Por hacerme el excéntrico, por vestirme un hábito gracioso, a que me miren raro cuando lo cuento, me gusta charlar con los pacientes que deliran, guardarles la palabra enferma en mi collage de estampas patológico-literarias. Voy a la clínica con cualquier coartada, me subo y les pido entrevista. Por ejemplo, ¿qué hace usted los domingos? Rómpete víbora, malhadada la policía, me dicen. ¿El café lo toma con leche? Si supieras llovizna cuanto daño me has hecho, contestan. ¿Volverá su cordura o va a quedarse enfermo? Manganeso cuarzo y ciervo, me responden y me sigo riendo por dentro. ¿Lo suyo se contagia? Diez mil doscientas veces te digo que sí mi negro y sálvese quien pueda. Oiga que eso ya no me suena a delirio ¿será que yo también me estoy poniendo necio? Cabrón cuando sepas se te va a caer el diezmo. ¿Me dice a mí o al soldado que se inventa siempre? Me atrapa el hombro una mano densa, que conecta cuando volteo con un uniforme perfecto. Al soldado se le nota una mueca de carcajada interna. Y dos plumas negras le salen por cada oreja. Que sí se contagia mi negro, me había dicho el viejo, si estarás pendejo.