- Pues no, no.... se les envía al destierro fuera de los muros de la ciudad y han de ser conducidos hasta donde el Tigres se separa del Éufrates. La comitiva aguarda en la puerta norte.
El guardia tomó los papeles de un manotazo y los leyó con algo de dificultad, pero estaba en lo cierto, allí figuraban sus nombres con nuevo destino. Lanzando una imprecación dio órdenes al resto de los soldados de que les condujesen hasta la puerta norte, que él iría mientras a ver de qué se trataba ese cambio de planes.
Akim guiñó un ojo a su amigo Rafiq quien le devolvió una sonrisa. No se encontraban a mucha distancia de la puerta norte de la ciudad, por lo que no demoraron mucho en llegar. Entonces pudieron Akim y Rafiq ver cuál se suponía que sería su destino: un rústico carromato-cárcel conducido por un par de soldados, en cuya parte trasera llena de barrotes esperaban iniciar la marcha unas seis personas bastante apretadas unas a otras, de aspecto dudoso y que los observaron con siniestras intenciones. Rafiq se volvió otra vez a Akim, compungido, ya no tan convencido de su buena suerte.


Continuará..........
Trenton29 de julio de 2013

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