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Perpetuidad

Es perpetua la vía, perpetuo el tranvía y perpetuo el paisaje en que ambos perduran. El astro rey aparece cada cierto tiempo persiguiendo el curso interminable de nuestras vidas y se le puede mirar de frente por cada una de las ventanillas ubicadas en la vulgarmente denominada pared oriental del ferrocarril, después por las que están a occidente. Cualquier noche, las estrellas que se asoman por una ventanilla son nunca las mismas que se miran la noche pasada ni la que sigue, siempre se están quedando atrás iluminando futilmente el vano horizonte que nadie pisa, un pedazo de mundo en que nadie existe. O existía. He caído fuera del universo y le estoy viendo proseguir atronadoramente su carrera infinita en dirección a un enigmático destino en que, dicen y repiten, cada pasajero será juzgado según sus obras y su amor al tranvía. Pero decir que he caído no orienta el entendimiento en el sentido correcto. Mejor sería decir que mi salida ha sido voluntaria. Violenta decisión mía, que sin embargo he imaginado obligatoria según una aguda necesidad de mi espíritu. Y ha sido en esta insensatez mía que he querido cerrar un ciclo de necias soledades y manías impertinentes. Deseo explicarme.

La Tarea ha devorado al menos quince generaciones (se prefiere evitar mención cualquiera de los “años”, palabra arcáica), desde allá cuando nuestra endeble y a desproporciones dada tradición oral y escrita, registró que un cierto caballerito miró por alguna ventanilla el siempre presente y nunca constante paisaje, para encontrar supuestamente la mitológica figura de un señor sentado quieto y viendo pasar el tranvía. Se tiene por mágica la idea de un peregrino que persista fuera del ferrocarril, menos por imposible que por inconcebible dicen los científicos, pues afuera del tren, se sabe, las condiciones de vida también son benignas. No importa, más mágico es que aquel caballerito es y era mi ancestro de directa linea y la fantástica figura que está sentada y miraba uno tras otro los vagones, las ventanillas, era y soy yo mismo que voluntariamente he caído fuera. Esta aparición increíble de una vigilante divinidad que no necesitaba seguir, como todos, los durmientes, dio tremendo albadonazo en la mente de aquel señorito, que inmediatamente se decidió aventurero místico y detective y dejó para siempre su asiento cuna para andar viajero cada vagón hacia delante, indagando el origen de este perfecio vir, seguramente un lugar de hombres invencibles. La Tarea (que otros llaman El Propósito), maduró con cada metro de ferrocarril avanzado, las generaciones lo distorsionaron hasta verse concebido el absurdo axioma del inevitable Primer Vagón, donde un ente impreciso quema carbones que jalan al tren por las vías, individuo este, que cada rama de mi genealogía ha sacralizado y convertido en objeto de abominable ambición. Si se alcanzara, quedaría el universo comprendido, decían, decimos. Viérase, buscándome secretamente a mí, quieren hallarle sentido a la vida.

Comenzaron y fueron así marchando los exploradores tras el enigma, en mezcla de sincera curiosidad e íntima necesidad de renombre. Violaron miles de vagones abandonados donde solo queda vegetación y animales salvajes que se esconden inefectivamente en los compartimentos para maletas, acumuló la aventura un supuesto laberinto formado por cuarenta y dos vagones malditos, cruzaron la sección de los caníbales que adoran una palabra sin significado. Al cabo de seis o siete generaciones encontraron un viejo en abrumadora soledad, dedicado a articular sinrazones que los aventureros supieron calificar de necedades seniles. Antes hubo autopistas – derramó aliento el anciano – abarcaban el mundo que no era una línea, sino una esfera, pero despacio se fue terminando la cordura y el mundo se llenó de muertos, las autopistas eran negras y todos iban a donde querían por ellas. Pensar que se puede ir a donde uno quiere es artificio de brujos sin temor de la vía eterna, hubieron de razonar mis antepasados, quien sabe. Atrás quedó el viejo abrumadoramente solitario y adelante siguió la terca caravana de buscones. A donde iban propagaban la frívola doctrina del Propósito y en ocasiones ganaban adeptos serviles, en otras ocasiones su propia fé temblaba por las finas lucubraciones de otros pasajeros mas sabios, que al fin y al cabo La Tarea es una corta convención de buena fachada para darle paz al espíritu harto de esperar y esperar en el tren terrible, solamente.

En la travesía volvieronse locos unos cuantos, que los vagones son tan parecidos unos a otros, que la inteligencia dicta que esto es obra del diablo, no mira, la teoría de generación espontanea de vagones dice, y llegaban luego a un vagón con bosques y ríos que les despertaba el hambre de aventura y victoria y les calmaba la loquera. Siguieron, hallaron un vagón que no se está quieto nunca y que parece elevarse por los aires unos minutos, el mítico pueblo de fantasmas que con sus alaridos producen el grito herrumbroso que se escucha a veces por todo el ferrocarril, al mismo tiempo que algunos ven en el cielo nubes de humo. Falacias, trucos de la mente ávida de cambios.

Por estos días, no importa como, empezó a peregrinar junto con ellos la idea de un templo dorado que permanecía vírgen de humanos en la dirección opuesta que seguían desde hace siglos (arcáico vocablo), en el justo último vagón del tranvía, donde estaría ubicada una puerta de salida por la que cualquier alma podía partir y transformarse en otra dentro del ferrocarril. Que de cruzarse un número determinado de ocasiones, encarnaría el sujeto en la presencia misma del carbonero divino para tomar su lugar de perfecto obrero y jalar para siempre el tranvía. Le hablas a cualquier hombre de fé de un método preciso para alcanzar la salvación, una cantidad exacta de intentos, una suma particular de dinero y más pronto querrá trocar su religión por la tuya. Lleva poco esto de acontecido, pues aún en mis días se libró la lucha, sigamos adelante, mejor volvamos, te mataré, yo te mato. Y yo le he querido poner un alto. Esta ha sido la razón de mi flaca astucia, caí voluntariamente para proporcionar una alternativa, pues he visto que El Propósito carece de sí mismo y cualquier otra filosofía. Mejor es ver desde fuera las cosas, como son verdaderamente. Sobra decir que la historia se ha inflado para satisfacer la imaginación cansada de hombrecillos infantiles. Algunas fantasías he visto pasar frente a mis ojos, selvas, creaturas distraídas, el viejo solitario que por una ventanilla me gritó “Autopistas”. Antes creí verme a mi mismo, en mi propia infancia, cuando mi padre me compartía La Tarea y yo creía. Y razono que en el ferrocarril las cosas permanecen lo mismo que se terminan o se repiten, a nuestra voz corresponde otorgarles un objetivo que perdure y motive esperanza o convicción. Ya pasó el caballerito aquel que inicia la aventura, nos hemos visto. En parte es mi culpa la manía que sigue, pero también la termino yo. Si he de morir, espero ver antes el fin del tranvía.
Abrahamsaucedocepeda12 de septiembre de 2009

6 Comentarios

  • Mejorana

    Abrhan. Es un texto apasionante.
    Me lo guardo para mi.
    Como hago siempre.
    Un abrazo.

    12/09/09 06:09

  • Abrahamsaucedocepeda

    Gracias Mejo, que bueno que te gustó. Te abrazo de vuelta.

    12/09/09 06:09

  • Mejorana

    Abrahán. Ya sabes que todo cuanto escribes me gusta.
    La culpa de que me lo coma no es mía.
    Sino tuya.
    Dime que no te irás más.
    Prométemelo.

    13/09/09 12:09

  • Mejorana

    Tampoco sabes que tengo una carpeta con tu nombre.

    13/09/09 12:09

  • Stochastic

    Gran texto compañero!

    13/09/09 10:09

  • Mejorana

    Te lo has ganado el premio Abrahán.
    Y sí, lo tenía guardado. Pero completamente mío.
    Los miembros del jurado no se han equivocaron.
    Es un texto precioso y lleno de ternura que ahonda en las raíces de todo el que lo lee.
    Un abrazo Abrahan.

    12/10/09 06:10

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