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Eterno Invierno

Cuando su marido y sus hijos se fueron a la mañana temprano, Martina sintió la misma angustia de todos los días, cansada de esa situación decidió hacer algo distinto. Así que no fue a comprar al almacén de María, a hacer tramites o a visitar a su mamá.
Se puso una campera, que no recordaba cuando la compro, y un pantalón gastado de tanto uso. Se lavo la cara, se ato el pelo y salio a caminar por su barrio.
En Buenos Aires era invierno, las calles estaban desiertas, la plaza sin nenes, mates, ni bicicletas. Martina eligió un banco y se sentó en él. Miro a su alrededor. Hubo una sola cosa que le llamo la atención, los arboles, se detuvo a observar sus ramas sin hojas, daban la sensación de estar desnudas.
Hacia un tiempo Martina, otra Martina, era como un árbol de verano lleno de hojas, de vida, de sueños. Soñaba con visitar Italia, con ser chef, con tener su propio restaurante. Pero nada de eso pasó. Sus hojas, sus sueños, se fueron cayendo con el pasar del tiempo hasta convertirse en un árbol triste.
No supo como pero llevaba una vida totalmente distinta a la que ella un día soñó. Estaba casada con un hombre que no amaba. Había dejado de trabajar para dedicarse plenamente a sus dos hijos, los únicos capaces de recordarle que no todo era tan malo. Pero ellos iban a crecer y se iban a independizar, y ella, que no los pensaba retener, se iba a quedar sola.
Se le llenaron los ojos de lagrimas. Ese día tenia la posibilidad de cambiar su vida, de recuperar las hojas perdidas en el camino o hacer que crezcan nuevas. Pero por miedo o porque creyó que ya era tarde, no hizo nada. Le hubiera encantado tener el valor y la fuerza de su juventud. Ni el destino o las casualidades la llevaron donde estaba, fueron sus propias decisiones y eso lo sabia muy bien, sin embargo no hizo nada.
Volvió a su casa, le cocino a sus hijos con amor, le mintió a su esposo y le dijo que lo quería. Se convenció que lo mejor para todos era enterrar su pasado y seguir con su vida tal cual la estaba viviendo. Aunque en ese todos ella no estaba incluida.
Se resigno a vivir en un eterno invierno sin chocolates, ni café caliente. Sin bufandas, ni abrazos contenedores. Se resigno a vivir en un eterno invierno, a pesar de odiar el frió.
Viajandoentreletras14 de marzo de 2015

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