Quiso el destino que así fuera.
Que ellos sintieran el horror.
Que ese despiadado Flautista
Derramara sobre Hamelín el dolor.
Sabía él de la juventud de aquel pueblo
De la alegría del lugar.
Pero lo que más le gustaba
Es que para él, los niños eran exquisito manjar.
Y abarrotado estaba Hamelín
De niños que corrían y saltaban.
Sin saber, inocentes
El inusual destino que les esperaba.
Días pasó el Flautista observándolos
Relamiéndose, casi sin poder aguantar,
En una alejada y oscura cueva,
El momento oportuno para atacar.
Y fue ese soleado día de verano
Cuando decidió por fin actuar.
Mientras todos oían la misa
Hizo su flauta sonar.
¿Qué extraño hechizo tenían esas notas?
Eso jamás se sabrá.
Pero con una docilidad alarmante
Todos los niños, hacia su muerte, empezaron a desfilar.
Los ojos del Flautista brillaron
Cuando vio a los niños acercarase
Y cuando los padres se percataron
Ya solo quedaba lamentarse.
Se dice que por muchos días
Se escucharon los gritos de los niños
Y a veces partes de sus cuerpos
Aparecían flotando por el río.
Nunca se conoció su nombre,
Mucho menos su aspecto,
Pero la tonada del Flautista de Hamelín
Estuvo por años en las pesadillas de los habitantes del pueblo...
