Recién comenzando finalmente a morirme, puse anormal empeño en recordar cada ocasión que mi mujer en vida hubiera roto a llorar, por causa mía y por cualquiera. Me percaté, dando el misterio trágico fin a mi paz de viejo moribundo, que no hubo vez alguna en que sus ojos emitieran llanto y al mismo tiempo el cielo se quedara en calma. Ella lloraba y entonces llovía, no de otra forma, la correlación era perfecta. En algún otro momento, los hijos e hijas que engendramos, han exhibido por su cuenta muestra de artes mágicas y milagros. Sofía, por ejemplo, toca la guitarra y las notas de las cuerdas se intercambian, se mezclan, mala fortuna para una adoradora de las músicas. Esteban bebe un vino y dondequiera que me halle, adquiero yo la ebriedad y los mareos. Luz decide cuando las palomas del parque se alzan al vuelo, cuando los animales domésticos hacen tregua. Lluvia, no sé como, logra convencerme de que su madre no ha muerto.

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