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Democracia Extrema - I

Con abrigo negro hasta los pies, cuello alto y un gran sombrero, caminaba con la mirada baja, tratando de pasar todo lo desapercibido que su indumentaria le permitía.

Era casi verano, a media mañana el sol ya calentaba lo suficiente, y la mayoría de la gente vestía tranquilamente pantalones cortos y camiseta. Él no.

En realidad, y lejos de ofrecerle protección, su ropa no hacía más que delatarle.
No era raro ver gente así por la ciudad; no era la primera vez ni sería la última. Todos sabían lo que significaba cuando veían a alguien así, alguien que pretendía ocultar su rostro, alguien que sentía vergüenza...alguien condenado.

Obsesionado por si alguien le seguía, se detuvo al borde de la calle para cruzar la acera.
Mientras miraba tímidamente a izquierda y derecha, no se percató que al otro lado, una mujer que salía de una tienda sujetando un par de bolsas le miraba fijamente.

Y le reconoció. Acostumbrada a ver a hombres así, no dudó ni un segundo en soltar sus bolsas y se lanzó a correr hacia él, sorteando los coches que circulaban mientras sus ojos se salían de sus órbitas.
‘Otro...otro más’, pensaba ella.

Al darse cuenta, el hombre se giró e intentó escapar a toda prisa, en un acto reflejo que hizo que se le cayera el sombrero, dejando al escubierto su cabeza y su rostro; pálido y sudoroso.

No pudo avanzar más que unas decenas de metros cuando sintió un fuerte dolor en la espalda, seguido de un grito de victoria de aquella mujer que le perseguía como una loca.
La distancia que les separaba era pequeña, y ella había conseguido acertar al lanzarle un pequeño cuchillo que llevaba siempre consigo para situaciones como esa.

El hombre cayó al suelo y, consciente en todo momento, vió acercarse a la mujer con una sonrisa sádica, excitada y agitada por su nuevo trofeo.

Al llegar a donde el hombre se encontraba, le sacó el cuchillo de la espalda de un rápido movimiento y, tras darle una patada para girarlo, se arrodilló y agarrando su arma con las dos manos, le atravesó el abdomen una docena de veces, hasta el punto de desparramar algunos de sus intestinos.

Ante semejante situación, rápidamente se formó un círculo de curiosos alrededor. Uno de ellos, ya había llamado a la policía al ver el primer ataque de la mujer a aquél hombre, que yacía en el suelo aún con los ojos abiertos.

A los pocos segundos apareció un coche patrulla, del que se bajaron dos agentes de policía que encañonaban a aquella mujer, que, embadurnada de sangre, esperaba sentaba al lado de su víctima.

Los agentes, rápidamente la reconocieron y bajaron las armas. Buscaron la cartera del hombre muerto y, tras comprobar su documentación, se limitaron a decir:

- Nos hacemos cargo. Procura no ser tan sádica la próxima vez.
Aadelh01 de mayo de 2012

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