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Listón

Tomé sin cariño el listón rojo que colgaba de mi pupila, y estiré. Dos metros, diez, de sangre cálida y espesa, tristeza hecha nudos entre mis dedos, pereza para atar mis pies. Me destejen los minutos, alimañas invisibles, insectos matarifes color piel. ¿Qué pasó con el ruido y olor de los mercados, con las noches que luché contra mi hermano (villano) y su armamento de naranjas, descubrir malas palabras, trabalenguas al revés? ¿Qué pasó con la risa de mi madre y el silencioso orgullo de mi padre, tigres, sobornos, adivinanzas, chistes, el ruido y olor del café?

Café. Lluvia rítmica en tarde y café, orden alegre de mi alma, una escena de teatro que de momento olvido, fragancia mexicana que ya no ocurre, arroz en tarde y lluvia en café. Iba sentado atrás en el coche, viendo música llover por la ventana, cuando perdí la mirada en la montaña y la inocencia en un velorio ¿Qué sabe un niño de dolo? ¿Qué iba yo a saber que a los muertos se les extraña? Mermelada de una abeja exonerada, mi corazón de niño que quería ser padre, mi garganta que nunca aprendió a comer.

Va el listón configurando un cine rojo que se ve borroso y falla en provocarme interés. Prefiere mi humilde antojo a la gorda que me acompaña, con sus senos frágiles que mi palma extraña, que al mismo tiempo se llama Johanna y que me dijo “I love you” y ya nunca volví a ver. A lo lejos, mi espíritu loco pervierte menores y oculta una herida que yo le causé, ríe y se agita sonoro y derrama en el cine su risa de duende, su sangre de toro, poemas mediocres, lluvia café. Y me envuelve el listón rojo que salió de mi ojo. Y me apaga la boca.
Abrahamsaucedocepeda16 de octubre de 2011

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