Entre tú y yo sólo hay deleites en común. Y fantasía. Están las aulas, las rejas que apartan el quiosco de Don Julio de la facultad, los cigarrillos, los chicles, los caramelos mentolados. Tus ensayos, mis discursos, el café con leche y las galletas que te guardé. Las dos únicas que no comí.
La Soga, El hombre que sabía demasiado, Mullholand Drive, Blue Velvet, Freud, Lacan, Jaques Alan Miller, mis parlantes creativamente improvisados, tu risa angustiada y encantadora.
La ceja alzada y su escoptofílico escrutinio, cuando alertabas las veces que vestías faldas y lo distinguía. Los libros y el mensaje de texto que todavía invoca: Siempre habrá tiempo.
El abrigo que arrastrabas sin darte cuenta dispuso la coartada perfecta para llamar tu nombre. El intercambio, la transacción, el pretexto para vernos y no decirnos nada. Y aún así hablar de todo.
Dijiste que fue como un romance. Eso mismo. Nunca fue per se. Es equivalente a en la vida haber sido. Esa es la quimera.
Me apacigua la claridad de lo fijo en las precedentes grafías, mas me movilizan los entresijos tardíos que brotaron a partir de tu ausencia.
¿Se hallará idílica nuestra historia? ¿Será necesario ser cursi o pasar por ridículo? ¿Existirá siempre la aprensión en admitir los sobresaltos que nos brindamos? ¿Yacerá lo fácil de ser indiferente al consentir afecto por el Otro?
¿Será? ¿Qué será, será? Un sustantivo propio escrito con cenizas en mi piel
